Hay mil millones de hambrientos y mil 300 millones de gordos y obesos. En ambos casos, su salud se ve seriamente afectada, faltan al trabajo, usan los servicios de salud y muchos acaban muriéndose. Todo ello le cuesta miles de millones a los sistemas de salud nacionales. Convivir con el hambre y la obesidad es infinitamente más caro que prevenirlas y curarlas, pues se estima que para combatir el hambre del mundo solo se necesitarían 30 mil millones de euros anuales, y digo “solo” porque esa cantidad es bastante modesta. A modo de ejemplo, las ayudas a la agricultura de Europa y Estados Unidos suponen más de 350 mil millones anuales.
El hambre causa un tercio de las muertes infantiles y aunque producimos suficientes alimentos para todos, hay mil millones que no pueden comprarlos. Tres cuartas partes de los productores de alimentos pasan hambre. Es evidente que el sistema alimentario mundial, altamente dependiente del petróleo y cada vez más controlado por unas pocas megacompañías, no está cumpliendo su función principal, que es alimentar a los seres humanos ¿Cómo podemos aceptar seguir con este sistema disfuncional? Un sistema alimentario que además sufre dos grandes tensiones externas: por un lado, el encarecimiento del petróleo del que depende casi totalmente y, por otro lado, los negativos efectos del cambio climático sobre la agricultura. Cada vez será más caro y más difícil producir alimentos, y por eso vemos ahora esa carrera desesperada por comprar tierras en países pobres y acuíferos subterráneos sin explotar.
Ya sabemos que ninguno de los cuatro Objetivos de Desarrollo del Milenio relacionados con la nutrición se va a cumplir, empezando por la reducción a la mitad del número de hambrientos. No llegaremos a la mitad porque todavía tenemos 150 millones más que cuando empezamos a contar. Además, de los 17 mil millones de euros prometidos por el G-20 en el 2009, a desembolsar en tres años, apenas han cubierto el 22%, y en ningún caso se llegará al objetivo que marcaron sus presidentes. No hay rendición de cuentas, ni participación en las decisiones, porque ninguna de las promesas presidenciales es vinculante en el sentido legal de la palabra.
Para ofrecer una solución a estos incumplimientos de promesas y a los escasos avances hasta la fecha, se ha lanzado una propuesta de Tratado Alimentario internacional vinculante, cuyo objetivo sea erradicar el hambre y la obesidad antes del 2025. Luchar contra el hambre ayuda a reducir la emigración hacia Estados Unidos, alivia las tensiones étnicas, es rentable económicamente, incuestionable éticamente y ayudaría a globalizar el bienestar, y no solo el flujo financiero y el internet. Este tratado traduciría los compromisos políticos volátiles en acuerdos formales entre países, dotando a la lucha contra el hambre de una armazón legal transparente, exigible y predecible.
El Tratado Alimentario podría empezar bajo el impulso de algunos países que quieran comprometerse a este objetivo, Guatemala por ejemplo, y podría estar formado por otras entidades que no sean Estados soberanos, como sucede con la FIFA, la organización que rige la Web o la UICN. Los países donantes y receptores se comprometerían a realizar desembolsos financieros para programas y objetivos concretos, bien en forma de ayuda al desarrollo bien en forma de presupuestos públicos. Si incumpliesen los términos del Tratado, podrían ser llevados ante un órgano de resolución de conflictos, cuyas decisiones serían vinculantes, como sucede con el Tribunal de Arbitraje del Deporte o el Órgano de Solución de Diferencias de la OMC. El tratado tendría además un sistema de doble rendición de cuentas a nivel nacional, supervisado por una institución como el Procurador de los Derechos Humanos, y a nivel internacional supervisado por un sistema de pares u otros miembros del Tratado.
Guatemala está despertando como país para reconocer el enorme problema del hambre en su territorio, pero desde tiempo ya, su gobierno se está ganando el crédito internacional por su priorización de la lucha contra el hambre. La ley 695 de Seguridad Alimentaria y Nutricional es ya un ejemplo imitado en otros países de la región y de África. Además, Guatemala lanzó junto con Brasil la Iniciativa América Latina y Caribe Sin Hambre 2025, como impulso político a la lucha contra el hambre en la región. Esta iniciativa se está consolidando y acaba de recibir un premio internacional en España. El actual gobierno está continuando en esta línea de priorización y acción, y podría estar interesado en analizar y presentar esta propuesta durante la Cumbre Rio+20, que tendrá lugar el mes que viene en Brasil. Ya se ha lanzado una propuesta similar para combatir el cambio climático, por lo que creo que este tipo de tratados pueden ser el nuevo “Consenso Post Objetivos del Milenio”. Cientos de millones de personas se van a morir de hambre antes de que el cambio climático llegue a hacerles daño. Pero en nuestras manos está en evitarlo. Es cuestión de voluntad.
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