Después de manejar un buen rato en interminables carreteras de muchos carriles, llegamos a una urbanización en las afueras de Dallas (al menos eso me pareció a mí), llegamos a su casa.
Comer con él, su esposa, sus suegros y el cuñado en casa de ellos, fue el paso ideal para terminar este periodo de entretiempo, esta vida de hoteles y restaurantes. No sólo porque me hacía falta interactuar con gente en español, sino porque también me dieron una visión bastante apartada del encariñamiento que he tenido con Estados Unidos desde que llegué.
Ellos, una pareja con dos hijos, que trabaja mil horas a la semana y casi no tienen tiempo para estar juntos, tienen otro punto de vista. Quieren regresar, no ahora mismo, pero no ven un futuro acá. Ya hablaremos dentro de un par de años, le dije. Yo de momento, estoy encantado de estar acá.
Quizá porque, salvo alguna cosa maravillosa que ocurrió mientras me iba, la Guatemala que conocí los últimos años, la Guatemala de mi circunstancia se había desmoronado en los últimos seis meses y ahora se abre un futuro para mí acá.
Algo debo tener en estos días. No sé si es el brillo (el Glow, el Glowjob, jajajaja) al que se refiere La China, pero la gente me habla por la calle. Hoy, el botones, tan estirado él, me dijo “sir, you’d better check you’re not forgetting any of your belongings” y luego no sé como la conversación pasó a que estuve a punto de dejar los travelers checks y a que cuando uno viaja en pareja, es más fácil dejar olvidadas cosas como dinero en hoteles y restaurantes. No habíamos entrado al elevador y el hombre ya había roto el protocolo y estaba gritando “but if the bitch leaves the money in the restaurant, I’m a go: bitch you best go back and get that shit now”.
O una chica, de apellido Salazar, soldado, que se alistó hace unos meses en el Ejército me comentó en la sala de espera del aeropuerto, que la trasladaron de El Paso a Alabama. Por cierto, el avión a El Paso iba lleno de soldados. Jóvenes, latinos y negros la mayoría, con su pelo rapado, seguramente regresando de algún permiso hacia Fort Bliss, en las afueras de la ciudad que ahora es mi casa.
O en avión a El Paso, un señor me contó un poco la historia de El Paso, de cómo se ha deteriorado, de cómo no es seguro ir a Juárez, de cómo vivió tres años en Chile y cómo, si me apetece, podemos ir a almorzar un día.
Ya en El Paso, no deja de sorprenderme lo árido que es esto. Alquilé un carro, y me vine desde el aeropuerto, no hay un solo árbol de ninguno de los lados de la frontera.
La fronteras es una valla, pero está bien claro qué lado es cual. De este lado, los centros comerciales, las carreteras, las urbanizaciones. Del otro lado, cientos de casitas mustias en las montañas. Quizá es lo que se mira desde acá y Juárez resulta otra cosa.
Esto es Estados Unidos, no hay duda. Es como estar en cualquier otra parte de Estados Unidos. Los hoteles, los restaurantes, todos iguales. Por cierto, estoy preocupado porque hay un Five Guys a dos cuadras de la casa. Es potencial para subir unas 30 libras el primer mes…
Por ejemplo, el Target, es igual que cualquier otro. Pero en la sección de DVD’s tiene uno con “lo mejor del Chavo del Ocho”, por si a alguien le queda duda de dónde estamos. En tanto que en el Walmart, hay una sección dedicada a las tortillas de maíz y de harina y una góndola con tomate, cebolla y jalapeños, los ingredientes del picado este que hacen los mexicanos.
No sé si es la sugestión, la falta de árboles, el calor o qué. Pero cuando cae el sol, todo es como si el crepúsculo iluminara la mitad del cielo durante al menos una hora y todo se prende en llamas. Luego, ya de noche, la luna es gigantesca, redonda, y de ese color casi de sangre que solo se ve en el desierto.
20 de Febrero de 2011
J.
There’s nothing like the sun, and the sunlight on your skin.
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