Me junté a desayunar con él como una forma de agradecerle por su tiempo como sujeto para un reportaje fotográfico que completé para el curso que vinimos a tomar.
Más corriendo que andando me encaminé hacia su casa, a unas cuadras del hotel donde nos estamos quedando los otros 15 colegas de la AP que vinimos al curso. Mientras recorría una de esas calles del centro de Las Vegas, sentí un extraño dolor en una de mis nalgas. Como ya iba tarde, no le presté mayor importancia.
Además, tenía tres horas de haberme ido a dormir y no estaba para ponerme a reparar en minucias.
Nos encontramos afuera del edificio de apartamentos donde vive. Seguramente es un edificio propiedad de la ciudad o el estado, con unos 400 diminutos “acuartamentos” donde viven personas que están a un peldaño de caer en la indigencia.
Fuimos a desayunar y no logré hacer una foto decente. Entre la cruda, el desvelo, la decepción de habernos ido a meter a desayunar en un casino iluminado con luces de neón mientras afuera había una luz espléndida y el hecho que es una de las personas más deprimentes que tenga memoria de haber conocido, me entró un mal rollo que los huevos revueltos con queso sintético no hicieron sino agravar. Ah, y encima el dolor de nalgas.
Volví al hotel, media hora tarde para la clase. Allí aprendimos las últimas cositas del programa que usaremos para gestionar y enviar nuestras fotografías y cada uno de nosotros se dedicó a preparar el paquete de fotografías que presentaríamos como trabajo de fin de curso.
Yo tenía dos. Un poco para lucirme, un poco porque me salieron de la nada y un poco porque así tendría más chances de ganar. Para ese entonces, no sabía que premiarían los trabajos.
Después de haberme despertado el jueves en medio de un pánico porque todos mis posibles sujetos de fotos estaban indispuestos, tener dos paquetes era a la vez un alivio y un logro.
Esos evasivos sujetos eran tres: uno, unos chavos que les pusieron a barrer calles como community service para cumplir sus condenas de manejar borrachos o pegarle a sus mujeres. Estos, unos chavos buena onda, que tenía apalabrados desde el miércoles, fueron con el juez para que les cambiara la fecha de completar de sus horas de servicio. Luego, un rapero mexicano que tiene toda la cara tatuada y que usa el nombre de Juan Gotti. En realidad es Ramos, pero ¿a que no tiene más pegón llamarse como el jefe de la mafia de Nueva York?.
El chavo me dejó hacerle unos retratos muy chingones en una calle de Las Vegas el día anterior y, con la cara tatuada, era cabal el sujeto ideal. Lástima que se tuvo que ir pronto porque, escuché que dijo a través del celular a un interlocutor desconocido, “ya viene la ley”.
Cuando lo contacté en Facebook, me dijo que “iva astar gravando”. -Por algún motivo pensé en mi sobrina que vive en Indiana y corrompe el castellano cada oportunidad que tiene- Genial, dije yo, va astar gravando, seguro en un estudio. Asi le hago fotos y me luzco, pero ya no me contestó.
Eso de la ley, parece ser una constante en el Downtown Las Vegas. Ese mismo día, otro chavo, un negro sentado sobre un buzón de correos, con dientes de otro y brillantes y unas uñas largas y afiladas, no quería dejarse hacer fotos.
Después de cortejarlo como media hora. Me dice,
-How do I know you’re not with the po-po.
-The po-po?
-Yeah man, the po-po. The Police.
-If I were, I’d have to tell you, I think.
-No man, that’s in the movies… the po-po can go undercover… you could be the law for all I know.
“Guitar Sam”
El tercero de mis sujetos era Guitar Sam. Llamé al número que me dejó el día que lo conocí y resultó que era un edificio de apartamentos.
-Recepcionista: Hola, número de apartamento.
-Yo: No sé. (Me siento poco profesional)
- ¿nombre del inquilino?
- Sam…
-Recepcionista: ¿apellido?
-Yo: no sé… (Me siento como un pendejo)
- Sin número de apartamento, no puedo ayudarle.
- Es un señor negro, de unos 65 años. (Me
siento como un verdadero idiota)
- Esa descripción se ajusta a la mayoría de nuestros inquilinos.
-Juega básquetbol.
- …
-Es negro y juega básquetbol…. mjm… (Acá mejor ni decir cómo me siento)
-Dice que se llama “Guitar Sam”.
-Llame más tarde, a lo mejor el del turno de la noche puede ayudarle.
Pero me estoy yendo por las ramas. De vuelta a mis historias. Al día siguiente volví y, de hecho, el del turno de la mañana tiene años de trabajar allí y se repitió el mismo diálogo, hasta que le dije lo de Guitar Sam. -Haber empezado por allí, replicó.
Acto seguido estábamos en la habitación 459, un apartamento de unos 15 metros cuadrados donde convive con las dos guitarras, un teclado y una tele que tiene por únicas posesiones en este mundo. Le hice un juego de fotos que cuentan eso y la soledad en la que vive.
Cuando volvía al hotel, me extravié y tomé otra calle y comencé a hacer fotos de un edificio abandonado frente a una barbería. Cuando me vieron en la barbería, salieron tres barberos a pedirme que les hiciera fotos. ¡Puta!, en la mañana no tenía a quien fotografiar y ahora estos me están pidiendo que los retrate. ¡En una barbería, nada menos! A veces está bueno perder el camino.
Prometí volver a la noche. A todos les gustó más el paquete de fotos de Guitar Sam, a mí en lo personal el de la barbería. ¿Será que me divertí más haciéndolo? ¿Será que hicieron el mejor (y más caro) corte de pelo que he recibido en años? ¿Será que es porque tenían buen hiphop y una canción que decía ‘I study Pimpology’? ¿Será que me cayeron bien y les caí bien y por eso me regalaron raíz de regaliz para masticar? No sé. Hay veces que uno disfruta más unas historias que otras.
Dejé los paquetes de fotos listos para que los viera el editor y me fui a hacer check-out de la habitación y, de paso, aproveché a ducharme. Cuando salí de la ducha encontré la causa del dolor de nalgas: un moretón, como del tamaño de un billete de dólar pero del color del dinero de algún país sudamericano: morado, rojo y azul. El golpe atraviesa mi nalga derecha y parte de la izquierda. Debe haber estado buena la parranda anoche, concluí.
Me fui corriendo a la clase y comenzamos a revisar los paquetes de fotos. No habíamos llegado a la mitad de los trabajos de otros compañeros cuando se aclaró el misterio. Al final de la serie de fotos que presentó una colega uno de los maestros presentó en el proyector una foto que, he de confesarlo, tengo miedo que se vuelva viral en internet.
Soy yo, con los codos apoyados en una mesa de madera, de esas largas donde todos se sientan sobre bancas corridas. Hay grandes tarros de cerveza sobre la mesa y yo así apoyado y con las nalgas levantadas y una cara de dolor indescriptible. Atrás hay una chica de unos 20 años, vestida como Biermädchen, una de esas niñas bávaras que llevan unos tarrototototes en el Oktoberfest.
En su mano tiene una paleta de madera grande como un remo de canoa y me acaba de azotar un garrotazo como para hacer que se me salga el alma por la boca. De hecho, cuentan que hay una foto en que se ven pedacitos de alma saliendo. Pero eso, por ahora, permanece en el territorio de los rumores.

De por qué acepté un shot de un licor desconocido que traía la niña sobre esa tremenda paleta y luego acepté a que me azotara como malayo malportado, escapa cualquier explicación coherente que pueda dar. Supongo que me fueron engatusando los compañeros de curso. Luego me confesó el corresponsal de Montana, que le pagaron para que me pegara con todas sus fuerzas.
—
Me cuesta sentarme, se rieron un buen rato de mí y tengo el culo decorado como si fuera arte moderno, pero valió la pena ir al Hofbräuhaus. Es un restaurante, parte de una cadena, que imita al local original Munich. Comí Schnitzel (al fin, y muy bueno por cierto) y tomé cerveza oscura.
La discusión sobre si el Schnitzel es austriaco o de Milán, se repitió por enésima vez. Solo que ahora fue con un taxista Rumano con un acento de vampiro que no se lo quitaba ni con clases de canto.
Después del batacazo en el Hofbräuhaus, nos fuimos en tropa al Bellagio, a chompipiar. Nos tomamos unas cervezas italianas para darnos chachet. Bueno, yo. Los otros se volaron la barda y pidieron cócteles de diseñador, solo para quedar muy salsosos. Somos bien pueblerinos, quedó demostrado.
El Bellagio, y en general los casinos de “The Strip” son como, no sé… como, ¿Disneylandia? ¿Venecia en años recientes?, como cualquier lugar megaturístico. Un poco falso, un poco artificial, un poco chafa. Solo que acá todo lo hacen no me modo “un poco”, sino que todo es en exceso. Hay una torre Eiffel, una estatua de la libertad y un canal veneciano. Todo excesivamente falso, excesivamente artificial y excesivamente chafa.
Después nos a un stripclub que se llama el Spearmint Rhino. Interesante el lugar, repleto de niñas de unos 19 a 23 años, todas (habría, ¿200?, ¿300?) -absolutamente todas- operadas en múltiples partes de sus jóvenes cuerpos. Es como lo demás en las vegas: falso, artificial y chafa.
La clase de hoy terminó con la revisión de los trabajos de la semana y una premiación de los tres mejores resultados. Los premios consistían en unos souvenirs de la ciudad: una taza de Las Vegas para el tercer lugar, un rotulito de Las Vegas hecho de metal para el segundo y una matrícula de auto que dice Rockstar de Las Vegas para el autor de las fotos que más les gustaron a los editores.
Estoy a punto de subir al avión que me llevará de vuelta a Phoenix y luego a El Paso donde va a comenzar en serio mi trabajo la semana que viene.
Al parecer no es cierto que lo que pasa en Vegas, se queda en Vegas.

Me llevo el cansancio de trabajar como animal toda la semana, me llevo el trasero hecho un‡ eccehomo y en mi mochila tengo una placa que me certifica como Rockstar de Las Vegas (al menos eso pensaron mis jefes). Valió la pena el esfuerzo.
J.
5 de marzo de 2011??…and when the cherries white with blossoms?be ready and be brave.
http://mylifeinjuarez.wordpress.com/
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