Los grandes cambios en la historia han ocurrido por la combinación de estos factores. Es ilustrativo, por ejemplo, el caso de la esclavitud en el imperio británico. Por décadas pensadores y líderes morales habían reconocido que la institución de la esclavitud era nociva y perversa. Pero sus argumentos tardaron muchísimo en cuajar: la inercia institucional se sumaba a la oposición de grandes industrias dependientes del trabajo de esclavos y de un importante sector de la población que se beneficiaba de la bonanza económica.
Hizo falta una movilización masiva y maratónica, que empezó con la constitución de pequeños comités antiesclavitud impulsados por los cuáqueros —una secta religiosa pacifista— en el siglo XVIII y que fue creciendo en escala hasta alcanzar una masa crítica de ciudadanos indignados. Tras el rechazo rotundo de importantes sectores de la población, el Parlamento declaró el fin del comercio de esclavos en 1807 y el fin de la esclavitud en todas las colonias en 1833, uno de los giros más trascendentales, pacíficos y rápidos en la historia de Occidente.
¿Qué provocó el cambio? Los argumentos morales para acabar con la institución ya existían siglos atrás, pero las ideas y propuestas de cambio habían sido rechazadas continuamente y la oposición de importantes sectores operaba a favor del inmovilismo. El movimiento liberacionista, entonces, tuvo el buen tino de transformar el asunto en una cuestión de honor: de continuar con la esclavitud, el imperio se habría manchado con dos grandes vicios, una desgracia sobre la cual construir una gran nación.
La lección es válida para el contexto actual en Guatemala.
La lucha anticorrupción ha sido motivo de orgullo para los guatemaltecos desde que empezó a dar resultados en 2015. Es un genuino esfuerzo por transformar el sistema político hacia la democracia y la justicia. Pero los grandes poderes están apostando todas sus cartas a la restauración del régimen de impunidad del que dependen. Y no tendrán empacho en censurar la libre expresión, en impedir protestas ciudadanas y en controlar las organizaciones que los fiscalizan si hace falta.
Sus acciones deshonran al país. Eso no lo cambia ni que el alcalde Arzú use una camisa que diga que profesa amor por Guatemala ni que Sandra Jovel haga el trabajo sucio de la impunidad diciendo que es en defensa del país. Mucho menos que Felipe Alejos siembre temor entre sus colegas de corbata azul porque se los quieren pisar y los invite a acuerparse entre los corruptos que son.
No se puede construir un país sobre la corrupción. Se debe hacer desde la verdad y la justicia. Por eso debemos decir #YoNoSoyImpunidad y poner nuestro esfuerzo detrás de esas palabras.
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