In pectore, el hechicero vudú esforzado en la tarea. Olor a hierbas y humo acompañan los efectos del concombre zombi, sustancia que simula la muerte. La inexpresividad de su rostro contrasta con su estado de impaciencia. Está a punto de contemplar el nacimiento de un nuevo esclavo, un nuevo ser privado de voluntad e inteligencia.
El sentido del tiempo es otro. Mientras aguarda, se transfigura plácidamente en una sucesión de iconos, que atemorizan más que las películas de George Romero. La verdad suele ser peor que la ficción, como bien reflexionas en tu última carta. Consumo, dinero, videojuegos, sexo, egoísmo, modas, poder, drogas, hambre, miedo. Algunos, excesos propios del mundo especular y otros, de la absoluta desventura.
Así, el amo tiene sutiles y diferentes formas de hacerse presente en esta “civilización” del siglo XXI. Por ende, mi querido Ramón, la esclavitud no fue abolida, solamente mutó y se disimula, muy pocos pueden o quieren verla y menos, se atreven a reconocerla.
En Haití, por ejemplo, subsiste el fenómeno del Restavek, niños entregados por sus familias biológicas a otras –en supuestas mejores condiciones económicas–, con la esperanza o el ofrecimiento de que recibirán educación y alimento.Como bien podrás anticipar, muchos de ellos son esclavos “mejorados”, pues ahora, y de acuerdo a la norma cultural, se les concede el derecho de liberación al cumplir 15 años de edad.
Me irrumpe en la mente la imagen de Anik, adolescente de 13 años y a quien una noche, el hambre la obligó a aceptar sexo por un plato de plátanos fritos. El costo de esta transacción se llama Auguste, un niño que a sus 3 años de edad no juega, porque se desvanece.
Pienso en las montañas de ayuda humanitaria que yacen podridas en los puertos de Haití desde el terremoto de 2010, simplemente porque las autoridades aduaneras, haciendo gala de toda su estupidez y prepotencia, se negaron a liberarla sin el tradicional pago de coima. Nada pudo conmoverlos. Se impuso “el amo” y miles quedaron sin alimentos, carpas y medicinas.
Pienso en el Presidente Martelly, librando batallas dantescas con parlamentarios y senadores para que ratifiquen al Primer Ministro y así, poder instalar –al fin y con casi 5 meses de retraso– su gabinete de gobierno. Ni el más de medio millón de desplazados internos ni los 440 mil infectados de cólera, tampoco el 45 por ciento de analfabetas ávido de obtener un empleo, ha logrado contener la ambición de aquellos que exigen negocios y posiciones.
Pienso en los otros negocios, los de las agencias donantes, sobre muchas de las cuales recae la responsabilidad de este desastre nacional, y que ahora instrumentalizan el dolor ajeno para salvaguardar y justificar sus gigantescas burocracias, a la vez que fomentan la dependencia de aquellos a los que dicen socorrer.
Siempre que veo a esos grandes grupos de norteamericanos luciendo camisetas con leyendas de caridad, me pregunto si sabrán que en los años noventa Estados Unidos y las instituciones del Bretton Woods promovieron la disminución de aranceles a las importaciones de arroz las cuales pasaron del 50 por ciento al 3 por ciento en beneficio del Riceland Food, en Arkansas, orillando a miles de agricultores haitianos arruinados a abandonar sus cultivos y mudarse a la hacinada y pobre capital.
Luego pienso en Guatemala, en la política y su sistema, en los candidatos y sus alianzas. Pienso en mí, trato de identificar “mis amos”, en toda esa serie de estampas que corren sin pausa. Recuerdo a Antonio Chiroy, el migrante guatemalteco asesinado; evoco a Cristina Siekavizza; a todos los jóvenes que han muerto por sobredosis de drogas; a aquellos que mueren de anorexia o bulimia y a los que, en contraposición injusta, mueren de hambre; recuerdo a los que se prostituyen o se enlistan en ejércitos de delincuentes y asesinos, sin opción.
Luego me veo a mí misma, gastando tiempo infinito frente al computador satisfaciendo requerimientos administrativos mientras imagino a Anik, llamándome asustada porque el hambre, ese espectro recurrente y trashumante, vuelve a amenazarla.
En seguida, vuelvo a revivir mis faenas de la semana, empiezo a percibir gradualmente el cansancio físico, emocional y espiritual que me llevó arbitrariamente a este estado. Me pregunto si valió la pena, si contribuí en algo. Trato de pensar que sí, de lo contrario seré incapaz de mover tan siquiera un brazo, o una pierna. Tal vez poco a poco, y con esfuerzo pueda volver a incorporarme, hasta convencerme a mí misma de que el sueño ha terminado.
Ahora, creo que estoy aquí respondiendo tu hermosa carta. Aun no estoy segura de ser un humano o un zombie, ni siquiera estoy segura de estar despierta. Simplemente sé que posiblemente te acompañe en tu aventura pastoril, la cual parece ser menos esclavizante y más casta.
Un abrazo,
Carmen
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