A las tímidas expresiones de «Felices Pascuas de Resurrección» que, como dice Fr. Luis Miguel Otero, O.P., son cada día menos, se aúnan esos pensamientos que revelan en nuestro yo íntimo el humano deseo de continuar gozando del periodo vacacional, del alejamiento de los problemas del día a día y cierta sensación de no querer ver más esos rostros de los pseudo políticos y pseudo líderes nacionales e internacionales que son, precisamente, los responsables de los problemas cotidianos del mundo entero.
Yace, debajo de ese sentir, pensar y querer una pérdida de la esperanza, y junto con ella, la merma del aliciente para mejor vivir.
El 14 de enero del presente año el papa Francisco rubricó un mensaje destinado a la XXXIII Jornada Mundial del Enfermo en el Año Jubilar 2025. Lo tituló: «La esperanza no defrauda (Rm 5,5) y nos hace fuertes en la tribulación». A la entradilla del mensaje sigue una serie de preguntas que llaman a la meditación y al discernimiento. En el segundo párrafo se lee: «¿Cómo permanecer fuertes, cuando sufrimos en carne propia enfermedades graves, invalidantes, que quizás requieren tratamientos cuyos costos van más allá de nuestras posibilidades? ¿Cómo hacerlo cuando, además de nuestro sufrimiento, vemos sufrir a quienes nos quieren y que, aun estando a nuestro lado, se sienten impotentes por no poder ayudarnos? En todas estas situaciones sentimos la necesidad de un apoyo superior a nosotros: necesitamos la ayuda de Dios, de su gracia, de su Providencia, de esa fuerza que es don de su Espíritu (cf. Catecismo de la Iglesia Católica, 1808)».
Pero, muchas veces, no pocas personas sienten muy lejos o totalmente ausente la ayuda de Dios, de su gracia y de su Providencia. Es que, han sufrido tanto que se hace realidad en ellos aquella estrofa de Saber que vendrás (un canto religioso) que reza: «La sed de todos los hombres sin fin, las penas y el triste llorar, el odio de los que mueren sin fe cansados de tanto esperar…».
De nuevo, yace bajo ese sentir la pérdida de la esperanza y del aliciente para mejor vivir.
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Sin embargo, en el numeral tres del mensaje del papa Francisco encontramos: «Y llegamos así al tercer aspecto, el del compartir. Los lugares donde se sufre son a menudo lugares de intercambio, de enriquecimiento mutuo. ¡Cuántas veces, junto al lecho de un enfermo, se aprende a esperar! ¡Cuántas veces, estando cerca de quien sufre, se aprende a creer! ¡Cuántas veces, inclinándose ante el necesitado, se descubre el amor! Es decir, nos damos cuenta de que somos “ángeles” de esperanza, mensajeros de Dios, los unos para los otros, todos juntos: enfermos, médicos, enfermeros, familiares, amigos, sacerdotes, religiosos y religiosas; y allí donde estemos: en la familia, en los dispensarios, en las residencias de ancianos, en los hospitales y en las clínicas».
Argumenta acerca de los ángeles de esperanza en que nos convertimos cuando somos enfermos o somos agentes de salud. Mas, este sector —el de los lugares donde se sufre la ausencia de la salud y donde se dispensa la salud hasta donde se puede— es justamente eso, un sector que puede ser una fuente certera de esperanza. Pero, ¿hay otros posos (con «s» no con «z») donde podamos encontrar fuentes de esperanza? Yo creo que sí. Revisemos tan solo dos.
1. Nuestra relación con la madre Tierra: ¿Es de violencia o de una relación fraterna? Muchos recién volvieron de visitar lugares ecológicos. Es el momento de preguntarse: ¿Cómo dejaron esos sitios? Deseable sería que los hayan dejado igual que cuando llegaron. ¿Es así? Porque, cercenar la rama de un arbusto tan solo por hacerlo sin propósito alguno es de por sí una violencia injustificable. Pero, acabar con una vida animal (un pájaro, un roedor, un insecto o pescar un pez que ya muerto se regresa al río porque no se comió) es ya un crimen contra la naturaleza.
2. Las relaciones con las personas que se encontraron durante el paseo: ¿Fueron de compartimiento o de pelarse los dientes para marcar un territorio a fin de acampar con exclusividad?
El Papa recién dijo: «Y llegamos así al tercer aspecto, el del compartir. Los lugares donde se sufre son a menudo lugares de intercambio, de enriquecimiento mutuo…». Pero también, los lugares donde se goza son de suyo ambientes de enriquecimiento mutuo. La diferencia es que en los primeros –donde se sufre–, ese enriquecimiento deviene de la necesidad de congregarse unos con otros; en los segundos, ese enriquecimiento deviene del buen deseo y de la voluntad de hacerlo.
Así pues podemos colegir que, la esperanza es un don de Dios, pero también hay que construirla. Un amigo, miembro de un grupo religioso laical me dijo en una ocasión: «El que te hizo a ti sin ti, no te va a salvar sin ti». Me tomó mucho tiempo asimilar su decir, ahora comprendo que se refería entre otras acciones y elecciones libres, a la voluntad.
Hasta la próxima semana, si Dios nos lo permite.
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