Entre 1815 y 1820 Europa sufrió dos grandes secuelas que obligaron a sus Estados a considerar una gran migración. La primera devino de la devastación provocada por las guerras napoleónicas, y la segunda, por los efectos del estallido del volcán Tambora, que produjo la mayor erupción conocida en la contemporaneidad.
El 10 de abril de 1815 dicho volcán, ubicado en la isla de Sumbawa, Indonesia, estalló, y de acuerdo al geólogo Camilo Vergara: «“[…] su masa eruptada se ha estimado en cerca de 50 km³ DRE (roca densa) de la cual 97% habría sido emitida como flujos piroclásticos y phoenix clouds (depósitos co-ignimbríticos) […] […] El ruido provocado por las explosiones se escuchó a una distancia de 2600 kilómetros […]”. Y según las conclusiones del estudio, el magma emitido mató “[…] más de 71,000 personas en Sumbawa y Lombok […]”. Se asume, entre sepultadas, quemadas y asfixiadas. Muchas otras fallecieron a causa de las consecuencias sobrevenidas: enfermedades respiratorias y el hambre provocada por la pérdida de las cosechas, calculándose una cifra total de 117,000 decesos»[1].
Europa, a pesar de la distancia, fue alcanzada de manera violenta. El terrible invierno volcánico que le sobrevino, los aguaceros torrenciales y la ausencia de los veranos aunados a las secuelas de las guerras apremiaron a Inglaterra, Irlanda, Italia y Alemania a buscar, más allá de los mares, espacios que permitieran su colonización bajo condiciones favorables para sus migrantes. De esa cuenta, entre 1820 y 1900 emigraron entre 20 y 25 millones de europeos hacia América.
El impacto de la erupción volcánica habría sido menos letal si los territorios no hubiesen estado en las condiciones de ruina que les provocaron los conflictos bélicos librados entre Francia y otros países europeos en el lapso de 1799 y 1815.
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Cien años más tarde sucedió la Primera Guerra Mundial (1914-1918). Tuvo varias causas de índole diversa. La gota que rebalsó el vaso fue el asesinato del archiduque Francisco Fernando de Austria que tenía derecho al trono austrohúngaro. En el substrato yacía la rivalidad entre las potencias imperiales europeas (muchos de sus líderes eran familiares), las competencias económicas y coloniales más allá de las fronteras del Viejo Continente, los extremismos nacionalistas y las diferencias étnicas con sus conflictos y efectos. Treinta años más tarde sucedió la Segunda Guerra Mundial que algunos tratadistas han considerado como una continuidad de la primera. Así, Whitney Howart dice: «“La Gran Guerra” fue librada desde 1914 a 1919 (Sic). Pero cuando otro conflicto importante sucedió de 1939 a 1945, los dos eventos fueron conocidos como la Primera Guerra Mundial y la Segunda Guerra Mundial. Al igual que en los títulos de los libros, esto suena menos como guerras distintas y más como dos partes de la misma historia. De hecho, algunos historiadores argumentan que se trató de una guerra continua prolongada. ¿Están en lo correcto? Una forma de averiguar si dos eventos son continuos es buscar las continuidades: los temas y situaciones que los conectaban»[2].
La cifra de muertos en cada conflicto fue espantosa. Entre 30 millones de personas durante el primero y 50 millones durante el segundo, siendo optimistas.
A cien años de la I Guerra Mundial los actuales conflictos entre Rusia y Ucrania con sus preludios y sus derivaciones parecieran estar colocándonos en otra escala bélica de alcance mundial. De tal manera, los lapsos de 1799 a 1815 y 1914 a 1918 (replicado este entre 1939 y 1945) tienen mucho que decirnos. Si los líderes mundiales se tornaran consecuentes con los valores y los principios morales que enarbolaron como argumentos de campaña quizá las tensiones disminuirían y nos alejaría de un punto de no retorno del cual estamos muy cerca.
«No sé con qué armas se peleará la tercera guerra mundial, pero la cuarta será con palos y piedras» fue una declaración que se atribuyó al doctor Albert Einstein después de la Segunda Guerra Mundial[3]. Haya o no haya sido Einstein la fuente, el apotegma no está lejos de la realidad porque un zoquetazo nuclear no lo aguanta nuestro planeta.
Como presagios nada gratos, en cada uno de esos terribles lapsos, la enfermedad ha hecho presencia a manera de brotes epidémicos o pandemias. Durante las guerras napoleónicas hubo muchos casos de viruela en Europa que disminuyeron gracias al descubrimiento de la vacuna antivariólica por el Dr. Edward Jenner (1796). La pandemia de influenza que inició en 1918 mató a más personas que la recién concluida gran guerra (unos 50 millones de fallecidos a causa de la acometida del virus AH1N1). El 5 de mayo de 2023 se dio por finalizada la pandemia de Covid-19 (declarada como tal el 30 de enero de 2020), que mató cerca de 15 millones de personas en el mundo[4].
Así los hechos, en esta centuria cabe preguntarse: ¿Estamos al borde de otra hecatombe? ¿Hacia dónde vamos como humanidad?
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[1] Vergara, Camilo. (2014). Volcán Tambora (Indonesia) en 1815: La erupción más grande de la historia y sus consecuencias. Chile: Facultad de Ciencias Físicas y Matemáticas. Universidad de Chile. En: Guerrero, Juan J. (2023). La noche del amaranto. Costa Rica: EUNA. P. 11.
[2] https://www.oerproject.com/OER-Materials/OER-Media/HTML-Articles/Origins....
[3] https://news.un.org/es/story/2020/01/1468361
[4] https://www.un.org/es/desa/las-muertes-por-covid-19-sumar%C3%ADan-15-mil...
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