«La desigualdad no es dañina, es natural; la igualdad absoluta no existe; la ambición de ser rico es la causa del desarrollo; la pobreza es el estado natural del ser humano; la desigualdad no es causa de pobreza, al revés tampoco; países con altos niveles de igualdad son extremadamente pobres y países altamente desiguales son menos pobres y que no se puede pretender, hoy, repartir la riqueza dentro de todos para que no haya desigualdad y mañana cuando se rompa esa igualdad, hacer lo mismo reiteradamente».
Incluso se culpa a los indígenas por ser pobres y vivir en desigualdad, especialmente las mujeres, y que eso, con optimismo, se puede cambiar, siempre que el control del Estado no cambie de manos, ni de prácticas corruptas, como han venido acostumbrando y contra lo cual las autoridades ancestrales han alzado con dignidad la voz y la lucha, sin el apoyo de varios estratos urbanos y ladino/mestizos.
Hice un ejercicio estadístico, al modo de la clase dominante y de académicos cuando justifican su posición e ideología (la universidad Francisco Marroquín, bajo esta lógica estadística, niega en un estudio realizado que la corrupción genere pobreza): un catedrático universitario, de una universidad de ellos puede tener ingresos de 45,000 quetzales mensuales e ir a un restaurante de los que acostumbran en la zona 10 o 14 y servirse una cena de alrededor de 450 quetzales, o sea 1 % de su ingreso mensual. Por otro lado, una persona que llega a la capital en busca de algún servicio de salud, por ejemplo, almuerza en un comedor sencillo en la zona 1 por 30 quetzales y gana (el equivalente a la propuesta de salario mínimo diferenciado, si es que le va bien) 3,000 quetzales al mes, o sea, también gasta por comer afuera 1 % de su ingreso. Nuestros flamantes economistas neoliberales, con base en las estadísticas, dirán que ambos están iguales y por lo tanto la desigualdad no es tanta.
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Más o menos así discurre el monopolio de la discusión en el país, por élites académicas de determinada clase y cultura, mientras este se derrumba económica, política y culturalmente. En el pasado, un informe del jefe de la Oficina del Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Derechos Humanos, durante su visita a Guatemala dijo tajantemente que «esta tragedia también resume lo que muchas personas me han dicho durante esta visita: que hay dos realidades en Guatemala. Para una pequeña minoría, Guatemala es un país moderno y funcional donde se concentra el poder económico y político; para el resto de la población, en particular para las mujeres, los pueblos indígenas, afrodescendientes, migrantes y personas con discapacidad, es un país donde han enfrentado toda una vida de discriminación, marginación y los efectos perniciosos de la corrupción y la impunidad».[1]
En resumen, desigualdad y pobreza. ¿Y la población de las varias Guatemala que no tiene cabida en las discusiones sobre su realidad, qué hace?
Los medios de comunicación, concentrados en la ciudad capital, documentan con grandes titulares la inauguración del árbol cervecero, de las luces de una cadena de pollo rostizado y miles de padres de familia con sus hijos se embelesan con las luces, música y colores. Espectáculo, fantasía y entretenimiento, dicen los medios (¡cabal!) y al mismo tiempo, la publicidad adoctrinando a los asistentes, menores de edad especialmente, al consumo de bebidas embriagantes y comida chatarra que, dicen, dan la oportunidad de seguir fantaseando.
Nuestros imaginarios son distintos a la realidad. La otra Guatemala, que no sale en los medios, realiza al mismo tiempo, en muchos puntos del país, la más grande resistencia de dignidad contra este sistema injusto y desigual. Jóvenes artistas, hombres y mujeres, autoridades ancestrales, pequeños comerciantes, sin espacio ni en los grandes medios ni en la capital, llevando a la población un mensaje alentador, sostenible, revolucionario y responsable en medio de la desigualdad y la pobreza, para cambiar a la Guatemala que los poderosos nos han impuesto y que interpretan a su manera y a sus intereses.
¿Serán los pueblos y la juventud la reserva moral para refundar el Estado, regenerar la dignidad y participación ciudadana? ¡Sí!
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