El suceso se suma a otros triunfos y alegrías que el mundo del arte y el espectáculo le han brindado al país. Aunque no fue tan mediático, el triunfo de Ixcanul, ópera prima del realizador guatemalteco Jayro Bustamante, que se alzó con el Oso de Plata del Festival Internacional de Cine de Berlín –conocido como la Berlinale– para luego cosechar 45 premios más a nivel internacional durante los siguientes dos años. La tercera película de Bustamante, La Llorona, llegó a las puertas de los premios Oscar, aunque no logró entrar al grupo de cinco nominadas como mejor película extranjera.
Estas son apenas dos perlas que ilustran el enorme potencial que tiene para el país el rubro del arte y la cultura, uno de los más olvidados y abandonados históricamente, a contrapelo del avasallador talento y riqueza que abundan por estos lares.
Artistas de todas las ramas luchan contracorriente y destacan en festivales barriales y eventos underground, sin llegar nunca a entrar en contacto con el gran público. Mientras tanto, en Guatemala la mayoría de la población busca un escape a su cotidianidad gris de escasez de servicios públicos, inseguridad y alto coste de la vida a través del fútbol, principalmente las ligas europeas y sudamericanas, pero también mediante el eterno anhelo de llegar a un mundial, sufriendo en la estela de una selección que brinda escasos triunfos, que jamás clasifica y que mantiene inexplicablemente a la gente en el anhelo de «la próxima vez seguro que sí».
Sin embargo, al margen de que el futbol pueda ser una distracción sana y aceptable, es triste que la principal fuente de distracción de la gente sea un deporte donde no hay triunfos, habiendo un panorama cultural rico e inexplorado que, además de ocio y entretenimiento, podría generar ingresos considerables al país (la industria cultural genera millones de dólares en países como España, Argentina e incluso la vecina Costa Rica, que con mejores condiciones atrae a grandes estrellas de la música que ofrecen megaconciertos en su nación). E incluso en el área del deporte, Guatemala ha demostrado grandes logros en otras ramas lejanas al fútbol, como la gimnasia y las artes marciales. De hecho la única medalla olímpica en la historia del país es la presea de plata que Erick Barrondo ganó en los juegos olímpicos de Londres en 2012. Sin hablar de otros triunfos individuales como la Maratón de Boston ganada por Doroteo Guamuch Flores en 1952. Sin embargo, todos estos deportes sufren del mismo abandono por parte del estado que las artes y la cultura.
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Ejemplos como la épica lucha del zacapaneco Kevin Cordón, que ha acariciado una medalla olímpica en más de una ocasión, y que tiene que entrenar en una iglesia de su natal La Unión en horas en las que no hay servicio. Todo por falta de apoyo y recursos, mientras que altos dirigentes de las federaciones deportivas se embolsan altas sumas y viajan (ellos sí) por medio mundo. De hecho, la orfandad en la que se encuentra el deporte nacional cayó durante la administración de Alejandro Giammattei a abismos absurdos, con la pugna a lo interno del Comité Olímpico Guatemalteco (COG) entre Gerardo Aguirre y Jorge Rodas en un estira y afloja cundido de acusaciones de influencias e intervencionismo político. La pugna fue ganada por Rodas, ante quien intercedieron diferentes tribunales guatemaltecos incluyendo al más alto, la Corte de Constitucionalidad, pero lo único que todo este dream team político-legal consiguió fue que el Comité Olímpico Internacional (COI) desconociera al COG como autoridad deportiva legítima y prohibiera a los ya de por sí abandonados atletas nacionales competir bajo la bandera guatemalteca. Así asistieron a los últimos juegos panamericanos, realizados en Santiago de Chile en 2023, y todo apunta a que los atletas tampoco podrán asistir a los Juegos Olímpicos de París 2024 representando oficialmente a Guatemala.
Por eso es esperanzador que durante su gira europea de febrero, el presidente Bernardo Arévalo haya concertado una cita en Ginebra con las altas autoridades del COI para discutir el caso de Guatemala y buscar una solución. Algunas personas han planteado que el país tiene cosas más importantes de qué preocuparse que el deporte federado, pero están equivocados. Actividades como el deporte (el deporte esforzado y bien hecho, no el de puro show y masas), el arte y la cultura son fundamentales para el fortalecimiento de la identidad nacional, para el enriquecimiento de los ciudadanos de un país e incluso, como ya lo he apuntado, para su economía.
Esperemos que las gestiones del presidente Arévalo traigan buenos resultados y que este sea sólo un primer paso para darle a esa amplia gama de actividades que comprenden la cultura y los deportes, el lugar que se merecen en un país en camino a un verdadero desarrollo.
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