El libro empieza con una cita punzante sobre la crítica al librecambio. Principalmente cuando se celebran acuerdos comerciales entre dos naciones con una asimetría notable en su desarrollo, cualidades culturales, tamaño de los subsidios y demás, y se carece de salvaguardas. Al final, resulta ser, que las naciones grandes se enriquecen a costa de otras y el colonialismo de siglos pasados es la muestra más contundente de ello, así como el atraso de Centroamérica y el África subsahariana, por ejemplo.
Es así como la controversia sobre proteccionismo versus librecambio acapara las discusiones del mundo actual. Lógicamente, las naciones más desarrolladas abogarán, del diente al labio, por el librecambio, para luego establecer barreras cuando el acceso de un bien comienza a afectar algún sector social de productores o comerciantes.
Nos dice Arghiri que puede decirse que la regla universal, desde la alta Edad Media y, más aún, desde la época grecorromana —para no remontarnos más hacia el pasado— ha sido siempre proteger nuestras fronteras, con aranceles y otras barreras de entrada de artículos importados. Incluso, nos dice el estudioso, que Aristóteles preconizaba la autarquía, argumentando que una región que no dependiera de nada externo, alcanzaría la verdadera independencia.
Hoy cabe agregar algo completamente anormal en nuestro entorno, algo que ha estado sucediendo en los últimos años: la presencia de una balanza comercial abismalmente negativa, representando nuestras exportaciones totales versus las importaciones, equivalente en 2022 y 2023 a 16000 millones de dólares en saldos negativos.
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La pregunta, que ni siquiera la propia Misión del Fondo Monetario Internacional, que analizó la economía guatemalteca enfatiza, es si será sostenible esa capacidad de pago, y oferta de divisas, que mantiene un tipo de cambio barato, abundancia de dólares, a pesar de que la fuente de la divisa verde no son las exportaciones. Ello debiera ser un tema de grandes preocupaciones hacia el futuro, porque, sencillamente, el malgasto en baratijas y consumismo, nos llevará, tarde o temprano a la anomia social y más desempleo y desindustrialización.
Y quizás, la aberración más grande del intercambio desigual viene de la balanza comercial con la China Continental: En 2023 China nos vendió 4122 millones de dólares, mientras que Guatemala vendió a China únicamente 82 millones; es decir, una relación de 50 veces más, como se indica en un interesante reportaje del sábado 25 de mayo en Prensa Libre, escrito por Rosa María Bolaños y Urías Gamarro.
De acuerdo con interesantes análisis, en fecha reciente el actual presidente de China Xi Jinping, reforzó su poder, al tenor de la realización del vigésimo Congreso del Partido Comunista Chino. En este, Xi Ping maniobró para consolidar el poder, depurando además a diversos adversarios políticos.
El partido tiene un control total sobre el sector privado, y ha expandido el rol de las empresas públicas, incluyendo las áreas de vanguardia de la industria y de la tecnología. Además, llevó a cabo notables inversiones y subsidios para salir airoso de la pandemia. Así, la alegoría del libre comercio es hoy toda una utopía.
La estrategia de la mayoría de países de América Latina ha sido la de buscar no solo relaciones comerciales y de inversión y, también diplomáticas, buscando incorporar Inversión Extranjera Directa para dirigirse hacia la nueva revolución industrial.
Mientras tanto, la estrategia de un empresario racional y ávido de riqueza en el corto plazo sería olvidarse de las innovaciones tecnológicas internas en el ramo productivo. Debería aprovechar la divisa barata y los aranceles, así como establecer una buena estructura de trámites aduaneros, representación comercial y distribución para tomar ventaja de la baratura de los productos chinos. Estos no solo disfrutan de subsidios, sino también de las ventajosas economías de escala de un país con 9.6 millones de kilómetros cuadrados y más de 1,400 millones de almas en su territorio.
Esa óptica cortoplacista de empresas y empresarios estará muy bien, hasta cuando la divisa se agote, y la desindustrialización vaya generando más contadores, abogados, bodegueros y demás; y menos ingenieros, electricistas e inversión e investigación tecnológica. Con el agravante de que no contamos ni un canal de Panamá ni pozos petroleros de calidad para mantener esa desigual estructura comercial. Y cuando lleguemos a ello, los lamentos serán vociferantes, mientras que las soluciones ya serán tardías.
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