Vemos la larga lista de acciones autoagresivas que podemos realizar a diario, sin escandalizarnos al respecto (fumamos, aunque sabemos que eso puede producir graves enfermedades respiratorias. O viajamos en moto sin el correspondiente casco, aun sabiendo del peligro mortal que esa conducta puede acarrear, para graficarlo con ejemplos cotidianos). Para mostrar todo ello tomemos datos de la Organización Mundial de la Salud -OMS-:
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7,000 personas mueren diariamente por consumo alcohólico
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1,600 fallecen cada día por sobredosis de drogas ilegales
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3,500 casos diarios de contagios de VIH, en el 99 % de ellos por relaciones sexuales sin la debida protección
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1,700 seres humanos mueren cada día por VIH-SIDA
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3,500 individuos fallecidos cada 24 horas por accidentes de tránsito perfectamente evitables (manejar a exceso de velocidad, en estado de ebriedad, sin cinturón de seguridad, irrespeto a las normas viales)
Ello, sin contar con los 2,000 suicidios diarios ocurridos en todo el planeta (más muertes que por malaria o cáncer de mama). Es decir: hay 15,800 muertes cada día por autoagresiones, el 10 % de todas las muertes diarias en el mundo, decesos que, en general, salvo los suicidios, no se consideran como hechos psicológicos, pero que sin dudas tienen a la base un importantísimo componente autoagresivo. Pulsión de muerte, diría Freud.
Se pregonan la paz y el amor, la concordia y la resolución pacífica de conflictos, pero vemos que, además de hacerse tan difícil la convivencia pacífica a nivel planetario (más de 50 frentes de combate existen al día de hoy en todo el globo), la autoagresión que nos mueve es realmente alta.
¿Por qué somos así? ¿Por qué nos suicidamos en cantidades tan altas?, contando con que muchas de las muertes arriba mencionadas pueden considerarse «suicidios en cámara lenta». Pues bien: cobra total sentido aquello que citábamos de Freud, y que podemos parafrasear como «el conflicto intrapsíquico» es el precio de la civilización.
¿Por qué el suicidio? Muchos autores a lo largo de la historia se hicieron esa pregunta, aportando diversos intentos de explicación. Lo cierto es que ninguno logra entender su mecanismo íntimo. ¿Por qué? Porque faltaba una dimensión fundamental para aprehender el comportamiento humano: la dimensión de lo inconsciente. Si ubicamos el suicidio en el campo de la psicopatología, estamos ante un verdadero enigma: es una «enfermedad» que, cuando se declara, distinto a todas las otras, ya es demasiado tarde, porque el sujeto portador ya está muerto. Lo cual lleva a una pregunta fundamental: ¿se puede prevenir?
La explicación propuesta por Freud, continuada y ampliada por otros psicoanalistas, hace uso de ese concepto toral en el edificio conceptual psicoanalítico, tal como es el «inconsciente». Sin él, no podría captarse nunca la dimensión de esa cosa tan rara, tan enigmática e incomprensible como es el suicidio. Eso quita definitivamente a todas esas conductas «raras», oscuras y misteriosas, como la autoaniquilación, del campo de las decisiones voluntarias, de la conciencia.
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La cuestión radica en qué mecanismo íntimo obra ahí que lleva a alguien a ese final trágico: los hombres de manera más cruenta (ahorcamiento, armas de fuego, arrojándose al vacío), las mujeres con métodos más suaves, si así puede decírsele (uso de sustancias). Pero ¿por qué? En el duelo normal se pierde un objeto externo; en la melancolía también hay una pérdida, pero no se trata de un objeto de la realidad (un ser querido) sino que estamos ante un mecanismo inconsciente: no se sabe exactamente qué se perdió. La experiencia clínica indica que se hizo una identificación con ese objeto de amor perdido, por lo que toma sentido la frase tan repetida de Freud de «La sombra del objeto ha caído sobre el yo, quien, en lo sucesivo, podrá ser juzgado por una instancia particular [la conciencia moral] como un objeto, como el objeto abandonado». En otros términos, el objeto del castigo y de los autorreproches («no valgo», «soy despreciable», «no tengo derecho a vivir»), es el propio yo, que viene a representar a ese objeto perdido. Al retirarse el vínculo con el objeto exterior, la energía se dirige hacia el propio yo, evitando así la hostilidad hacia el otro, hacia ese objeto que el sujeto siente como que lo ha abandonado. Por tanto, encontramos ahí ambivalencia en el vínculo con el propio yo: amor y la necesidad de sobrevivir junto al odio que está en la base de los lastimeros remordimientos y en la búsqueda de castigo.
Tan grande es ese castigo, que termina eliminándose a sí mismo. En otras palabras, según la perspectiva psicoanalítica, el suicidio representaría una forma inconsciente de matar al otro, amado y al mismo tiempo odiado. No hay allí, definitivamente, ningún mecanismo consciente, ninguna elección voluntaria. Quien se suicida es víctima de una historia subjetiva que lo destroza, y que lo lleva finalmente a destrozar su cuerpo. Por tanto, la descripción sintomatológica que hace la psiquiatría no termina de dar cuenta de la complejidad del fenómeno.
¿Se puede prevenir? Si es un mecanismo inconsciente: pues no. Poner soldados armados en el Puente del Incienso para que nadie salte, no previene nada. Tema complejo este, que nos confronta con los límites humanos.
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