En Sostiene Pereira, el protagonista, Pereira, encargado de la sección cultural de un periódico en la Portugal de Salazar, contrata a un muchacho —un filósofo especializado en la muerte— para escribir necrologías anticipadas de escritores célebres que aún viven. La tarea podría parecer trivial y divertida en cualquier contexto, sobre todo en medio de una dictadura; no obstante, los obituarios terminan siendo textos subversivos con connotaciones políticas. Enfrentado con el censor del periódico, Pereira, otrora un personaje neutral y ajeno al contexto político, un nostálgico y enamorado de la literatura, decide involucrarse en la lucha contra el fascismo y termina exiliado como tantos por tomar una postura.
Sostiene Pereira es una de las hermosas novelas que leí gracias a Mario Vargas Llosa, protagonista de decenas de despedidas y obituarios que hemos visto publicados estas últimas semanas por su fallecimiento. Pese a que me gusta llegar de último, tarde y desentonando, no hace falta que cuente que mi novela preferida es Conversación en La Catedral para despedirme del autor que hizo que me enamorara de la literatura. Podría, en cambio, recomendarles Historia de Mayta, por ser menos conocida y otra de sus mejores. Tampoco hace falta que les diga que me leí casi todos sus libros, incluidos sus ensayos, y que no voy a leer los últimos que publicó para que siempre quede algo pendiente entre nosotros. Tampoco hace falta que les cuente que cuando era adolescente imprimía sus columnas dominicales, las leía y subrayaba y guardaba en un folder. No hace falta que les cuente nada de eso, porque otros ya lo contaron y lo hicieron mucho mejor de lo que yo podría hacerlo.
[frasepzp1]
Lo que me sorprendió fueron los «izquierdistas» que optaron por verse diminutos frente a un gigante, evidenciando una estrechez de miras que, en ciertos círculos, parece habitual. Que sí, es verdad que los últimos años del Nobel parecen reñir con su enorme legado intelectual y político liberal, sobre todo sus reiteradas apuestas políticas por una derecha antidemocrática. Parecía a ratos que el temor también le había ganado, que le tocaba releer y repensar lo escrito en La llamada de la tribu. Pero siendo sinceros, ¿a quién no? ¿Quién está exento de esta ola polarizante, del miedo que se extiende y la crispación que nos sigue hasta nuestros espacios más íntimos? Los años pasan y pesan, sino pregúntele a Armando de la Torre o al difunto Mario Roberto Morales. ¿Es generacional la decadencia o generalizada? ¿No será que los tiempos son peores y no solo quienes los habitamos?
Según Pew Research Center, la polarización ha venido aumentando significativamente dejando menos gente en el centro. Sin embargo, no creo que todo sea polarización ni que toda polarización sea negativa. Posicionarse políticamente siempre ha conllevado costos. Antes ser de izquierdas era razón suficiente para exiliarte o matarte en muchos países, como tan bien lo sabe Pereira que terminó exiliado por la dictadura fascista de Salazar. Vargas Llosa también lo supo, no solo porque tomó una postura política, incluido su famoso giro de izquierda a derecha, sino porque también participó en las elecciones presidenciales de su país, derrota narrada (¿justificada?) en El pez en el agua. No sé, y aquí no es el lugar para suponer, qué tanto de todo ello jugó a favor y en contra, qué tanto perdió y qué tanto ganó, pero imagino las tensiones, no solo con la gente que lo rodeaba, sino también entre sus distintas actividades como intelectual, comentarista, escritor, político.
Vargas Llosa fue el escritor que elegí cuando me pidieron escribir un ensayo para entrar a la universidad. En ese entonces pocas cosas deseaba tanto como vivir y escribir como él. Gracias. Nunca creí incompatible escribir ficción con tomar posturas políticas, con defender y desarrollar ideas. Pese a las tensiones, son dos planos distintos. Por eso es que aunque la duda sea el lugar donde habito cuando escribo, y creo que las preguntas sin respuesta mueven la buena literatura, en política no tomar una postura a favor del progreso y la libertad es inadmisible. Pereira entendió por las malas que lo político condiciona nuestras vidas, incluso si eres solo un nostálgico enamorado de la literatura, pues el precio del silencio y la inacción es demasiado alto. Lo he dicho otras veces, prefería hacerme el idiota, pensar en literatura como Pereira, pero la política es inescapable. En ese sentido, la literatura es necesaria, pues es democrática, polífona, compleja. Un antídoto contra los fanatismos y las simplezas autoritarias, como bien lo supo Vargas Llosa.
Más de este autor