Ante su papel de pequeño engranaje en una inmensa maquinaria, Guatemala ha recurrido a diversas estrategias en el plano internacional, entre ellas el aislacionismo, el cual ha adoptado en los momentos más crudos y autoritarios de su historia. Baste con recordar la suspensión de relaciones diplomáticas con España luego de la quema de la embajada de aquél país, la cual, según abundantes testimonios y las investigaciones de por lo menos dos comisiones independientes, fue provocada por agentes del Estado. En esa tragedia perecieron 37 personas.
Ya un par de años antes, el mismo presidente de Estados Unidos de América (que era uno de los verdaderos jugadores del gran juego), Jimmy Carter, había suspendido la ayuda militar a Guatemala por las atrocidades cometidas por sus fuerzas de seguridad. Y fue precisamente la necesidad de sacar al país del aislamiento internacional, principalmente por razones comerciales y económicas, lo que dio su mayor impulso a la restauración democrática y al largo proceso de paz subsiguiente. Posteriormente, el tono más democrático o más autoritario de los gobiernos de turno se ha visto reflejado en su apertura o enclaustramiento frente a la comunidad internacional. De ahí las alarmas que se dispararon cuando, paulatinamente, el gobierno de Jimmy Morales, primero, y el de Alejandro Giammattei, después, empezaron a distanciarse en pleno de la comunidad internacional, a hacer caso omiso de instituciones de control de derechos humanos, como la Sociedad Interamericana de Prensa (SIP), entre otros, e incluso a plantear abiertamente su desprecio por cualquier reprimenda o llamada de atención sobre sus actuaciones. Todo lo anterior tenía tenebrosos ecos y amargos resabios al viejo aislamiento de las dictaduras institucionales de los años sesenta y setenta.
Por eso también resulta de tanta importancia para el país el viraje que el nuevo gobierno le ha dado a su política de relaciones exteriores, lo que no sorprende si se toma en consideración que el organismo ejecutivo está encabezado ahora por alguien que ha dedicado la mayor parte de su vida profesional a la diplomacia. En su gira europea de finales de febrero, Bernardo Arévalo no sólo se reunió con el Comité Olímpico Internacional (COI) para tratar el tema del desastroso estado interno de nuestros deportes federados, lo que tiene a los atletas nacionales al borde de no participar en las Olimpiadas de París de este año, tal como lo comenté en una columna anterior. También asistió a la Conferencia de Seguridad, que se celebra anualmente en Münich, y donde se codeó con una gama de funcionarios y jefes de Estado, viajó a Bruselas donde tuvo reuniones con distintos representantes de la Comisión Europea, se reunió con Emmanuel Macrón en Francia y por último se entrevistó con la plana mayor del gobierno de España, incluyendo al Rey Felipe VI y al presidente Pedro Sánchez.
[frasepzp1]
Además de agradecer el apoyo durante el asedio judicial sufrido en 2023 y asegurar la cooperación económica y de otra índole, la gira de Arévalo marca el abandono de la política aislacionista de los dos gobiernos anteriores, y el regreso pleno de Guatemala al orden internacional establecido. Ello incluyó momentos polémicos, como el saludo a Zelenski, que algunos criticaron, pero es importante recalcar que en estas conferencias internacionales el protocolo hace inevitables estos encuentros, y no caben comparaciones con el ridículo viaje que Giammattei realizó a Ucrania a expresarle su apoyo al mandatario en la guerra contra Rusia (aunque tal vez el apoyo del ahora expresidente guatemalteco explicaría el desastroso rumbo que está tomando la guerra para los ucranianos, nunca se sabe), ya que en esta última ocasión, el encuentro se dio en el marco de una conferencia multilateral donde Arévalo y Zelenski coincidieron, y siendo este último todavía el niño bonito de las potencias occidentales, el protocolo obligaba al saludo. Al margen de estas anécdotas, la gira de Arévalo es un punto a favor para el país, y posibilita la apertura de puertas que no deben ser desaprovechadas.
Sin embargo, una nota publicada esta semana en los diarios nacionales apunta a una arista más oscura de la geopolítica: un grupo de senadores republicanos, encabezados por Jim Risch, y que incluía a miembros destacados de la política del país del norte como Marco Rubio, se quejó del «mal uso» dado por el gobierno de Joe Biden a las sanciones por corrupción aplicadas a diversos políticos latinoamericanos, entre ellos Alejandro Giammattei, a quien se refirieron por nombre y llamaron un «fuerte socio de seguridad de EUA […]».
Este episodio es un claro indicador de que el lobby guatemalteco que cabildea ante los conservadores de Washington sigue en buena forma, lo cual debe ser un llamado de atención ante la posibilidad de que Donald Trump vuelva a ocupar la presidencia de su país este año. La llegada de Trump a la Casa Blanca significó la pérdida total de apoyo para la CICIG por parte de EUA, y su eventual expulsión del país, además de otros bochornos como el que nuestro territorio haya sido declarado «tercer país seguro», y el alcahueteo por parte del vecino del norte de todas las barbaridades autoritarias del gobierno de Morales, por lo que el riesgo de que cualquier avance democrático alcanzado este año en Guatemala se vuelva a malograr, es latente.
De ahí la importancia crucial de que el gobierno de Arévalo maniobre para asegurarse asideros sólidos en Washington que le permitan sortear estos peligros. Confiemos en que, en esta ocasión, la habilidad diplomática del gobierno le permita sortear el peligroso destino que a veces está implícito en la geopolítica.
Más de este autor