«Lo efímero no cuenta»: un reencuentro con Isabel Ruiz

Durante los últimos años aparecía en su silla de ruedas, y alrededor de ella nos íbamos turnando para escucharla hablar, para que nos contagiara un poco de la intensidad que siempre la acompañaba. Incluso, durante una crisis de salud, previo a una exposición, cuando tuve la oportunidad de entrevistarla al lado de su cama, nunca vi que mermara esa fuerza que salía de sus ojos, de sus proyectos y del movimiento de sus manos.

[frasepzp1]

Isabel Ruiz siempre fue toda fuego, toda fuerza, toda luz. Y eso se debía, seguramente, a que se había acostumbrado a caminar entre las sombras: las del arte, como una minoría que no cumplía con las expectativas estéticas y decorativas que la sociedad tradicional esperaba de su género; las de los años más duros de la Historia de este país; y a través de la espesura de la acuarela que rasgaba para atravesar su oscuridad.

Isabel Ruiz también fue lúcida y sombría. Supo hablarnos del horror a través de los colores, la fuerza en el trazo, las imágenes del mal sueño de un país. Hizo estadísticas de la violencia de Estado con tiza blanca y con sábanas teñidas con sangre. Nos habló de una época de crímenes nacionales con carbón y con ceniza, y puso a danzar cuerpos metidos entre costales para que experimentáramos, al mismo tiempo, la belleza y el horror.

Isabel Ruiz murió en septiembre de 2019. Tuvieron que pasar varios meses de julio para que volviera a encontrarme con ella. Y eso fue este año, a varios kilómetros de FILGUA, durante la exposición de su obra en el Centro Cultural Municipal, nombrada a partir del título de un poema que escribió Morales Santos, Lo efímero no cuenta. Y que presentó parte de su trabajo gráfico, performático y de instalación.

Como en julios anteriores, la observé, fascinada, en silencio. Me volvió a calar profundo su fuerza. En más de un momento, me detuve para verla ser, para escucharla hablar de lo que la apasionaba. Y frente al video del performance que hace alusión a «Las dos Fridas» ―en donde se sentó junto a diversos asistentes, con los que conectaba a través de las manos, y de un estetoscopio con el que les escuchaba el corazón― volví a pensar en su conexión con este país, con su Historia y sus sensibilidades. En el eco potente de los años que nos llega a través de su arte, en su esencia viva y palpitante.