Notas al margen (2)

 Al fin y al cabo, el baile, la alegría, siempre han sido resistencia. Pero lo que suena regularmente allá, al fondo de septiembre, es una tonadilla militar, que no invita, exige. Que dice que afuera lo que hay es una guerra, y los que marchan serán ―siempre han sido― carne de cañón. Los niños, sí. Los jóvenes de un país estancado en una lucha entre el saqueo de siempre y la posibilidad truncada de siempre. Suena una trompeta, marcan el paso una retahíla de tambores. Y, en nombre de un país, hacen marchar hacia tribunales a las autoridades ancestrales que se atrevieron a movilizar a los ciudadanos en defensa del voto popular. Desde hace meses, los líderes comunitarios son obligados a esperar una audiencia, a permanecer en prisión, a ver cómo su lucha, en nombre de todos, se revierte en su contra. Afuera suena una melodía marcial, que juran es de fiesta, y no el ruido de fondo de un país donde sus ciudadanos urbanos se han acostumbrado a atestiguarlo todo como quien no ve, a escuchar, inmóviles, y a permanecer en silencio. Extrañas maneras las suyas de celebrar.

[frasepzp1]

Como si fuera un sueño / Uno entra a una sala de teatro ―o a cualquier espacio que la emule― con una disposición, la del aislamiento en compañía, la de dejarse seducir por los sonidos y los guiños de la luz que van guiando las miradas. La de cruzar voluntariamente el primer telón, uno invisible, que conforma un paréntesis, un intersticio entre realidades, que nos permitirá entrar con los sentidos abiertos, a la representación de ese sueño ajeno que, de alguna manera, también nos refleja. Pero, entonces, está el que tose, el que carraspea como si estuviera a punto de entrar en escena, el que hace perceptible las vueltas de sus dedos alrededor de un papel, el que no puede contra la inercia de activar cada cierto tiempo la luz de su pantalla. Es a partir de ellos, que el hilo entre la realidad y quien se había dejado ir, se tensa. La realidad lo trae de vuelta. Como cualquier noche lo haría el vuelo de un zancudo, el sonido de una notificación a deshoras, cinco balazos en la avenida o el gato del vecino jugando a cabalgar el fin del mundo. Entonces, el sueño se fragmenta, el reflejo se vuelve intermitente, y gana la realidad, como casi siempre.