Conste, mi enfoque es atinente a si vale la pena o no participar en los concursos y qué importancia tiene hacerlo (porque de ello me pidieron argüir). De tal manera, un nombre alterno para mi escrito podría ser ¿Qué importancia tiene participar en certámenes literarios nacionales e internacionales? Y también (como propósito) responder algunas preguntas específicas. Por ejemplo: ¿Vale la pena hacerlo?
Inicio entonces (desde mi experiencia) compartiéndoles los tipos de concursos en los que he participado.
Los hay institucionales (públicos y privados) y aquellos promovidos por grandes editoriales, de alcance mundial y constituidas como empresas comerciales. Los primeros corresponden a municipalidades, casas de la cultura, centros educativos de diferente nivel (usualmente medio o universitario), comisiones permanentes de juegos florales, centros de difusión cultural, instituciones religiosas y otras similares. Los segundos son los gestados desde las editoriales mencionadas y que anual o bianualmente lanzan un best seller. Su propósito atañe a un enorme éxito comercial.
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Es en la primera categoría (institucional pública o privada) donde se puede participar en diferentes ramas o géneros. Dos ejemplos categóricos en Centroamérica (no los únicos, pero sí los mejores) son los Centenarios Juegos Florales Hispanoamericanos de Quetzaltenango y el Certamen UNA-Palabra de la Universidad Nacional de Costa Rica. Y fuera de la esfera universitaria los concursos que gestan tres o cuatro ramas en una sola edición se llaman Juegos Florales. Estos tienen ámbitos definidos (temáticos o geográficos) y en algunos casos hay un límite de edad como requisito para concursar.
No argumentaré acerca del valor económico de los premios porque la búsqueda dineraria no está en mi horizonte de participación, pero sí es importante saber que así como hay premios que consisten en un diploma solamente, hay –fuera de nuestras fronteras– otros cuyos galardones incluyen erogaciones excepcionales. En cuanto a cantidad de concursos solo en España puede encontrarse más de 3000 convocatorias anuales cuya cobertura va desde muy locales hasta prestigiosos premios del orbe mundial.
En ambas categorías, institucionales y promovidas por editoriales, he participado.
Responderé ahora a las preguntas: ¿Vale la pena participar? ¿Y por qué lo hace? Me las hizo un joven que, creo, será un referente entre los autores nacionales a mediano plazo. Numeraré mis respuestas, convertidas en opiniones, para darme a entender con mayor claridad.
1. Sí vale la pena concursar. Mis razones son las siguientes. En primer lugar ha de saberse que para ser un buen escritor es preciso ser, primero, un buen lector. Pivotar en ambos escenarios nos permite alcanzar mucho conocimiento y acervos de otras culturas. Es decir, no se trata de soplar y hacer botellas. En un artículo que publiqué en este medio el 22 de julio 2017 expliqué: «Empiezo compartiéndoles la advertencia que encontré en uno de mis primeros libros de cirugía. Se trata de una advertencia de sir William Osler (cirujano) en el prefacio del Tratado de patología quirúrgica de Davis-Christopher (México, 1974): “Resulta asombroso lo poco que necesita leer un médico para ejercer la medicina, pero no asombra lo mal que puede hacerlo”. Reitera antes del prólogo: “No asusta lo poco que tiene que estudiar el médico para ejercer la cirugía. Lo que sí asusta es lo mal que puede hacerlo”. Pasados algunos años, yo trasvasé dichas prevenciones no tanto a la literatura, sino al intento de ser escritor. Lo hice así: “Asombra lo poco que necesita leer una persona para escribir un libro, pero no asombra lo mal que puede hacerlo”. En pocas palabras, para ser un buen escritor, primero hay que ser un buen lector»[1].
2. ¿Por qué participar? A mi juicio, hay dos causas fundamentales. La primera es concerniente a los presaberes y saberes relacionados con la escritura creativa. Si en caso mi obra no gana el certamen, aquilatarla con la ganadora o las ganadoras me permitirá un cotejo de mis habilidades y experiencias para saber por dónde encausar mis próximos pasos. Es una especie de evaluación formativa. La segunda corresponde a que, si gana, tiene asegurada su publicación por lo menos en una edición y me permite situarme ya en una categoría reconocida, no para hinchar el ego sino para seguir navegando en aquella expresión artística que alimenta mi espíritu.
Finalizo con uno de los párrafos del artículo anteriormente mencionado: «Debe tenerse muy claro que diferente es un programa académico de Letras, Filosofía o Literatura a la vocación para ser un escritor. Por ejemplo, no se necesita tener una licenciatura o un doctorado en Letras para ser un excelente novelista. Empero, el profundo conocimiento relacionado con lo que se escribe es indispensable. Ni qué decir del dominio de la sintaxis, la semántica y sus relaciones. El buen uso de la gramática es fundamental»[2].
Conseguir el dominio de la sintaxis, la semántica y sus relaciones lingüísticas y contar entre nuestros haberes con el buen uso de la gramática son otras razones muy humanas – y por lo tanto fundamentales– para participar en los certámenes literarios.
Dejaré para otro momento y espacio la respuesta a la interrogante: ¿Debe tener la literatura un propósito predefinido? También dialogamos de ello pero la argumentación trasvasada a este artículo fue referente a los certámenes literarios con las dos preguntas torales reseñadas y respondidas.
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[1] https://www.plazapublica.com.gt/content/como-ser-escritor
[2] Ibidem.
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