Docente universitaria, ensayista, crítica de arte, académica de la Lengua, investigadora, columnista. Su mirada y su pluma han transitado por la literatura de este país movidas por la intuición. Y de la mano de la Historia ha ido delineando una cartografía que le nombra parte del alma. Una línea de tiempo, de nuestro tiempo, y de aquellos que la conforman, y que han llegado hasta hoy en un ejercicio de permanencia, de inmortalidad y de vigencia, pilares sobre los que se sostienen las voces que nos nombran. De Landívar a Halfon, pasando por Gómez Carrillo, Cardoza y Asturias, las mujeres que escriben y el arte visual. De la nueva novela guatemalteca a la literatura de la posguerra.
Un panorama que parte de la academia, sí, pero también del amor a la literatura. Que se aleja de la frialdad de los datos y se acerca a los textos desde una voz propia, desde una mirada crítica, pero también sensible, lúcida e intuitiva. Su lenguaje, no solo es el de la cronista que decidió adentrarse en el texto para devorar con la mirada sus maravillas y después volver para contarlas. Las maravillas de esos libros que la cobijaron, de su lenguaje, permean sus palabras, las llenan de un ritmo, de una danza, de una familiaridad poética con la imagen, con lo cotidiano, y con la belleza.
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No es de extrañar que junto a su nombre no falte el de Luz Méndez de la Vega o el de Margarita Carrera. Escritoras también, docentes, académicas, columnistas, ensayistas, y que juntas aparezcan en nuestro imaginario contemporáneo como una triada cuyo trayecto luminoso, en la historia literaria de este país, sigue siendo ejemplo y guía. Tres mujeres que coincidieron en tiempo y espacios, en las mismas aulas universitarias ―en las que Méndez de Penedo fue su alumna― en los círculos literarios, en las páginas culturales, eslabones, todos estos, que fueron creando, además, una amistad cuya memoria sigue viva y de la que también da testimonio su más reciente libro, en el que las evoca, y delinea en breve sus rutas literarias y su sensibilidad.
El libro se llama Rendijas y fue publicado por La Pepita Editorial, un nuevo proyecto que está enfocando sus esfuerzos en las mujeres que escriben, y que acertadamente rinde homenaje a quien se ha dedicado a explorarlas y nombrarlas. El nombre del libro hace alusión a esas aberturas estrechas, en cuerpos sólidos, por las que entran el aire y la luz, como diría la RAE. O a una ruta de doble vía en un muro, en la historia de un país, un libro, en un texto en el que se provoca o se encuentra espacio para la mirada, pero también para que su contenido respire, salga hacia la búsqueda de lectores, se mantenga vivo.
En este libro, Méndez de Penedo vuelve al inventario de su recorrido académico y literario para presentar una serie de textos que, de la mano de este tiempo, nos permiten asomarnos al arte y los protagonistas de la literatura escrita en este territorio. Un trabajo de voyerismo, de percepción, de interpretación y de reconocimiento que, como bien indica en su nota introductoria, incluye artículos, presentaciones de libros, reseñas, discursos y reflexiones acerca de los otros, los que también escriben, y que indirectamente dicen mucho de ella, de su curiosidad, de su lucidez, su trayectoria y de su amor por los libros y por este país.
Alguna pista habrá en que Rendijas empiece hablando de los libros, del amor a la lectura, de la importancia de una FILGUA como esta, un año atrás. Y que nos lleve de la mano de la Historia para acercarnos a las migraciones de finales del siglo XIX de las que surge una novela como Pequeña historia de viajes, amores e italianos de Dante Liano. O a la participación de las mujeres en el Conflicto Armado Interno a través del testimonio de Yolanda Colom. Y la posterior resignificación de los espacios urbanos en Ciudad de Guatemala por parte de una generación de artistas y escritores que vivieron con hartazgo los últimos años de la guerra y los inicios de la firma de la paz.
Por sus páginas desfilan las obras y la sensibilidad de varias mujeres que escriben, como Margarita Carrera, Luz Méndez de la Vega o Gloria Hernández; en ellas rememora, también, la vida y la creación de autores con los que se encontró en este camino y que se fueron hace algún tiempo, o hace poco, demasiado pronto, como el Doctor Albizurez, Mario Roberto Morales o Luis Aceituno. Se acerca, con detalle, a la faceta narrativa del músico, compositor y lutier, Joaquín Orellana, y antes de terminar, marcando una frontera temporal al llegar al escritor Eduardo Halfon, vuelve a uno de sus grandes temas, a Miguel Ángel Asturias, su inminente retorno a Guatemala, y su obra dramatúrgica.
Hay, en todos estos escritos, rasgos de su aptitud docente, de su puntería académica, de la incandescencia de sus lecturas, de su entrañable admiración y amistad. Rendijas se convierte, así, más que en un compendio, en un testimonio literario y vital de quien ha hecho de los libros, y de compartir sus hallazgos, una cálida vocación.
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