Después de esta fecha, sin embargo, lo que se ha hecho sobre todo en los últimos años es el análisis y el balance de los accidentes, fallecidos y demás situaciones violentas que, por lo visto, son cada vez mayores. Este año no es la excepción sino más bien la regla.
Lo más destacado es ver, por un lado, que parte de la población experimenta el amor patrio a través de la toma de las calles (que el resto del año le resultan intransitables y más bien amenazantes), con el pretexto de llevar una antorcha. Otra parte de la población, por su lado, experimenta el amor patrio por medio del acto de tirar agua e incluso hielo en bolsas no solo a quienes participan en las carreras con antorchas sino en transeúntes que coinciden con sus rutas.
Ambos, fuego y agua, muestran la dialéctica que se vive en nuestra sociedad y que, antes de reprimir (con acuerdos, leyes, multas y demás) merecen un estudio aparte y, al parecer, una solución efectiva que vaya más allá de estas consecuencias inmediatas.
Vale la pena preguntarse, en todo caso, ¿qué entendemos por patriotismo? ¿Cuál es la necesidad de manifestarnos de esta forma? ¿Para qué?
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Surge la idea de una comparación implícita. El país es un cuerpo. El cuerpo está, por lo visto, enfermo tanto por dentro como por fuera. Las heridas están mal vendadas y algunas están mal tapadas solo con curitas de esas que a cada rato se despegan y producen nuevas heridas y mayor sufrimiento. Entonces, lo que pasa es que hay un dolor intenso generalizado, uno que surge de tantas partes que no se sabe qué atender primero. Esta situación produce además de malestar, estrés y frustración constantes.
Como la mayoría de los protagonistas de estas manifestaciones patrióticas son jóvenes y niños menciono solo algunos de los problemas que los aquejan. La educación y sus derivados es una herida profunda, otra, la falta de oportunidades reales para mejorar su vida en el presente. La siguiente, la posibilidad de una alimentación sana y, a la vez, la imposibilidad de contar a mano con elementos que sirvan para catalizar su energía de formas más constructivas. Si desean algún juego, una bicicleta, un monopatín, algún dispositivo electrónico para entretenerse, incluso un libro, los precios son prohibitivos, por indicar un solo factor.
Eso sin mencionar las heridas del país entero que se ven en todos los niveles y que van desde la inseguridad, la corrupción, las extorsiones, la falta de opciones para una salud pública eficiente, así como el transporte público, la infraestructura, etcétera.
El país como un cuerpo enfermo no puede sanar y adquirir una actitud pacífica, respetuosa y tolerante, si lo que se pretende es seguir poniéndole curitas a esas heridas no solo profundas sino putrefactas. Mientras no se atiendan las situaciones tanto en su conjunto como a nivel individual solo se lograrán resultados ineficaces y reacciones cada vez más violentas y desenfrenadas.
El cuerpo, como el país, está así porque tanto la enfermedad como los problemas se han ido acumulando y acrecentando con el tiempo. Ninguna situación mejorará con medidas de corto alcance. Es necesario ir a las causas y modificarlas si se quieren cambios reales y efectivos. Esos no obstante requieren fuerza, valentía y constancia. Requieren mirar hacia dentro y aceptar. Requieren mirar hacia afuera y aceptar. Solo después de la aceptación surge la conciencia. Solo después de la conciencia surge la comprensión. Solo después de la comprensión surge la empatía. Solo después de la empatía, es decir, cuando nos ponemos en los zapatos del otro, surge la posibilidad de la cooperación real y desinteresada.
Cuando trabajemos con una actitud de cooperación real y desinteresada veremos a nuestro país como un cuerpo que requiere acciones positivas de cuidado y protección. Aquello, sea lo que sea, que perjudique, caerá por su propio peso.
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