En un evento reciente, Alfredo Ortega afirmaba que no era exagerado decir que estamos frente a un golpe de Estado en curso. Su experiencia defendiendo opositores en Nicaragua y Venezuela le enseñó que tenemos poca capacidad de anticipar los peores escenarios. Como con el Covid-19, vamos a destiempo y un presente que no contempla los futuros en construcción, es uno ciego. Los golpistas no se irán por las buenas, no solo porque tienen esqueletos en su clóset, sino porque, como Branko Milanovic escribe en There is no exit for dictators lo que quieren es seguir acumulando más poder.
Entre los futuros que se están construyendo surge la posibilidad de un paradigma decolonial que, parafraseando a Catherine Walsh, busca visibilizar, abrir y avanzar hacia perspectivas y posibilidades que fueron negadas por la racionalidad occidental, sean éstas de pensamiento y existencia.
En octubre pasado, resaltó el protagonismo de los pueblos originarios, maneras distintas de ser, saber y hacer que alumbraron el camino. Sin embargo, éste no es un nuevo protagonismo, lo sería desde la arrogancia del punto cero, en palabras de Castro-Gómez, es decir, desde la perspectiva urbana que se cree a sí misma central o neutral, epicentro desde donde se ve (o se ignora) la periferia. En ese sentido, reconocer su agencia histórica desde una posición de igualdad que prescinde de jerarquizaciones y dicotomías como centro/periferia, son algunas tareas pendientes para un futuro distinto.
En ese sendero crece la convicción de que ésta «finca» desigual será diferente hasta que incorporemos otros modos de comprensión; de ser, pensar y hacer, como lo es el de algunas comunidades que hoy lideran la defensa de nuestro sistema democrático. Esto implicaría avanzar del resistir al re-existir, como diría Catherine Walsh. Nuestro modelo, al menos el corporativista de derechas, está agotado desde hace tiempo. Las innovaciones vendrán más y mejor si se alejan del camino de la mismidad; ser más de lo mismo.
En octubre recién pasado, quedó expuesta, una vez más, la degradación moral e ineficiencia de nuestras instituciones occidentales y personas de derecha conservadora. En cambio, las acciones de comunidades indígenas develaron enfáticamente que una política diferente es posible. Nicté López y Luz Emilia Ulario, alcaldesas indígenas de Sololá, así como muchas(os) más, han abierto la puerta a esa otra posibilidad (ver podcast TangenteGt ).
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Gadamer expone en Verdad y método que en cualquier ejercicio de comprensión se da un encuentro entre una realidad interpretada y un intérprete cuyo bagaje anterior –prejuicios y saberes previos– son inevitables. En la relectura del octubre pasado pueden surgir posibilidades de acción para dar el salto del resistir al re-existir. Sobre todo, en un país en donde el racismo forma parte del currículum escrito y no escrito, la tarea de llegar y acercarse al texto es impostergable, un encuentro de horizontes en el que se juega la posibilidad de reducir distancias.
Un clásico ejemplo que continúa operando en nuestras cabezas, a pesar de la evidencia contraria, es la dicotomía entre la «civilización» como lo moderno/occidental y la «barbarie» como lo primitivo/no-occidental. La experiencia y la historia nos dice otra cosa, al menos lo complejiza un poco más, pero este octubre tuvimos tantos ejemplos que nos muestran todos los «inhumanos y bárbaros» que están entre los «modernos» mientras que los «civilizados» caminan con esperanza y dignidad entre las comunidades indígenas. Toda persona que busque un cambio que inicie cuestionando sus propios esquemas mentales para «activamente abrazar otras maneras de pensar, luchar, y existir», como dijo Arturo Escobar.
Desde las reflexiones de Gadamer, insistimos, las preconcepciones son inevitables, por lo que es necesario asumirlas y actualizarlas. Toda comprensión es provisional, lo cual requiere una revisión crítica de lo propio. Es momento de un diálogo intercultural con otras maneras de ser, pensar y hacer política que han mostrado ser superiores, un diálogo en el que escuchamos, atendemos y aprendemos. Pues, como Mignolo escribió, «el “diálogo” se iniciará cuando deje de imponerse el “monólogo” de una única civilización: la occidental».
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