Sin embargo, todas estas oscuras posibilidades quedaron burladas, cuando los diputados de semilla, acuerpados por los de otras agrupaciones, como el partido Vos (Voluntad, Oportunidad y Solidaridad), prácticamente tuvieron que meterse a la fuerza al salón donde una comisión espuria nombrada a dedo por la directiva saliente alargaba la sesión hasta el absurdo, y presionaron a los renuentes diputados salientes para que dieran posesión a la nueva legislatura como debían haber hecho desde hacía horas atrás. No obstante, la audacia no paró ahí. Procediendo luego a la elección de Junta Directiva, Semilla, que cuenta apenas con 21 diputados en esta legislatura, se hizo con el control del legislativo gracias a una amplia alianza forjada entre partidos de todo el espectro político, como Bien, Victoria, Cabal, un sector de la UNE y URNG-Winaq.
La hazaña permitió no sólo la toma de posesión de Bernardo Arévalo ese mismo día, al filo de la medianoche, sino que le arrebató el control del Congreso al Pacto de corruptos, aunque la junta directiva apenas permaneció unas 48 horas en manos de Semilla, que se vio obligada a cederle sus dos puestos en la misma a representantes de los partidos Azul y Vos debido a un fallo de la Corte de Constitucionalidad. Pero el golpe estaba dado y el triunfo alcanzado.
Ante semejante gesta política, desconcierta entonces el coro de voces que se ha alzado, principalmente entre ciertos sectores de la izquierda, criticando el hecho de que Semilla haya forjado su alianza con partidos que se encuentran más bien a la derecha del espectro político, y con actores que en algún momento se visualizaron como adversarios, o con participación en decisiones de carácter dudoso en el legislativo, aunque jamás al nivel vergonzosamente descarado de los mencionados miembros del pacto que ha tenido a Guatemala desgobernada desde hace más de dos períodos presidenciales.
Parece que estos críticos creen que los miembros de Semilla deben gobernar solos, aunque son una bancada pequeña y no cuentan con suficientes cuadros para llenar con sus afiliados todas las instituciones de gobierno (lo cual de hecho sería una práctica política sospechosa), y se olvidan de que la política es, entre otras cosas, el arte de tejer alianzas y buscar consensos, aún entre personajes que se encuentran en las antípodas de las propias creencias, aunque de ninguna manera con delincuentes declarados, como los que ya no queremos ver dirigiendo los destinos de nuestro país.
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Estas críticas amargas quizás se deban a esa idea persistente en algunos sectores de que lo único que va a resolver los problemas del país es una revolución en regla, bajada de las montañas, que limpie las instituciones con su fuego vengador y refunde el país con mirada de utopía, sin ver que Guatemala es un país sumamente complejo, con muchos sectores y muy diferentes visiones, y que, como demostraron en su momento los ejemplos de Ecuador y Bolivia, las reformas paulatinas hechas con buen criterio técnico y una adecuada ejecución, respetando las reglas del juego definidas por las leyes del país, pero dándole un lugar preponderante a las políticas sociales, son una excelente manera de sacar a un país del atasco y ponerlo en la senda del desarrollo, una senda en la que ya posteriormente se pueden buscar reformas más profundas, siempre basadas en el consenso y los acuerdos amplios. Sin olvidar, por supuesto, que en Guatemala ya tuvimos una revolución y la reacción salvaje del Estado condujo a una larguísima noche de 36 años, cuya cauda de muertos, desaparecidos y desplazados la convierte en una experiencia que no deberíamos querer volver a explorar tan a la ligera.
Por eso me parece tan notable y digna de aplausos a todo nivel la osada estrategia de Semilla y sus aliados ese inolvidable 14 de enero. Porque nos recuerda de lo que realmente se trata la democracia: tender puentes entre opuestos, más que gobernar entre mis amigos y los que piensan como yo.
En su obra clásica Simulacros y simulación (1981), el filósofo francés Jean Baudrillard postula que una de las razones por las que a las izquierdas les cuesta tanto tomar el poder es porque en realidad no desean hacerlo. El objetivo de la izquierda es aterrorizar al establishment con la amenaza de su existencia, y de su apocalíptica ascensión al poder, del mismo modo que el nutrido arsenal nuclear que horroriza al mundo, por su misma existencia, es la mejor garantía de que el holocausto nuclear nunca se va a dar, como plantea dicho autor en la misma obra.
Así, las izquierdas se niegan a tejer alianzas o a flexibilizar sus posturas alegando pureza de principios, pero viéndose así incapaces de alcanzar alguna vez su objetivo supuesto, que es, de hecho, gobernar y llevar a la práctica sus principios, y no jugando otro papel que el del proverbial petate del muerto.
Escuchando a las voces que señalan a Semilla y se quejan de su estrategia política el 14 de enero, podríamos sospechar que quizás Baudrillard tenía razón.
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