El comunicado sobre este acontecimiento, y respaldado por la oficina del Fiscal del Distrito Este, Damien Diggs, informa que el castigo de culpabilidad viene luego de la demostración de que el político coadyuvó a trasegar, al menos, 450 kilogramos de cocaína, desde Guatemala hacía los Estados Unidos.
La perspectiva de los negocios y del mundo del dinero se aborda poco en las investigaciones de la prensa diaria. Las noticias y el análisis dominan el entorno de la culpabilidad y la trascendencia penal de los acusados; ello es tan solo la punta del iceberg de estos ambientes grises. Lo grueso de las jugadas viene de un entorno regulatorio débil, que permite trasegar transacciones a lo largo y ancho del sistema económico nacional e internacional, a través de empresas de cartón locales y Offshore, y un sinnúmero de mágicos procesos, con la ayuda de notarios, contadores, y por supuesto, bajo la mirada tímida permisiva de los responsables de prever y contener la ocurrencia de estos hechos.
Al igual que Ubico, Manuel Baldizón, Acisclo Valladares, Mario Estrada y Juan Pablo González Mayorga, entre otros, han subsanado o se encuentran pendientes de penas relativamente leves, intentando de nuevo retomar los lazos de negocios y alianzas en los mundillos mercantil y político del medio. Conforman nuevos partidos políticos franquicia, crean nuevas empresas de cartón, surcan de nuevo el anonimato societario; pero buscan a diestra y siniestra el reconocimiento de estatus y poder.
[frasepzp1]
Veamos de qué se trata todo esto: simplemente de amasar fortuna. En su hoja de vida, el propio Ubico se presenta como un simple estudiante de administración de empresas. Ignoro de qué centro educativo, eso no importa por el momento. Pero llegó a rodearse, gracias a los negocios impecablemente descritos por los agentes especiales de la DEA, con poderosos miembros del ejército de Guatemala y de los entornos de la seguridad y de la soberanía nacional. ¿Cómo lo hizo? Pues repartiendo pisto y pagando coimas.
El comunicado coloca una cifra de trasiego de, al menos, 450 kilogramos de cocaína. El kilo puede llegar hoy, en el mercado minorista, a 26,000 dólares. Es decir que un cargamento como el descrito podría llegar a tener en los mercados finales un valor cercano a los 100 millones de quetzales.
¿Cuánto se queda en Guatemala?, ¿cómo navega por el circuito financiero?, ¿cuánto se reparte en redes de corrupción y poder?, ¿cuánto está depositado y lavado en los bancos del sistema?, ¿cuánto de este dinero impulsa empresas de cartón y se invierte en activos no financieros, principalmente en bienes raíces?
La primera respuesta a todo, bien refleja que nuestro famoso PIB — Producto Interno Bruto —, podría contener un valor agregado de estos negocios grises, que forma parte de la contabilización de las cuentas nacionales ¿cuánto?, no lo sabemos. No solo es un misterio, sino también es un tabú, que se confunde con macroeconomía sana, tipo de cambio estable, pujanza urbana y residencial y, además, lo que es muy importante: influjo de quetzales en las arcas de la SAT como parte del consumismo, del crecimiento del Impuesto al Valor Agregado, y otros que vienen de las transacciones realizadas.
Un interesante reportaje de Urías Gamarro de Prensa Libre (6 de mayo de1994) reporta reveladores hallazgos del Informe Tipologías Regionales de Lavado de Dinero y Financiamiento al Terrorismo en Latinoamérica, elaborado por el Grupo de Acción Financiera de Latinoamérica (Gafilat), del cual Guatemala es miembro. Simplemente dice que hay una fracción de remesas, que van y vienen, que simplemente no son remesas, sino una especie de pitufeo de dólares que se transan como parte de los negocios del narcotráfico. Este es un tema del que hemos venido insistiendo hasta la saciedad y buscando formas de cómo investigarlo más a fondo.
Si le preguntan al notario de cualquier empresa de cartón, presuntamente ligada a los capitales de Ubico, les dirá casi lo mismo. Que acudió a sus servicios notariales y que su función es dar fe de unos aportes dinerarios, que vienen de algún banco del sistema y que todo, a la luz de la legalidad, tiene un final feliz.
En fin, es como bien lo diría John Kenneth Galbraith, en su libro póstumo, La economía del fraude inocente, todo un enjambre de transacciones legalizadas en un ambiente de falsa moralidad, al amparo de leyes bien pensadas para el trance y el enriquecimiento personal. Por algo llegan de diputados, entonces.
Tanto en Estados Unidos como aquí, de maneras incluso grotescas, como los negocios que aquí tipificamos —los del narco— son parte de una economía del fraude inocente, que estamos obligados a corregir día a día. Nos dice el ameno libro de Galbraith, recomendado a todos los lectores: «que las personas creen tener el control absoluto de lo que hacen, y pensamos que el sistema y las leyes existen para favorecer el bien común y no el individual».
Más de este autor