La gran lección de dignidad, valentía y responsabilidad la han dado los pueblos indígenas ante el Estado colonial y la sociedad colonizada, al realizar el más grande levantamiento de la historia contemporánea, encabezado por los 48 cantones, avalados y apoyados por otros pueblos y algunos sectores ladino/mestizos urbanos y de clase media, para exigir respeto a la voluntad del pueblo y a la Democracia, fundamentos del Estado, violentados por la corrupción.
Ese sacrificio durante largos días, es la expresión de la permanente resistencia que a lo largo de 5 siglos se ha venido desarrollando, con un pensamiento colectivo que busca la unidad en la diversidad, para contraponerse a la colonialidad que nos atomiza, separa y nos vuelve indiferentes al futuro de nuestra descendencia.
La población que no entendió el alcance del levantamiento, que criticó la lucha, que piensa que es un asunto de «indios», con su actitud han condenado a sus hijos a ser víctimas de la corrupción, del abandono del Estado, de la educación precaria y mala, de la ausencia de salud y vida digna. La población pasiva y apática (colonizada), no comprende que los próximos migrantes serán sus hijos aun cuando sean de ciudades o profesionales.
Población indolente, auto explotada, sin identidad, convertida en el soporte y aliada del pacto de corruptos, que ha demostrado su poder de permanencia al haber pervertido la esencia de la organización-participación de la sociedad y del Estado.
Muchos dicen que el movimiento de resistencia fracasó, que los 48 Cantones no pudieron, que se equivocaron de estrategia y que afectaron la economía o que apoyaban al candidato presidencial ganador. Lo cual no es cierto. La población que no apoyó es la fracasada, la que sufrirá las consecuencias futuras de su indolencia y falta de conciencia cívica, conciencia que sí abundó en carreteras, plazas, tarimas, comunidades, autoridades ancestrales y algunas ciudades.
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Un logro importante de este levantamiento es haber evidenciado que los sectores que se han apoderado de la USAC, sus centros regionales, la mayor parte de docentes, los colegios profesionales, el magisterio, la burocracia estatal, algunas iglesias protestantes y gran parte de la clase media urbana, han sido cercadas en el círculo de influencia del pacto de corruptos y que con su ausencia han situado al país en una caída al fondo del fracaso como sociedad y Estado, del cual serán las próximas víctimas.
Los pueblos indígenas, sus autoridades y los sectores que apoyaron salen con la frente en alto, al haber cumplido con sus designios de responsabilidad, conciencia, visión de largo plazo, solidaridad y de unidad en la diversidad. Nunca antes se había visibilizado el sentimiento común de indignación ante los desmanes del colonialismo. Las luchas históricas que habían estado desarticuladas, en tiempo y espacio, encontraron el cauce de la articulación y la búsqueda de un objetivo común, y se ha demostrado que la colonialidad, afortunadamente, no ha penetrado totalmente en los lugares más abandonados y excluidos del Estado, que son los verdaderamente libres en medio de la pobreza, al contrario de la esclavitud moderna que sufren los dependientes de un trabajo, patrón y un sueldo.
Los que vivimos en ciudades, somos proclives a la manipulación social, el individualismo y el cortoplacismo, lo cual sumado al racismo generalizado nos hace sentirnos clase aparte y, de repente, sí: clase aparte en el desarrollo humano, en la vida digna, clase aparte en la responsabilidad con nuestros hijos.
Las autoridades ancestrales dejan el mayor legado en la historia, al señalar el camino para la lucha reivindicativa, la democracia y la libertad que al Estado no le importa, menos a los detentadores del mismo que son los que se nutren de la corrupción activa y pasiva.
Ojalá que el ejemplo de las autoridades ancestrales no sea en vano; de la población en su conjunto depende.
[i] Memorial de Sololá. Edición Facsimilar del manuscrito original. Traducción de Simón Otzoy C. 1999.
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