Se trata de una nueva ventana de oportunidades —pero también de amenazas— de un nuevo nicho de agronegocios, parecido al del banano o la piña, solo que esta vez con impacto en el área central y el altiplano, en lugar de aquellas regiones en donde impera la calor, como se le etiqueta al trópico en la trilogía bananera asturiana.
Esta vez ya no podrá ser un cultivo de amplias concesiones de tierras a compañías estadounidenses, como en lo bananero, sino será inevitable la recomposición agraria de amplias zonas templadas, en donde abunda la producción campesina e incluso los minifundios y la pequeña y mediana propiedad. El cambio de uso del suelo, y de la propiedad, bien puede generar conflictos si entidades como el Ministerio de Agricultura, Ganadería y Alimentación no cuenta con medidas de mitigación y adecuada asociatividad en las cadenas productivas, muy de moda estas últimas, incluso en la Política General de Gobierno (PGG) actual.
El reportaje de Bolaños menciona que Agexport se alista para la celebración de un magno evento, el IV Congreso Nacional del Aguacate, que se llevará a cabo en una de las ciudades emblemáticas de su cultivo e ingesta: La Antigua Guatemala. En este congreso se discutirán los sistemas de producción más avanzados y las regulaciones sanitarias y fitosanitarias hacia los destinos principales, enfocándose principalmente en los eventos destacados del fruto, como el Superbowl y toda la parafernalia en la que se consumen toneladas del fruto como complemento del sagrado hot dog y otros platillos de preferencia gringa.
El trámite de acceso a los grandes mercados ha sido lento. Han pasado ya 20 años desde que se está tocando la puerta al mega mercado del norte; pese a que existe un Tratado de Libre Comercio con los Estados Unidos. Sin embargo, los trámites han sido tortuosos, y hasta hoy en día por allá aún discuten un documento hecho público que lleva el título de Manejo del riesgo para la importación del fruto fresco de aguacate de variedad hass procedente de Guatemala.
La discusión en el norte, las normas de su burocracia comercial y los obstáculos en sus cuartos de al lado están preparando los últimos rituales para anunciar el veredicto final. Mientras tanto, hubiera sido recomendable iniciar un proceso similar de largo alcance para definir la ansiada preparación para mitigar impactos.
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Ello debiera haber estado acompañado de propuestas para contener las debilidades y amenazas de un nuevo modelo de agronegocios tan demandante y de grandes ligas como lo es el del banano y, últimamente, la palma africana: se requiere de amplios terrenos, cambio de uso del suelo, introducción de modelos propiamente capitalistas en ambientes de atomizada economía campesina, y también mucha agua, infraestructura de primer orden y habilitación del paso de los pesados contenedores rumbo a los puertos tropicales.
Los congresos como el de La Antigua y los modelos de negocios suelen ser de amplio optimismo, con fabulosos intercambios comerciales, presencia de edecanes y publicidad. Es importante optar por un país competitivo y moderno, con la ventaja de un producto como la papa para el Perú, que es originario de Mesoamérica.
Pero la política pública, el bien común, los conflictos agrarios, el despojo de tierras, los males del campesino, las debilidades de las cadenas productivas y, las propias falencias actuales del cooperativismo, debieran ser parte, quizás, de otros congresos, con otro tipo de óptica, en busca de los correctivos necesarios y la ansiada planificación agropecuaria e industrial.
Macela López, investigadora del Programa Universitario para la Sustentabilidad de México, bien nos alerta sobre los peligros del monocultivo, subrayando su preocupación por la producción a escala, por el uso intensivo de la tierra y las altas cantidades de agroquímicos que causan la erosión del suelo y, además, reducen la biodiversidad, dejando estériles las tierras.
De mi parte, no he visto ningún estudio de ninguna facultad de agronomía (de San Carlos por el momento no esperaría nada notorio) ni del Ministerio responsable que, en primer lugar, parta de un diagnóstico desinteresado de la producción capitalista en gran escala del aguacate. En segundo lugar, proponga las medidas técnicas mitigadoras y, adicionalmente, las formas organizativas para que el excedente de producción -como suele suceder- no se quede en los mercados finales y en los potentados acopiadores, dejando al productor campesino o al laborante agrícola en la base paupérrima de la pirámide.
Con el cultivo del aguacate, al igual que con el azúcar, se produce el mismo problema de la estacionalidad del trabajador agropecuario. Durante la temporada de cosecha, aumenta el reclutamiento y el empleo, mientras que el IGSS ni siquiera se ha molestado mínimamente en hacer efectiva una Resolución de Junta Directiva que obliga a abordar a fondo esa irregular forma de contratación semiestacional, tema del cual hemos hablado en numerosas oportunidades. Échele una miradita a este ejemplo.
El tema de la desigualdad en el modelo de agronegocios, las nuevas visiones de inclusión y el fomento de cadenas productivas, así como el cambio climático, son primordiales y deben ser tratados también en foros serios y científicos. Los estudios latinoamericanos bien mencionan que, con el fin de aumentar la superficie de plantaciones, se provocan incendios. Por ello, las organizaciones ambientalistas y las que se preocupan por la seguridad alimentaria deben poner las barbas en remojo con lo que sucede en ambientes conflictivos como Michoacán, en donde el oro verde ha cambiado la matriz social, la política y ha acentuado los conflictos; además de la plena presencia de la economía ilícita. ES HORA DE PENSAR EN LOS NUEVOS MODELOS PRODUCTIVOS.
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