Ricardo Sáenz de Tejada: Gutiérrez intenta «quedar bien» con el poder
Ricardo Sáenz de Tejada: Gutiérrez intenta «quedar bien» con el poder
El doctor en ciencias sociales, Ricardo Sáenz de Tejada, afirma que los halagos del empresario Juan José Gutiérrez al mandatario Nayib Bukele revelan posturas ambiguas dentro de la élite económica guatemalteca, catalogada como una de las más acaparadoras en el mundo.
Después de ajustar el micrófono, Juan José Gutiérrez cuenta uno de sus sueños al presidente Nayib Bukele. Le confiesa que quisiera que no hubiera fronteras entre Guatemala y El Salvador, y luego prosigue a alabar las mejoras en seguridad e infraestructura que observa en el vecino país. En síntesis, felicita al popular mandatario. Omite hablar sobre su cuestionada reelección y sobre sus dudosos métodos para combatir las maras.
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Aunque no están sentados a la par, el empresario está acompañado de Felipe y Juan Luis Bosch en la casa de Bukele. Además de ser primos, los tres son socios y ocupan cargos altos en Corporación Multi Inversiones (CMI), el conglomerado detrás de la cadena de restaurantes Pollo Campero y otras marcas de alimentos.
En esta entrevista con Plaza Pública, el antropólogo Ricardo Sáenz de Tejada cuestiona la visión de progreso que ovacionan inversionistas como Gutiérrez dentro de la élite económica guatemalteca, considerada como una de las más «voraces» en el mundo. Además de la falta de una agenda social, subraya las consecuencias que este modelo podría traer para la democracia.
―En la reunión con empresarios, Gutiérrez alaba a Bukele y dice que resolvió los problemas que, en Guatemala, dificultan la inversión empresarial. ¿Podemos inferir algo sobre la opinión de este empresario acerca del gobierno salvadoreño?
―No sobre el gobierno de Bukele como tal, sino sobre el tipo de proyecto del que ellos [los miembros de la élite empresarial] son portadores. Cuando hablamos de élites económicas, generalmente imaginamos que estos grupos tienen una visión del país o de Centroamérica. En este caso, quieren construir la idea de un país en el que aparentemente haya seguridad, en el que aparentemente haya infraestructura, para facilitar el movimiento de mercancías y de insumos, pero dejan por completo de lado una agenda social.
Al final de su intervención, Gutiérrez incluso menciona que, después de esto, viene la educación y la salud. Es la misma idea que tienen las élites latinoamericanas acerca de la teoría del derrame. Primero, que ellos acumulen, y después dejar que haya un efecto derrame hacia la sociedad. Llevamos cien años desde que este modelo ha fracasado sistemáticamente.
―¿Y qué pasa cuando ese modelo de Estado logra infraestructura y seguridad, pero deja desatendidas otras necesidades y es objeto de denuncias de violaciones a derechos humanos y a normas democráticas?
―Es lo que estamos viviendo justamente en El Salvador hoy. Usted hojea los medios independientes y vemos una crisis económica profunda, una crisis educativa, la continuidad de la migración y un desarrollo económico que sigue siendo limitado en el mediano y el largo plazo.
―El comentario de Gutiérrez me llama la atención porque parece que su gremio no siempre ha compartido esa visión sobre el desarrollo. En 2021, el Cacif se solidarizó con la ANEP, su entidad hermana en El Salvador, cuando el bukelismo removió a magistrados constitucionales y al fiscal general de ese entonces. ¿Cómo interpreta el contraste entre la opinión del empresario hoy y lo que el Cacif sostuvo hace cuatro años?
―Podría mostrar una posición ambigua del sector empresarial. Pero yo no me iría a los países vecinos, sino a la práctica en Guatemala. Vemos cómo, desde 2017, los grandes grupos empresariales y el Cacif se alinearon en torno a la ofensiva autoritaria que representó el exilio de decenas de operadores de justicia, periodistas, líderes y lideresas de sociedad civil y defensores del territorio. Se alinearon con la captura del sistema de justicia y su uso para perseguir a presuntos adversarios. Lo que vimos sistemáticamente entre 2017 y 2023 fue un Cacif que apoyaba ese uso del sistema de justicia y ese juego que puso en riesgo la institucionalidad democrática. Hasta la fecha, lo que usted escucha son mensajes ambiguos.
―¿Por qué la ambigüedad? ¿Por qué no un mensaje claro y continuo?
―Esa sería la contradicción, pero hay que plantear algo: CMI es caracterizado como un grupo globalizado. Aunque su origen y parte de su base de acumulación está en Guatemala, han tenido la capacidad para extenderse a Centroamérica, América Latina, Estados Unidos e incluso tuvieron inversiones en Europa. Es decir, ellos juegan en una liga distinta a la de muchas de las organizaciones agremiadas y que dan la cara en el Cacif. Esa es una diferencia importante. La lógica es en dónde pueden invertir, sin necesidad de pensar si es o no un régimen democrático.
Y el otro elemento [que puede influir en la ambigüedad] es la seducción del poder. Una cosa es lo que usted piensa o analiza cuando está con sus asesores, y otra cosa es cuando tiene enfrente a un presidente de El Salvador que se ha mostrado como un líder fuerte.
―¿Cómo interpreta que Gutiérrez le ofreció a Bukele decir que Pollo Campero nació en El Salvador y no en Guatemala? ¿Por qué bromear con «cambiar la narrativa»?
―Le ratifico lo que le comentaba hace un momento: hay una carencia de un discurso, pero para quedar bien con alguien que ejerce el poder temporalmente. Incluso llegan al punto de negar hechos demostrados. ¿Cuál es el origen de Pollo Campero y de la Corporación Multi Inversiones? Nacen en Guatemala.
―¿«Quedar bien» de qué sirve?
―Sirve para estar posicionado del lado de un liderazgo fuerte y carismático. Es un liderazgo emblemático para el conjunto de la región, donde se ha expandido el bukelismo. En este bloque, podemos meter a Trump [presidente de Estados Unidos] y a Milei [presidente de Argentina].
―Otro mensaje ambiguo de Gutiérrez en su discurso es su crítica a la izquierda en Guatemala. ¿Cómo la interpreta?
―Lo que yo pienso es que la derecha guatemalteca y el empresariado guatemalteco ha tenido dificultades para producir intelectuales orgánicos que den una interpretación por lo menos consistente de la realidad. Entonces, las declaraciones de ese empresario sobre la izquierda y la derecha son una fantasía.
Dice que la izquierda trabaja para destruir. Lo que tiene en ruinas a Guatemala no han sido gobiernos de izquierda, sino gobiernos con un discurso conservador y de derecha que se han dedicado a saquear el país, buscar beneficios y hacer tratos con grupos empresariales, incluyendo a estas grandes corporaciones familiares que están representadas en la reunión con Bukele.
Otra cosa que la intervención también expresa es el anticomunismo a la guatemalteca: ver o imaginar cualquier demanda de cambio o de transformación social como parte de una presunta conspiración o amenaza comunista, cuando eso es completamente irreal.
―Entonces, ¿qué es lo que realmente pretende el empresario al decir algo así ante Bukele?
―En sus declaraciones, el empresario también se refirió a Milei, a Bukele y a Trump como outsiders en la política. Eso también es una falsedad, por lo menos en el caso de Trump y de Bukele. Bukele antes fue alcalde de Nueva Cuscatlán y de San Salvador. Trump ya había sido presidente de Estados Unidos y, por eso, no puede ser pensado como un externo.
Entonces, ahí le podría decir que se refleja la ideología como falsa conciencia. Usted no va a decir que se beneficia de un sistema injusto, ¿verdad? Más bien, va a decir que es un emprendedor, que genera empleo y que es la izquierda la que no deja progresar al país.
―¿Es una cuestión puramente retórica, discursiva, para presentarse como el grupo que afronta una amenaza?
―Y alinearse con una ola conservadora. Estamos volviendo a ver escenas en las que las personas más ricas del mundo están influyendo de manera decisiva en el país más poderoso del mundo. Esto va contra los mismos principios de la democracia, que lo que plantea es la separación de las esferas, la economía es una cosa y la política es otra cosa. Esa fusión es negativa para la democracia, para la economía y para la sociedad.
―Pero, ¿qué beneficios le podría generar a Gutiérrez presentarse como conservador?
―Hay una ola conservadora que usted puede ver en estos discursos que buscan retrocesos en los derechos. Posicionarse allí también es una manera de decir que usted está con los ganadores, que está en la misma mesa con Bukele, con Trump y con Milei.
―Antes hablamos de «quedar bien» con el poder del país vecino, pero ¿qué tal la relación con el poder guatemalteco? ¿Qué deja ver sobre ella el comentario de Gutiérrez?
―Cuando Gutiérrez habló de la izquierda, se entiende que se refirió a América Latina. No específicamente a Guatemala, entonces hubiera sido interesante saber cuál es la visión que ellos tienen sobre el mandato del presidente Bernardo Arevalo. Yo creo que él ha logrado establecer un clima de negocios favorable para el país, mucho mejor que el que tuvieron los ocho años anteriores, lo cual se evidencia en las calificaciones de riesgo.
―En su discurso, Gutiérrez dice que ojalá «no hubiera fronteras» entre Guatemala y El Salvador. ¿Usted ve posible que, en las elecciones presidenciales de 2027, empresarios respalden a una persona como Bukele en Guatemala?
―Después de 2015 y el caso de financiamiento electoral ilícito a Jimmy Morales, son mucho más cuidadosos con el flujo de recursos. Pero tienen otros mecanismos para influir en los mismos sectores de la sociedad, como medios de comunicación. Aún así, yo no dudaría que en el 2027 lo intenten.
Lo que pasa es que la posibilidad de influencia política, o por lo menos en el sistema de partidos políticos, se ha venido reduciendo por la autonomía que los partidos adquirieron por la corrupción. Ya no necesitan a los grandes empresarios para financiarse porque lo pueden hacer con fondos provenientes de la corrupción o de estructuras criminales. Entonces, la influencia es limitada.
Yo creo que los seduce la idea de tener un candidato propio, pero también hay que reconocer que las encuestas demuestran que el sector empresarial ha perdido el reconocimiento de la sociedad.
―¿Y si aparece de forma autónoma un candidato con características bukelistas?
―Ya tuvimos un poco esa experiencia con Jimmy Morales, que aparecía como outsider, como ni corrupto ni ladrón, y ya vio lo que le pasó al país. Yo pienso que puede ser posible, pero no veo en este momento cómo se están configurando los actores de cara al 2027.
Más bien, la impresión que tengo es que juegan como lo hicieron en las elecciones pasadas: a varias alternativas, a mantener un pie en cada opción política de manera que puedan seguir influyendo en las políticas económicas y en aquellos procesos que les interesan o les afectan.
―Para los guatemaltecos, ¿qué implicaría tener un líder como Bukele? Me refiero a un líder que resuelve algunos problemas urgentes, pero desatiende otros y atropella ciertos principios democráticos.
―La violación grave y sistemática de derechos humanos es inadmisible. El tema de la violencia generada por pandillas es muy distinto en Guatemala que en El Salvador. Aquí, las soluciones tipo Bukele no tendrían mayor éxito por la extensión territorial y la presencia del crimen organizado, como las estructuras de narcotráfico, de contrabando y de tráfico de personas. La violencia en Guatemala no tiene la misma aparente solución que tuvo en El Salvador. Aquí, no está necesariamente explicada solo por las pandillas. Por eso, lo veo difícil. Pero es un discurso que efectivamente puede seducir ante el electorado.
―A largo plazo, ¿pueden coexistir empresarios como Juan José Gutiérrez y gobiernos como el de Bukele?
―Mire el caso de Nicaragua. De 2007 a 2018, hubo un acuerdo con las líneas empresariales de beneficiarse de lo que Ortega estaba logrando, de lo que el autoritarismo de Ortega estaba implementando, hasta que finalmente empezó la persecución contra ciertos actores empresariales en Nicaragua y los subordinó. Los que quedan están subordinados política y económicamente al conglomerado de empresas que ha establecido Ortega.
Eso muestra que hay lecciones aprendidas y que es muy riesgoso para sus propios intereses. Un empresario puede desarrollarse mejor en un entorno democrático y en un entorno en el que un Estado fuerte contribuye en manera decisiva a la reducción de las desigualdades sociales.
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