Por lo tanto, era fácil establecer que aquellas se encontraban en condiciones diferentes a lo que se podría pensar que es el de una víctima común, como sucedió con los innumerables casos de mujeres secuestradas en la calle, que además de ser asaltadas, eran ultrajadas por un grupo de hombres jóvenes.
A pesar de ser una nota periodística más, que muestra en relieve las aristas de la subcultura de la violencia en Guatemala, la reacción de algunas feministas y algunos columnistas, como es el caso de Martín Rodríguez, no se hicieron de esperar. A pesar de que la nota solo reflejaba un dato forense, la lectura era que se estaba doblemente victimizando a las mujeres violadas al mostrar un atenuante de contexto en el hecho delictivo.
Es claro que la violación es una aberración, delito grave, y la pena que se establece a mi parecer es insuficiente. Sin embargo, no podemos cerrar los ojos ante un contexto social.
Los casos de violencia intrafamiliar, por ejemplo, se desarrollan en gran porcentaje en contextos alcoholizados por parte del padre de familia. Es de suponer que este es un factor determinante y que es parte de la cultura patriarcal, sumado a una serie de factores patológicos.
Las mujeres, en estos contextos patriarcales, son más vulnerables por su condición de género. Por eso existe una serie de leyes que tratan de compensar esa vulnerabilidad con castigos fuertes y atenuantes para los hombres que cometen abusos por su condición de género. Ejemplo, el femicidio, pensiones alimenticias, repartición de bienes en divorcio, la maternidad, y recientemente, las remesas condicionadas, asistencia médica (con todo y sus limitaciones), órdenes de restricción, y otras que se me puedan escapar en este momento.
Pero regresando al tema del alcohol, el dato proporcionado por el Instituto Nacional de Ciencias Forenses (INACIF), refleja que una cuarta parte de aquellas mujeres violadas estaban en condiciones de alta vulnerabilidad, producida por el contexto que proporciona el alcohol. Esto no justifica ningún tipo de comportamiento por parte de los violadores, pero sí determina que hay una diferencia entre las víctimas de violación. Claro, para los periodistas políticamente correctos y feministas que conciben la libertad como un valor absoluto, sin relativizaciones, y para el caso de las mujeres, dicha libertad no se debe de medir ni por la cantidad de alcohol ingerido, ni por las prendas de vestir que utilice. En efecto, dicha nota reflejaba un comportamiento tendencioso y hasta sexista.
El periodista y las activistas feministas asumen el dato desde el discurso, y no desde el fenómeno social. Hablar de una cuarta parte de mujeres alcoholizadas violadas, sí establece una tendencia. Vuelvo y repito, no justifica nada y, ¿quién en su sano juicio podría justificarlo? Sobre todo para quienes tenemos familiares mujeres. Pero ese dato señala una manifestación social que no puede ser evitado.
Si nos ubicamos en el contexto de los accidentes de tráfico, podríamos preguntarnos, ¿cuántos pudieron ser evitados si no hubiera habido consumo de licor por parte de los automovilistas? Pero en la lógica, políticamente correcta, la culpa no reside en el consumo y abuso del licor, sino en la incapacidad del Estado de poder detectar al automovilista alcoholizado y detenerlo a tiempo para que no ocasione accidentes.
Antes de que se descontextualice este comentario, la comparación no va en el sentido de emular el accidente con la violación, en tanto este segundo es un acto racionalizado. Sin embargo, no hay que obviar que pudo ser evitado.
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