Espanta, horroriza el contenido de las noticias que pregonan cómo muchas empresas han expoliado a sus trabajadores descontándoles la cuota mensual que serviría en el Instituto Guatemalteco de Seguridad Social para garantizarles un mínimo de salud y una exigua jubilación, pero, lejos de haber llegado a dicho instituto, el dinero sudado por los obreros fue robado de la manera más descarada que un ser humano pueda imaginar.
Espanta, horroriza también saber de las muchas líneas que hay en nuestro país, cuánto ladrón de cuello blanco y cuánto prófugo que amasó tal cantidad de dinero que pueden darse el lujo de protestar al otro lado de nuestras fronteras en contra de los órganos jurisdiccionales que les están siguiendo los pasos. Y, lejos de avergonzarse los patroncitos esos, se dan por ofendidos. Se dicen perseguidos políticos y se permiten tratar de «muertos de hambre» a quienes los tienen ahora viviendo a salto de mata.
Espanta, horroriza cómo manipulan a algunas masas poblacionales. Han traído al presente el fantasma del comunismo y se aprovechan de aquellas personas que no tienen identidad para que les sirvan como muñecos de ventrílocuo, de gratis y descartables. Bien valdría la pena que un equipo de sociólogos, antropólogos y psicólogos (de alguna institución académica) estudiaran ese fenómeno de quienes, sin tener ni petate en qué caer muertos, defienden a esos remedos de petimetre hasta la mismísima amenaza. No se dan cuenta estas cajitas de resonancia de que, cuando a ellos les alcance el ventarrón (por pendejos), los patroncitos no volverán por ellos «ni en esta ni en la otra vida», según le dijo una sabia octogenaria a uno de sus nietos que se desgalillaba por un señor ladrón don…
Hacer creer a la gente poco leída que el comunismo, el marxismo o cualquier expresión de izquierda es la causa de su persecución no es más que una manifestación de la intelección que tienen ya de su vulnerabilidad. Para ellos, hasta hace unos pocos años, la justicia caminaba lenta, la prensa estaba a su servicio y la ley se la pasaban por el arco del triunfo. Ahora ya no. Se acabó la leyenda de aquellos intentos de aristócratas que con solo rugir su nombre hacían temblar a fiscales y jueces. La sangre con la cual fueron escritos sus apellidos clamó justicia al cielo y el cielo parece haberla escuchado.
Don Pedro Casaldáliga, citando a ratos al obispo Antonio de Valdivieso, ilustra en el prólogo del dosier Cidal 10: «Se saben inmunes. “Los ricos y los poderosos en pocas penas se ven caer, porque pocas veo ejecutar ni guardar contra ellos. Y se vuelven, ayer como hoy, contra aquellos que incomodan su iniquidad y su impunidad. Todos ellos, muy cristianos, alimentan el mismo odio”…»[1].
Coteja el obispo Casaldáliga en su escrito el ayer de Nicaragua (500 años atrás) con la Centroamérica de hoy. Sin embargo, ahora hay una clara diferencia: Guatemala sí se está guardando (poniéndose en guardia) contra ellos.
No se confunda, por favor, a estos ladrones de las líneas con los empresarios honestos. Insisto —siempre mantendré esta premisa—: los hay y reconocidos. Tampoco se crea que solo esos cleptómanos (los citados en los párrafos anteriores) tienen sus nombres y apellidos escritos con sangre. Ha de esperarse el listado de los enfangados con el caso Odebrecht Guatemala, por ejemplo, para saber quiénes son los otros. ¡Vaya sorpresas las que tendremos!
Para matar no se necesita solamente de una bala o de un puñal. Se puede matar de hambre, por enfermedad, por haber robado el dinero que serviría o sirve para comprar los insumos hospitalarios o por la explotación inmisericorde del hombre por el hombre.
Pero «todos ellos, muy cristianos, alimentan el mismo odio»[2]. Porque en Guatemala, hasta hace poco tiempo, «al señor ladrón había que decirle don». Con todo, al mejor estilo de colorín colorado, el cuento ese se ha acabado.
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[1] Antonio de Valdivieso: un obispo dominico en la Nicaragua del siglo XVI, protomártir de América. Dosier Cidal. Managua. 2000.
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