Definitivamente, porque las palabras no me alcanzan para describir lo que siento. Y entonces trato de reflexionar sobre esta náusea, este profundo desgarro que me produce el entorno y vuelvo sobre una idea planteada ya hace mucho tiempo: la manera que concebimos el mundo está directamente relacionada con nuestro lenguaje, con la forma como nos expresamos. Quizás por eso no me alcanza. Porque esa manera como me enseñaron el mundo, como lo he concebido, no coincide con lo que vivo, siento, percibo. De esto me di cuenta hace rato, pero ese sopor y el hastío por estos días se vuelve más y más contundente, lo que aparece como evidente es un absurdo y lo que hemos considerado verdadero se desvanece.
Plantear a estas alturas que se nos acabaron las certezas, que ya no hay recetas, parece un lugar común. Sin embargo, hay algunas cuestiones que me gustaría proponer para el debate. Por ejemplo: ¿por qué no abrir la categoría violencia para desentrañar sus raíces… sus implicancias? La violencia se nos ha ido imponiendo cada vez con mayor contundencia, se manifiesta de diferentes maneras, la experimentamos en diferentes entornos, la tememos en diferentes grados y paulatinamente se ha transformado en el problema central que nos ocupa. Por medio de ella se avasallan los cuerpos, que se han transformado en territorios de arrasamiento. Es hoy nuestro gran límite a la posibilidad de vivir dignamente.
Por medio de luchas fuimos logrando algunos derechos, conseguimos poder expresarnos, poder protestar, poder votar, hay quienes dicen que conseguimos elegir por la vía del voto (¿elegimos?) Sin embargo, en la medida que el terror nos obliga al encierro cedemos inconscientemente nuestros derechos, renunciamos a la posibilidad de desarrollar nuestras capacidades vivenciales, perdemos la posibilidad de entablar relaciones fraternales o sororarias con las demás personas, dejamos de hacer política, dejamos de amar, nos insensibilizamos, perdemos la posibilidad de vivir la vida.
Y entonces parece que vivimos, y que existimos, que somos. Nos transformamos en una entelequia. Muchos de nosotros parecemos ser la nueva generación de desaparecidos, estamos pero no estamos, vivimos pero no vivimos. Nos han querido convencer de que vivir atemorizados es normal, que la solución es perder la confianza en las y los demás y que el individualismo a ultranza es el resguardo, de manera tal que vamos aislándonos cada vez más, en nuestra casa, en nuestra computadora, comunicándonos con la pantalla, dialogando cada vez menos, entendiéndonos cada vez menos. Deshumanizándonos. Negándonos cada vez más a la posibilidad de entendernos y desarrollarnos comunitariamente.
¿Y qué tal si reinventamos la manera de confiar en las y los demás? ¿Qué tal si nos animamos a inventar caminos a contrapelo de estas imposiciones? ¿Qué tal si nos atrevemos a desnaturalizar esta absurda “normalidad”? De esta manera quizás vuelvan a tener sentido las palabras.
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