¿Cuántas veces se cruzan fronteras geográficas, políticas, ideológicas en la medida que la vida va transitando y cambiando de lugar? ¿Qué papel juega el arte, el cuerpo en escena, en estos tránsitos del alma y de la vida? Al final, como bien dice Arístides Vargas, dramaturgo y director de teatro quien también enfrentó el exilio, «el viaje ya no se inscribe en una geografía exterior sino en el cuerpo interior de quien viaja».
Las respuestas son muchas, tantas como cada ser que inicia este tipo de viajes, dirimiéndose entre la tristeza y la esperanza. Habrá quienes huyen del hambre y la desesperación, quienes lo hacen porque el terror político los expulsa, quienes quieren abandonar el pasado, sus recuerdos. Hay quienes surcar sus propias huellas y quienes, simplemente, no pueden explicar su vida sino a través de largas travesías, mismas que llevan en las memorias milenarias de sus antepasados.
Formulo estas preguntas como una invitación a cuestionar las miradas criminalizantes sobre quienes migran o se exilian para salvaguardar la vida. Y también porque es necesario detenernos en las subjetividades que este tipo de miradas construyen, unas que deshumanizan y niegan el sufrimiento. Que desvían la mirada de las causas estructurales y de los responsables o de quienes «ganan» aterrorizando personas en las rutas.
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Las enuncio, además, porque aún hay mucho que decir sobre estos tránsitos cuyos flujos han cambiado de rumbo, de ser caminos hacia el norte con la esperanza encendida, se han transformado en retornos «voluntarios», pero con los sueños quebrados. Durante 2023 y 2024, cientos de miles de personas atravesaron la selva del Darién, que divide Colombia y Panamá. Según la Oficina del Alto Comisionado en Derechos Humanos de la ONU, más de 300,000 migrantes cruzaron en los primeros meses de 2024: 25 % eran niñas, niños y adolescentes; 30 %, mujeres; y 45 %, hombres. Mujeres, por cierto, que migran con niñas y niños, expuestas a violencia sexual y trata, a las que el mundo todavía no presta la atención suficiente. Los principales países de origen fueron Venezuela (64 %), Ecuador (8 %), Haití (7 %) y Colombia (6 %). Sin embargo, entre enero y marzo de 2025, la cifra cayó drásticamente a solo 2,831 personas, lo que representa una disminución del 98 %.
Y en esos retornos se quedan vidas interrumpidas, las expectativas truncadas, y una región en la que la migración se transforma sin pausa. Las rutas que tradicionalmente se usaban han quedado vacías haciendo que se tomen caminos más riesgosos, otras personas deben quedarse por largo tiempo en ciertos lugares por no contar con los recursos económicos para seguir. Migrantes que regresan con culpa por el «fracaso» como si hacerlo hubiera sido una decisión personal, y todo en el marco de un horizonte que cada vez parece alejarse más y más.
De esos flujos, de los exilios y sus manifestaciones, de las mujeres que migran porque la violencia las expulsa —o el mandato patriarcal las condiciona—, de la muerte y los girones de vida, de las culpas y los resquemores que genera el retorno. De las identidades cruzadas y las realidades fragmentadas es que se tratará el Encuentro sobre teatro, género y migración que se desarrollará en Guatemala entre el 27 y el 30 de agosto.
En este encuentro participarán compañías teatrales de cuatro países: Costa Rica, El Salvador y Guatemala, así como otras invitadas de Perú y Túnez. Todas ellas enlazadas en EnREDarnos la Red de Teatro Feminista Centroamericano para la Transformación Social, que es un tejido de colectivas, artivistas y gestoras culturales que promueven, por medio de las artes escénicas, la transformación social, la denuncia y las vidas libres de violencias en Centroamérica, especialmente aquellas que afectan a mujeres, cuerpos feminizados y comunidades históricamente excluidas.
Será una oportunidad extraordinaria, durante cuatro días, para dejarnos sacudir, emocionarnos, dejar de lado las simplificaciones y los estereotipos a través de puestas en escena, charlas, talleres cuyo eje se centra en las migraciones, los exilios, las despedidas amargas, los regresos agrios. Será, también, una invitación para la reflexión, para disfrutar del teatro con compromiso artístico y político. Porque, al final, el teatro también puede ser frontera y hogar, un lugar donde los exilios encuentran voz y las heridas, por fin, se nombran.
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