Tengo siete años de compartir experiencia con personas de esta región del país y de trabajar con amigos y profesionales en programas sociales en el intento de desarrollar modelos comunitarios eficaces y efectivos para mejorar la calidad de vida de la población que vive en condiciones de pobreza extrema. He experimentado de primera mano cómo nuestras buenas intenciones, sin quererlo, pueden tener consecuencias terribles, que hieren la dignidad de las personas mientras aumentan su dependencia. Por ello aprendimos que lo mejor es acompañar a la comunidad para que logre condiciones de vida digna y desarrollar sus capacidades.
Acá no puedes coexistir sin impresionarte por las condiciones inhumanas de vida a las que fue sometida la población por las leyes inhumanas de su propio país. Los libros de historia no exponen la realidad de estas comunidades, que cargan con un pasado de expropiación de sus tierras y que fueron obligadas a trabajar subyugadas al nuevo finquero. Acá es sencillo notar que esas condiciones no mejorarán sin la intervención de un programa bien estructurado que ofrezca condiciones mínimas de salud, trabajo, educación y justicia.
Nuestra condición humana, siempre dispuesta a la compasión, es dañina si no tenemos la disciplina de analizar nuestras acciones y sus consecuencias en los demás. Con facilidad podemos caer en una especie de caridad tóxica, que tiende a perpetuar esas condiciones de vida. He conocido personas que apoyan porque sienten lástima. Otros apoyan porque quieren compartir lo que tienen. Algunos, por la recompensa divina que recibirán a través del servicio. Y unos pocos, por los beneficios reales que se brinda a las personas a las cuales se asiste.
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Conocemos programas públicos y privados con inversiones de millones de dólares anuales que provocan pocos cambios duraderos. Hemos aprendido lecciones duras, pero que son una regla cuando se trabaja intentando aportar algo a las comunidades en lugar de buscar nuestro bienestar personal. A prueba y error hemos aprendido que hay más probabilidades de que las cosas funcionen y de que las mejoras sean permanentes cuando se trabaja un plan ambicioso —pero estructurado— con base en las capacidades que la población debe fortalecer para superar sus necesidades. Es necesario dialogar con todos los sectores de la comunidad y escuchar, involucrar, formular en alianza, un plan coherente con el conocimiento de los mismos comunitarios.
Salvo en situaciones de emergencia, las donaciones unilaterales no deben ser la norma: todos los involucrados deben ofrecer algo e intervenir en la generación de beneficios propios y comunitarios. Capacitarse para desarrollar sus capacidades les permitirá acceder a un empleo meritorio. La educación financiera permite el acceso a préstamos y el buen manejo de estos. Además, el adiestramiento en el manejo de inversiones (usando con moderación la ayuda económica) será útil para reforzar los logros y son condiciones que deberían ofrecerse si se desea promover cambios sostenibles.
Robert Lupton, autor del libro Caridad tóxica: cómo las Iglesias y las caridades perjudican a quienes ayudan y cómo revertirla, asegura: «La verdadera transformación requiere un enfoque basado en activos que se centren más en las fortalezas de una comunidad que en sus necesidades, toma en serio los dones y talentos de los beneficiarios y trata de hacer el ministerio con ellos en la comunidad más que hacerlo para ellos, protegiendo así la dignidad de las personas».
La responsabilidad individual es esencial para el bienestar social, emocional y espiritual de cada persona. Hacer por los demás lo que ellos pueden hacer por sí mismos es reducir sus capacidades.
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