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Bienvenido Argueta: “Los jóvenes tienen dos opciones: ser víctimas o victimarios”

"Los jóvenes son víctimas de un ambiente que les tira por la cara la violencia, la pobreza, la marginación"
La opción que les estamos dejando a los niños no es que decidan qué quieren ser en su vida, sino cómo sobreviven en su vida.
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Bienvenido Argueta: “Los jóvenes tienen dos opciones: ser víctimas o victimarios”

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El Estado de Guatemala favorece la delincuencia y la muerte, pero no hace nada por la vida de los niños y jóvenes que habitan en zonas rojas, dice Bienvenido Argueta Hernández, experto en educación. La comunidad se va perdiendo para convertirse en un contexto de “sálvese quién pueda” y a los jóvenes, que han crecido rodeados de asesinatos, les orillan a dos alternativas: aliarse a la mara o intentar sobrevivirlas.

Vivir en las zonas rojas de Guatemala es sobrevivir. Los jóvenes tienen que aprender a codearse con la violencia que en cada esquina les guiña el ojo. Crecen en un ambiente donde las balas son cosa de todos los días y los muertos sobre el pavimento un paisaje habitual. En ese contexto –con las pandillas a la cabeza y sin Estado presente– la sobrevivencia se torna difícil. Para no ser víctima muchas veces tienen que aliarse a los victimarios. No existe para ellos un lugar seguro, porque incluso la escuela está cooptada por las pandillas.

Bienvenido Argueta Hernández dirigió durante el gobierno de Álvaro Colom (2008-2012), el programa Escuelas Abiertas que involucró a 220 centros educativos ubicados en áreas rojas. Este programa se proponía  prevenir la violencia, atraer a los jóvenes a las escuelas los fines de semana e impartirles clases de música, computación o incluso de break dance. El propósito no era solo mantenerles ocupados en sus ratos libres, también tejer comunidad involucrando a padres y maestros. El programa duró varios años, pero no tuvo continuidad con el nuevo gobierno.

Argueta es doctor en Educación por la Universidad de Ohio (EE.UU.). Fue, además, Ministro de Educación, Secretario de Servicio Cívico, director del departamento de Educación de la Universidad Rafael Landívar y del de Filosofía de la Universidad de San Carlos. Actualmente trabaja en investigación de educación en contextos de violencia.

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Muchos de los niños que viven en zonas rojas de Guatemala dibujan a los asesinos sonriendo ¿qué le dice esto?

Lo que los niños están percibiendo es que el asesino es el que impone su ley y se está saliendo con la suya. Esto también tiene un análisis muy fuerte para nosotros como sociedad, nos evidencia las dos opciones que tienen estos muchachos: ser víctima o victimario. Las opciones que les estamos dejando son ser víctima o victimario, cuando la lógica debería ser que no debe haber víctimas ni victimarios. No debería existir alguien que es víctima del sistema y lo convertirnos en un victimario.

Desafortunadamente en escuelas que he visitado recientemente, hay un desanimo profundo en los maestros. Incluso me han hablado para que manden policías para revisar mochilas, porque los alumnos van armados. En estos contextos ¿cuál es la viabilidad para sobrevivir? ¿armarse? ¿ser amigo de los que comenten crímenes? ¿ser también criminal? Esa es  la condición que les ofrecemos a los niños. No que decidan qué quieren ser en su vida, sino cómo sobreviven en su vida.

Los niños hablan de violencia con mucha naturalidad ¿la han normalizado ya?

Es la normalidad de sus días porque no tienen otra opción. Generalmente son niños de padres que han migrado del interior de la república a causa de la pobreza. A pesar de las circunstancias y del desempleo, que es una característica básica de sus padres, en la ciudad tienen mejores condiciones que donde vivían originalmente.

Ellos tienen que sufrir un proceso de adaptación y el primer choque es enfrentarse a la muerte, encontrarse con las extorsiones y frente a unas reglas del juego que se generan dentro de la propia comunidad y que no necesariamente están vinculadas con el Estado. La comunidad en esas condiciones crea sus propias reglas. Y en todo caso, si se llegan a articular con las del Estado, con la PNC, por ejemplo, también resultan en dinámicas de corrupción.

Se acostumbran también a ver muertos todos los días…

Ven a un muerto y ellos esperarían no ser los siguientes. Pero por ser tan jóvenes no tiene una conciencia tan desarrollada de que es muy probable que a ellos les vaya a tocar. Tienen una consciencia básica de pretender estar más allá de todo eso, una dinámica de distanciamiento, porque puede morir un amigo de ellos y gente que conocían, pero existe un mecanismo de defensa que hace que se distancien del muerto. Esto lo que nos devela es que tienen una mirada que ve la muerte muy cercana, pero a la vez muy retirada de mí.

También de culpar a la víctima, de decir “en algo andaba metido”, porque lo siguiente es “como yo no estoy metido en nada, nada me va a pasar”.

La gente lo que hace es naturalizar un hecho y aceptar versiones como que "se lo merecía", "están metidos en algo", incluso poner en duda a gente honorable. Y eso hace que se haga difícil crear una organización en la comunidad que ayude a evitar la violencia. Los jóvenes no suelen decir “organicémonos para acabar con la violencia”. Y en algunos casos, cuando lo hacen, la propia organización genera más violencia. Hay zonas donde aparecen grupos armados con machetes o pistolas, queriéndose defender, lo cual plantea también violencia. Lejos de fortalecer un Estado de Derecho, los jóvenes no solo son testigos de los hechos delictivos, sino también y muy desafortunadamente, lo que se les instaura es responder con violencia.

Yo recuerdo haber escuchado a maestros que estaban muy orgullosos porque pertenecían a una patrulla que había matado a sus propios estudiantes, a los que estaban en pandillas. Eso lejos de ser una vergüenza, era un orgullo para ellos. Es muy complejo, se requieren recursos, un cambio de mentalidad, oportunidades de organización comunitaria.

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La escuela se contaminó también. Ya no es un sitio seguro…

Hay escuelas que han querido evitar problemas y han aceptado muchachos vinculados con delincuencia, pero como no tienen un conocimiento del abordaje y el tratamiento, de inmediato tienen problemas de violencia dentro de la misma escuela y esa extorsión que se daba en el exterior, se da también en el aula. Ahora encontramos muchas escuelas en las que en el pasado se respetaba al maestro y al director, y ahora también el maestro es extorsionado. Esta dinámica es triste, pero lejos de disminuir, crece. 

Desde el gobierno pasado se acabaron los programas de prevención. Este gobierno no los tiene, no hay programas de jóvenes. Lo único que observamos es el del Ministerio de Trabajo que se llama "Mi primer empleo", donde hablan de los famosos callcenter, que fundamentalmente están dirigidos a gente de clase media, a jóvenes que tienen oportunidades. Entonces la pregunta que me hago es: ¿qué opciones reales van a tener estos jóvenes? La opción real que tienen es acostumbrar su mirada a ver a gente que están matando, a incorporarlo como una manera normal de proceder la vida. Lo que tenemos en realidad son marcos de una descomposición social solo comparables a lugares donde el conflicto armado fue muy severo.

En algunas entrevistas que tuve con personas en Rabinal, me contaban que cuando el Ejército llegaba, los obligaba a que denunciar a los que estaban en la guerrilla, o si no los mataban. Entonces denunciaban incluso a gente que quizá no tenía nada que ver, pero era su forma de salvar la vida. En estas sociedades lo que hay ya es un esquema de "sálvese quien pueda", en lugar de ir construyendo comunidad se va destruyendo. 

Hace unos días, cuando los jóvenes de Gaviotas se amotinaron, en redes sociales se les criticó muy fuerte, la gente pedía incluso pena de muerte. ¿Es imposible para el país comprender que estos muchachos vienen de ese contexto, que se les enseñó que la violencia era normal?

¿Quiénes son los que critican? es una pequeña parte de la población que tiene acceso a los servicios, que se encolerizan de ver a unos jóvenes que se han subido a los techos. Pero se encolerizan porque los ven tan cerca, como generalmente están encerrados no los ven y es preferible no verlos. Los mantenemos en un lugar donde supuestamente no generan problemas y cuando se suben a los techos la gente empieza a temer. No se ve la causalidad.

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Nadie se pone a discutir que el 20% de los niños han dejado de asistir a la escuela. Qué van a hacer ellos si ya con la primaria tienen dificultades para encontrar un empleo, no digamos sin ninguna escolaridad. Tarde o temprano el Estado va a tener que acercarse a ellos a través de políticas sociales, si es que queremos que salgan. Pero nadie señala eso, nadie señala que el 60% de los jóvenes no tiene acceso a educación media, nadie señala que no hay políticas de juventud, que no hay ley de juventud, que no tenemos nada a favor de ellos. Pero si somos capaces de condenarlos cuando rebasan los límites.

El país lo que está generando son condiciones de delincuencia, condiciones para tener más muertos, pero nada que favorezca la vida de estos muchachos. Tenemos que discutir cómo país hacía dónde vamos, qué políticas vamos a promover. Porque si no invertimos en niñez y juventud, lo que vamos a tener es cada vez más violencia y una sociedad empobrecida. Una sociedad inviable. Estamos generando una sociedad que no es vivible. 

Se criticó muy fuerte también a la madre que pedía a su hijo amotinado que bajara del techo. La gente aseguraba que era la culpable. Pero en estos sitios muchas veces las madres tienen que trabajar 16 horas al día para ganar un salario mínimo. Imposible vigilar a sus hijos cuando luchan para darles de comer.

En términos de relaciones de poder siempre se ha puesto como argumento esencial que los culpables son los pobres, ya nacen siendo culpables. La idea es responsabilizar completamente a alguien —que obviamente es responsable de sus actos— sin embargo, no observamos que hay ciertas condiciones que favorecen esto. No hay oportunidades de trabajo, no han permitido que un Estado aborde el problema, lo que han hecho es privatizar los servicios. Estas comunidades están abandonadas. Ya no existe un marco básico de comunidad y de hacer posible una comunidad: es cada quién hace lo que puede.

Hemos visto que hasta el 75% de muchachos no viven con el padre, porque ha tenido que migrar por trabajo. Hay aproximadamente 35% de jóvenes que viven con los abuelos, con tíos o hermanos mayores, porque sus madres tienen que trabajar. No hay adultos que se preocupen por ellos. Cuentan solo con una escuela que no ofrece las mejores condiciones, con maestros que no tienen la formación para encausarlos. 

En la  Encuesta Nacional de Juventud determinamos que el 76% de jóvenes pertenecen a los estratos más bajos, entonces solo el 24% tienen mejores oportunidades. Pero cuando uno observa, en los estratos más bajos solo el 1% asiste a la universidad, mientras que en los estratos más altos es el 31%. Es una gran diferencia.

El 20% de los jóvenes esta fuera del sistema educativo, eso ya significa la debacle y no hay ninguna estrategia de recuperación. Lo que ahora no estamos discutiendo lo vamos a ver en diez o quince años. La gente va a pedir que construyan más cárceles, que haya más policías, pero no más escuelas y ni más maestros. Todo esto es parte de la privatización del sector público. 

 

¿Existen planes de prevención de violencia estatales?

El problema es que no hay comunicación entre ministerios. El Ministerio de Educación sacó una nueva estrategia de prevención de violencia, pero el Ministerio de Gobernación sacó otra. La Educación Bilingüe también está generando otro programa de prevención de violencia. Pero no hay uno integrado a nivel nacional.

Se requiere de especialistas en esos temas y no siempre se toman en cuenta. Se cree que trabajar con adolescentes es muy sencillo, que cualquiera lo puede hacer y no es así. En el pasado se intentaron programas sustentados en iglesias, pero cuando los fui a observar, me di cuenta de que no dieron resultado, había dos o tres muchachos nada más. 

Otro de los problemas es que no siempre se ajustan a la realidad. Yo escuché a un policía recomendarles a los niños que no se acerquen a los pandilleros, pero los niños saben que no acercarse puede ser incluso más peligroso. No pueden rechazarlos por su propia seguridad.

En investigaciones recientes que hicimos en Villalobos, los muchachos mostraban algún tipo de temor, pero también un acercamiento con jóvenes que se vinculan a maras, con gente que para ellos puede generar algún tipo de beneficio ser sus amigos, más que estar distantes. En ese sentido lo que se genera es un proceso de recomposición de la comunidad, para sobrevivir. No es lo ideal, pero es lo que ellos tienen. Se genera otro tipo de ética y de marco de acción, donde la muerte esta siempre presente. 

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¿No hay sitio seguro para ellos?

No hay sitio seguro. Y esto nos plantea la debilidad del Estado guatemalteco y no solo en las zonas rojas de la capital; cuando uno sale al interior encuentra comunidades donde ya la violencia juvenil es una manifestación muy clara. 

Por un lado, son victimas de un ambiente que les tira por la cara la violencia, la pobreza, la marginación, y por otro lado hay jóvenes que se terminan involucrando como medio de sobrevivencia. Yo diría que no hay un joven que nada más ve, también actúa o trata de evitar. 

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