A la poesía llegué por casualidad, por excusa, por necesidad, porque sí, la encontré en un momento complicado de mi vida, de la vida, la encontré a los 14 años, la encontré como se encuentra a una buena persona, me despertó, me reveló misterios y abrió preguntas, la poesía llegó en palabras, lenguajes y símbolos.
El fenómeno poético es una especie de bengala en medio de la oscuridad, como el poeta ruso Alexander Block dijo alguna vez: «la o el poeta crea la armonía partiendo del caos»....
A la poesía llegué por casualidad, por excusa, por necesidad, porque sí, la encontré en un momento complicado de mi vida, de la vida, la encontré a los 14 años, la encontré como se encuentra a una buena persona, me despertó, me reveló misterios y abrió preguntas, la poesía llegó en palabras, lenguajes y símbolos.
El fenómeno poético es una especie de bengala en medio de la oscuridad, como el poeta ruso Alexander Block dijo alguna vez: «la o el poeta crea la armonía partiendo del caos». Si, una insistencia por la belleza y por el amor, lejos de cualquier discurso ideológico, político o cultural, lejos de esa aburrida carrera por el poder (en las diferentes formas en las que este existe) por eso, en medio de estos turbulentos y difíciles tiempos hay que apelar a la esencia poética, aquella que da pie a la búsqueda del significado más profundo de las cosas, la que tiene que ver con encontrarse como si fuese la primera vez que se está frente a un fenómeno cotidiano, como la luz del sol iluminando todo al amanecer o la fuerza de una madre que a pesar de todo cree en el futuro cuando sale a trabajar para asegurar el pan para sus hijos.
En la poesía encontré otros mundos, una posibilidad, un ejercicio permanente de deconstrucción y construcción, ceremonia, fuego, ritual, encontré a mis abuelas y a las abuelas de ellas sentadas en mi memoria, entre sus manos llevan flores y candelas.
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Pienso en todas y todos aquellos que han entregado su vida al ejercicio poético, los imagino viendo detenidamente el cielo o a las buganvilias cayendo al suelo en las tardes de marzo, brujas y brujos que escapan de la hoguera infinita, imagino a Francisco Morales Santos mientras escribía aquel poema trascendental llamado «Madre, nosotros también somos historia», imagino a Julio Serrano sentado en una banca del parque central de Xela escuchando el sonido que cruje desde el pasado en forma de envoltorio sagrado, pienso en Carmen Lucía Alvarado y Luis Méndez Salinas y su insistencia por anular el silencio, pienso en Luis de Lión y en la energía de Mayarí De León, pienso en Delia Quiñonez y en la delicadeza con la que teje el lenguaje, pienso en Isabel de los Ángeles Ruano y sus torres y tatuajes, pienso en la dignidad de las mujeres sobrevivientes de Sepur Zarco, pienso en Paula Nicho y su mundo onírico.
Pienso en Vania Vargas y sus paisajes cotidianos, pienso en todas y en todos los poetas que no tuvieron otra alternativa que el exilio, pienso en las y los defensores del agua y de los territorios, pienso en las y los guías espirituales y su poder de leer la poesía esculpida en las piedras, pienso en David Robinson y su risa del tamaño del canal de Panamá, pienso en lo triste que fue haber encontrado la casa de Humberto Ak´abal hasta el día de su entierro, pienso en las y los poetas jóvenes que habitan en todas las comunidades de esta compleja Guatemala y en sus ganas de no quedarse sin decir algo, pienso en el día después de la clausura del Festival Internacional de poesía de Quetzaltenango durante los últimos dieciocho años, en el cansancio, en el vacío, en las cuentas pendientes, en el recuento de los daños, en las ganas de mandar todo al carajo, en los amigos, en los enemigos y en el gesto poético de seguir insistiendo.
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