Hace muchos años soñé esa plaza antes de conocerla. Hace algunos años llegué a esa plaza con un grupo de periodistas franceses que no entendieron lo que ahí sucedía, se fueron con las caras planas, tratando de explicarse la relación del fuego con la vida cotidiana, se marcharon pensando cómo en un mercado puede convivir naturalmente un tejido heredero directo de los primeros códices y un puesto de productos chinos. Así pues, la mística de ese lugar, si habría que nombrarlo de otra forma, podría ser: punto de encuentro, flores frescas, palabra dada, revelación, lugar sagrado, cohetería, Popol Vuh, libro del destino, búsqueda, resistencia, consulta, poema. Hace un año y medio llegué a esa plaza a buscar respuestas, las hallé.
[frasepzp1]
Maria Zambrano menciona que «hace muy poco que el hombre cuenta su historia, examina su presente sin contar con los dioses, con Dios, con alguna forma de manifestación de lo divino. Y, sin embargo, se ha hecho tan habitual esta actitud que, aún para comprender la historia de los tiempos en que habían dioses (sic), necesitamos hacernos una cierta violencia. Pues la mirada con que contemplamos nuestra vida y nuestra historia se ha extendido sin más a toda vida y a toda historia». El oficio para aquel o aquella que asume el papel de poeta no es nada más ni nada menos que dotar de profundidad las cosas que para otros podría ser algo correspondiente a lo cotidiano. El poeta le otorga a la vida un mayor significado, deja preguntas abiertas, lo que se revela es el poema, lo que aparece es el espíritu, lo sagrado, descubrir el amor en una dimensión más amplia y compleja. El poeta entiende que el camino no es hacía una dirección, sino es una enredadera, un deshilar, un ir y venir, tarea por momentos no tan grata, el poeta dialoga con los dioses que encuentra en su mirada, en su memoria, en sus sueños y también en sus fracasos.
Diego Ventura Puac-Coyoy, es heredero de una tradición estética con más de cinco mil años de existir a través de imponentes ciudades, estelas, cerámicas, danzas, libros y narraciones orales que han pasado celosamente de generación en generación, principios filosoficos y cientificos que han resistido modelos extractivos y homogenizadores. En el sueño del otro, yo también sueño Ventura Puac-Coyoy presenta precisamente eso, una secuencia, una construcción cadenciosa de palabras que acomoda con el cuidado y la intuición que como ajq´ij´ se le ha otorgado; coloca cada imagen como quien coloca en un altar velas, flores, pom y ocote. El poeta hablando con el fuego, el poeta eternizando el fuego en las palabras; en las páginas de este manuscrito —que cobra mayor valor porque se escribe desde una posición que desmonta estructuras exclusivas del lenguaje y trascienden a un plano más amplio—, es decir, a una poética que no tiene que ver solamente con palabras, sino que utiliza otros recursos en las que se plantean posturas políticas y reivindicadoras sin dejar la ternura y la belleza como elemento fundamental del discurso.
II
A mí la poesía me sucede
A través de este libro que Órbita Editorial pone en circulación, se plantea una propuesta estética lejos de la los anticuados lenguajes de categorización del sistema del arte occidental, la herencia milenaria que enriquece y acuerpa este libro dividido en dos partes: poesía y prosa, está basado en signos y símbolos provenientes de un acervo único en el planeta. El conocimiento que en este territorio se ha desarrollado es uno de los más complejos que la humanidad haya dado cuenta, a raíz de procesos violentos ha sido saqueado y convertido, la mayoría de las veces, en simples objetos exóticos expuestos en las galerías y museos del mundo. Nuestra historia y nuestras subjetividades también tienen que ver con una despiadada depredación, vale la pena mantener abierta la duda para saber si el conocimiento y la estética maya necesiten de una galería de arte convencional o son las galerías las urgidas para aprovecharse de estas y mantener así, el saqueo y la dominación por más decolonial que se presente.
La historia oficial empieza a reconocer hasta mediados del siglo XX a escritores de origen maya: Francisco Morales Santos y Luis de Lión, ambos kaqchikeles de la aldea San Juan el Obispo, en la Antigua Guatemala, fueron los primero en abrir la brecha para que iniciara la tradición de la literatura maya contemporánea. Se reafirmó a finales de la década de los ochenta y en la década de los noventa del mismo siglo, con tres acontecimientos importantes —a mi juicio— la creación del acuerdo 169 de la OIT, el premio Nobel de la Dra. Rigoberta Menchú y la Firma de los Acuerdos de Paz, esto abrió la oportunidad para que el discurso maya fuera difundido con mayor fuerza, siendo Humberto Akabal, la imagen más representativa, con su obra creó una escuela que hasta la fecha ha influenciado a la mayoría de la poesía maya escrita en Guatemala en la actualidad. Esos ecos llegan a la obra de Ventura Puac-Coyoy que enarbola una voz singular, enriquecida por su entorno: cuerpo, territorio y memoria, su búsqueda es individual y, a su vez, cuestiona estructuras que han condicionado las dinámicas sociales.
El sueño de Diego también lo hemos soñado, siendo parte de un acto-ritual vinculado a la búsqueda de una verdad primaria: nacer en la misma tierra, amar con la intensidad que solo un corazón desbordado puede dar, cargar con el dolor de un modelo colonial que nos marcó y generó desigualdades sin distinguir clase ni grupo étnico. Pero también soñar con la esperanza que habita en las montañas y en el fuego, en la chirimilla y el tum que resuenan desde lo alto de la iglesia de Chiwila’, en las lágrimas de Santo Tomás, en la fiesta y la celebración comunal, y en la mirada de extrañeza de quien ve pasar a un contador del tiempo por una calle de San José. Diego Ventura Puac-Coyoy afirma su mundo y ahora, también, lo comparte.
Más de este autor