Es una vida agitada, la de un niño de seis años. Ahora mismo me cuenta los secretos para correr autos en el Wii. “Yo me concentro y veo todo. La pista, los carros de los competidores y la velocidad. Todo junto y cuando lo veo todo me parece sobrenatural. Entonces me quedo con eso y acelero” me dice, tan serio, que entiendo que es una de sus primeras experiencias místicas.
Llegamos al restaurante. Estaba vacío, para felicidad mía. Nunca he sido un tipo de multitudes. A decir verdad me estresan mucho. Descubrí que era el ruido. Funciono mucho conforme a lo que oigo y el incesante parloteo me suele poner de un humor extraño. Así que agradecí que en el sitio estuviesen sólo tres o cuatro mesas ocupadas, la mayoría por ancianos.
El mesero se acercó y nos dejó las cartas. Santiago la empezó a examinar. A los pocos minutos el hombre volvió y preguntó “¿Les tomo su orden de bebidas o van a esperar a su pareja?”. A decir verdad me incomodó un poco. Le dije que éramos sólo nosotros y se disculpó. Tomó la orden y se fue de inmediato. Me lo imaginé yendo a la cocina, con el ticket en mano, un tanto angustiado, diciéndose a sí mismo, vienen solos, el señor viene sólo con su hijo.
En fin. Aquello no era un episodio de la versión masculina de Bridget Jones. Así que seguimos hablando y jugando un poco con los manteles. Al lado nuestro, un par de señoras mayores ordenaban el postre. Ambas bebían su cerveza. Me pareció curiosísimo. Las dos tenían pinta de ser super ortodoxas. Casi fundadoras de un Estado abstemio. Y quizá no me equivoqué tanto, imaginándolas. Al llevarles el postre, un mousse de chocolate con frutas, la señora metió su cuchara y lo probó dos veces y le gritó al mesero: “oiga, esto es sólo de chocolate, yo no me lo como” Qué pena ser mesero. Qué acto de control propio habría que tener para soportar este tipo de cosas. Qué efectiva es esa idea del karma, cuando uno la trivializa y se divierte con ella: hace un rato el mesero hablando de mi pareja y ahora una anciana diciéndole que el mousse de chocolate es de chocolate y que por eso no se lo come. Oh.
Santiago y yo, volvimos a lo nuestro y terminamos de comer pronto. Su idea era seguir jugando y visitar a su abuela. Así que no demoramos mucho nuestra salida. Hacía un día gris, con bastante viento. Uno de esos grises brillantes y platinados.
Había pocos autos. Santiago veía por la ventanilla. Pasamos frente a una de las sedes del partido Patriota, en la que hay tres puños enormes y naranjas saliendo de la acera. A ambos nos pareció una imagen demasiado extraña y disímil con el resto del boulevard. Pero bueno, afortunadamente el espacio es de todos.
Puse música, tenía ganas de oír algo orquestal. Me calma mucho los domingos, así que puse algo de Mozart. A Santiago le gusta la música. Sus primeras experiencias orquestales las tuvo hace un par de años, cuando lo llevé al Teatro Nacional a escuchar la Novena de Beethoven. Esa noche el teatro estaba lleno. Es más, estaba sobrevendido.
Yo había pagado una plaza en el Balcón I, porque de acuerdo a mis múltiples experimentos durante las temporadas de la Sinfónica, es ahí donde mejor se escucha. Y la altura da cierta sensación de vértigo, como si se flotara.
Santiago tuvo que sentarse sobre mis piernas, porque ya no cabía nadie. Del escenario provenía una inmensa fuente de luz, que hacía que de mi hijo sólo viera una silueta pequeña y oscura. Los violines afinaban, entre el murmullo de la gente que no terminaba de acomodarse. El director salió. Luego de la ovación se vino el espectáculo.
Mi hijo, notablemente envuelto por la emoción de la música, extendió sus brazos y empezó a dirigir la orquesta. Yo lo veía a él y no miraba otro director. Desde la altura parecía que los músicos le obedecían, la melodía iba ya intensa, al punto que nos estaba haciendo acelerar el pulso, y entendí que ambos estábamos rendidos y sobrepasados. Sobre todo yo, mirando a mi hijo, entendiendo que tenía frente a sí un espectáculo maravilloso y estaba apropiándose de él.
Quise contarle algo interesante y le hablé en el auto, de la sonda Voyager. Ahora mismo abandonará el sistema solar, el sitio más lejano donde jamás haya llegado algo humano. La sonda, entre muchas otras cosas, lleva un disco de oro, en el que van grabadas imágenes y sonidos de la tierra. Cosas que nos explican. Van varias piezas de Mozart, Beethoven, Stravinsky y mucha música étnica. Y fue inevitable que mientras transitáramos por la ciudad, no pensara en esa protesta de hace algunos días frente al Congreso.
Una sección de la Orquesta Sinfónica Nacional se apostó en la calle de enfrente y dio un pequeño concierto a modo de reclamo. Buscan la atención a su proyecto, que los independiza del Ministerio de Cultura y Deportes, los vuelve un ente autónomo y los dota de un mejor presupuesto. Para informarme más, leí una entrevista que hicieron en la FLACSO con Marvin López, Presidente de la Junta Directiva de la OSN.
El asunto pinta mal. Como en la mayoría de rubros dedicados al arte, la Sinfónica está funcionando muy por debajo de su presupuesto. Es más, le hacen falta al menos unos veinte o veinticinco músicos para poder verdaderamente ser una Sinfónica y muchos de sus integrantes actuales ni siquiera tienen una plaza real, lo cual -entiendo- significa que no cobran.
Dicen que van a desaparecer. No me extrañaría. La radio del Ministerio de Cultura, Radio Faro Cultural, funciona un día sí y una semana no. Y creo que la cosa es más grave de lo que se ve a simple vista, pues toda inversión en cultura es una inversión a futuro.
El arte otorga la posibilidad del diálogo, de imaginarnos distintos, de ponernos en los pies del otro y sentir. Pienso en la música que va en el Disco de Oro del Voyager, con la esperanza que ese lenguaje dé testimonio de nuestra humanidad. Un testimonio que de ser encontrado, no serviría de mucho para explicar a Guatemala, porque acá la Sinfónica está por desaparecer.
Me parece terrible. Porque encima de todo, habrá que decir, que hay una falta total de interés en la política en materia de cultura. Ya era algo previsible en la entrevista que Alejandra Gutiérrez le hiciera al Ministro de Cultura, quien confirmó que tan sólo el ocho por ciento del Ministerio de Cultura y Deportes está destinado para las artes y solo el dos punto cinco por ciento va para cultura.
Para el Ministro, la cultura es un eje para generar dinero. Es decir, imaginarnos tiene un precio y debe ser cada vez más alto. Afirmó que en este gobierno, se interesan en el tema desde un enfoque de prevención al delito. Y nos regaló esta bella imagen de la juventud: “El joven que está custodiado por un policía no comete un delito, pero cuando el cuerpo de seguridad no lo acompaña, tiene la tendencia a seguir delinquiendo. Ese es el momento cuando el deporte recreativo, los valores culturales, entran en juego.”
Digamos que lo aterrador es la reproducción de esos estereotipos errados desde la función pública, de tal manera, que incluso sean el sustento y foco del ejercicio del poder. Siendo la población en su mayoría joven, habiendo tan pocos policías en relación población-efectivos, todos a decir del Ministro, deberíamos estar delinquiendo. Y ahí entra el papel de la Cultura, dice.
Sin embargo, en la misma entrevista admite que sólo una mínima parte del presupuesto se destina al tema. O sea, afirma una cosa que no hace. La gente. Quiero imaginar que el Ministro representa a muchas personas y que éstas se afirman en la imagen del puño cerrado, como los del boulevard.
Un puño cerrado es la imagen de quien no da. Un puño cerrado no puede hacer música. Un puño cerrado no ofrece nada. Así que estando en el gobierno, la imagen debe cambiar. Ser una mano extendida. Un intermediador entre todos y el lenguaje de intermediación es el arte. Ahí todos pueden encontrar un punto de equilibrio. Pero se cercena, por falta de presupuesto. Cosa bastante insultante, cuando recuerdo que Roxana Baldetti, vicepresidenta y estandarte de la Transparencia, se gastó Q19 mil 955, en chocolates y perfumes. El salario de varios músicos de la Orquesta, pongamos.
Es una cosa de centrarnos. Imaginar nuestro futuro, invertir en él. Creer que es importante estar mejor. Necesitarlo. Poner el empeño en las cosas que nos llevarían a eso. Vivimos en una lejanía total, unos de otros. Necesitamos desocupar las líneas y ponernos a hablar y no hay mejor forma de hablarnos que a través de la música, de las letras, del teatro, la danza, del arte.
Y será invertir en ello, o seguirnos gastando el dinero en perfumes, chocolates, baterías inútiles, cosas que se derrumban, se agotan y nos dejan estando hundidos, solos, profundamente solos y con miedo del otro. Porque seguramente, como el Ministro dijo, tenemos tendencia a delinquir. Vaya error.
Hay que abrir esa mano cerrada y creer en nuestra humanidad, darnos la oportunidad. Nada puede fallar: lo que encontremos en nosotros no puede estar mal y seguro sólo necesita salir y florecer. Hace falta jugar esa carta, porque sólo podríamos ganar apostando a nosotros mismos.
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