Es comprensible que en el actual clima político que vive el país emerja la desconfianza como primera moneda en todos y cada uno de los eventos públicos que involucran al Gobierno, pero, por definición, los censos nacionales son información oficial y no había forma de evitar que apareciera la presentación de sus resultados. Y valga recordar que el Censo 2018 no se hizo gracias a esta administración (o a las anteriores), sino a su pesar.
También es razonable y saludable que como ciudadanía tengamos dudas sobre los datos y resultados. De hecho, es un ejercicio ciudadano imprescindible que nos apropiemos de los instrumentos de información estadística nacionales, que exijamos su levantamiento periódico y sistemático, que usemos la información que se deriva de estos y que interpelemos a los responsables acerca de su calidad.
Sin embargo, me parece una muy mala costumbre de nuestra cultura política defenestrar o defender algo sin argumentos. Y es justamente eso lo que ha estado pasando en el debate sobre el Censo 2018 en Guatemala. Me refiero tanto a quienes por sus castañas (o percepciones) andan decretando su invalidez como a quienes descalifican a las personas que expresan sus reservas.
Por eso propongo en este espacio una aproximación curiosa que sirva de invitación para continuar y ampliar la discusión desde posturas más productivas.
Viñetas para acercarnos al análisis y a la comprensión de los resultados
En contra del dicho popular, los números no hablan por sí solos. Todo dato se construye y debe interpretarse para que nos diga algo. Con los conocimientos que tengo en estadística y sociodemografía (y sin ser experta en varios de los tópicos que causan polémica), me atreveré aquí a sugerir algunas hipótesis sociológicas sobre lo que podría estar pasando con la dinámica poblacional en Guatemala. Antes de que se me vayan a la yugular, advierto que no son afirmaciones categóricas, sino apenas unos apuntes para ir pensándonos.
¿Por qué tan poquitos?
El principal asunto que nos está comiendo la cabeza es el número total de habitantes que arrojó el censo y la tasa de crecimiento poblacional intercensal. ¿Nos robaron dos o tres millones de habitantes? ¿Por qué no cuadran las cuentas con el Renap? ¿En serio crecimos tan poco?
El crecimiento poblacional depende de varios factores sociodemográficos. En primer lugar, pareciera que las tasas de fecundidad están descendiendo (promedio de hijos por mujer en edad fértil). Este es un patrón mundial generalmente asociado a cambios culturales y económicos. En el caso de Guatemala se puede confirmar con lo registrado en las Encuestas Nacionales de Salud Maternoinfantil (Ensmi). Y en los resultados publicados del censo se comparan estas tasas con las de los anteriores (en 1994 era de 4.6, en 2002 de 4.4 y en 2018 de 3.8). Luego podría indagarse en la hipótesis de una relación negativa entre nacimientos y fallecimientos sin perder de vista los derivados de la mortalidad maternoinfantil o de la violencia, relacionados con problemas graves que todos conocemos: la desnutrición infantil, la falta de atención en salud, inseguridad e impunidad.
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En tercer lugar, ¡¿qué creen?! ¡Migación! Aquí hay varias consideraciones metodológicas a tener en cuenta. La primera es que un censo como el realizado tiene una base territorial, es decir, fueron captadas las personas que en el momento del levantamiento de la información estaban habitando el país. En cambio, el Registro Nacional de las Personas (Renap) toma información de carácter administrativo de personas reconocidas como guatemaltecas (hayan nacido o no en el país, residan o no en él), de extranjeros residentes. Cómo dicen por ahí: no podemos comparar peras con manzanas, aunque un ejercicio saludable (y metodológicamente posible) sería observar patrones de composición poblacional entre una fuente y otra, pero, pregunta seria, ¿son accesibles los datos del Renap?
Aunque nos parezca inverosímil, quizá debamos empezar a preguntarnos cuál es la magnitud del fenómeno migratorio que está impactando de esta forma en las tasas de crecimiento poblacional. No es descabellado pensar que casi el 20 % de la población guatemalteca se encuentre fuera del país. Este es un fenómeno común en sociedades que no ofrecen alternativas a su ciudadanía y que son expulsadas por factores como la violencia o la falta de oportunidades: le ha ocurrido a El Salvador desde la década de los 90 o a Puerto Rico, que en 2016 tenía a cerca del 57 % de su población en Estados Unidos. La imagen no es ajena a nuestra historia tampoco. Si tomamos como referencia los más de ocho millones de habitantes reportados en el censo de 1994, cerca del 12 % de la población se encontraba refugiada en México por aquellas fechas (guerra, genocidio y esas cosas sobre las que también nos cuesta tanto hablar). Incluso el censo de 2002 calculaba que cerca del 10 % de la población había migrado en los cinco años previos.
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¿Dónde están los pueblos indígenas?
Siguiendo la lógica de «¿por qué tan poquitos?», se ha cuestionado la proporción de población que se autoidentifica como parte de algún pueblo maya, garífuna, xinka o afrodescendiente. Aquí conviene comparar en el tiempo. En el censo de 1994, la población indígena representaba el 42.8 %, y en el de 2002, el 39.4 %, mientras en el de 2018 representó el 43.8 %, es decir, aumentó 4.4 %. Aquí lo que parece estar ocurriendo es un proceso de reapropiación identitaria (recordemos que es por autoidentificación). No se incrementa un indicador que venía a la baja sin que ocurran procesos sociales importantes ¿Qué lo explica? ¿Ha sido el trabajo político-cultural de años? ¿Qué fenómenos identitarios ha producido la globalización?
Alfabetismo y analfabetismo: de definiciones y prejuicios
Como si fuera una maratón por las desgracias, y de nuevo utilizando la lógica de «¿por qué tan poquitos?», se ha cuestionado el dato sobre analfabetismo-alfabetismo. Alfabetismo, para el censo, es saber leer y escribir en algún idioma al menos un párrafo sencillo. Si esperamos una definición más compleja, la medición también será más compleja.
El porcentaje de población analfabeta en el país en 1994 era del 35.4 %. En 2002, del 28 %. Lo que debería sorprendernos es que después de casi dos décadas persista una proporción de personas analfabetas de casi el 20 % para 2018. Un experto me explicó que este fenómeno solo es comprensible por la inefectividad de las políticas educativas: a pesar de la inversión en alfabetización, pareciera que existe una «fuente brotante» de analfabetismo. Es decir, se alfabetiza a las personas, pero la falta de acceso a la educación produce las nuevas generaciones contingentes que no saben leer y escribir.
Datos curiosos
Hay dos datos que me llaman la atención. El primero es el recambio en el perfil de la ubicación geográfica de la población. Por primera vez la mayor parte reside en zonas urbanas (53.8 %), mientras que en 2002 estaba en zonas rurales (53.9 %). Esta es una tendencia global asociada con factores como concentración de servicios en las ciudades, pero también con desplazamientos forzados por cambio climático, bajos ingresos, falta de empleo... ¿Qué es lo que lo explica en el caso de Guatemala al 2018?
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El segundo es el envejecimiento poblacional. Más del 60 % se encuentra en edades consideradas productivas (entre 15 y 64 años), pero todo apunta a que Guatemala ha comenzado una transición demográfica, ya que el grupo de edad de 0 a 14 años representa un 8.9 % menos que en 2002. Pasó de 42.3 % a 33.4 %.
¿Y si cambiamos las afirmaciones por preguntas (a los datos y al equipo técnico del Censo 2018)?
Para invalidar los resultados del Censo 2018 se han utilizado argumentos del tipo «a mí no me censaron» o sobre problemas en la recolección de datos por incompetencia de quienes encuestaron, inconsistencias en las respuestas o errores en la digitación. Todos estos problemas son comunes a todo proceso de relevamiento de información y, precisamente por tratarse de un ámbito probabilístico, existen métodos y herramientas para corregirlos. También hay parámetros para definir si los datos son estadísticamente significativos.
El equipo que generó los datos tiene todas las capacidades para aplicar los correctivos. Como ciudadana y usuaria de estas fuentes, lo mínimo que esperaría es que pudieran explicarme cosas como cuál fue la tasa de no respuesta, las principales razones de no respuesta, si está en parámetros estadísticamente aceptables la mortalidad de las unidades de análisis (el «no me censaron»)... Es decir, todas preguntas técnicas.
Como todo proceso de construcción de información es un proceso social atravesado por múltiples factores (incluyendo los políticos), sería bueno preguntarles y pedirles que reconstruyeran y compartieran el tortuoso camino que se vivió para realizar el Censo 2018.
Es decir, en lugar de posicionarnos en defensas o ataques a ultranza, preparemos nuestras preguntas al equipo y a los datos. Vayamos pensando en los factores sociales asociados a muchos de los resultados y construyamos explicaciones. Generar conocimiento es un ejercicio político que nos corresponde a todos. Quienes producimos análisis sociales a partir de estos datos (incluyendo al equipo del censo) también estamos en la obligación de hacerlo en un lenguaje accesible y con tono dialogante.
Una apuesta por un sistema nacional sólido de información estadística
Debemos renunciar a la fantasía de que la estadística produce dato duro y puro e incuestionable. Pero eso no lo hace innecesario o inválido. Es una aproximación a la realidad (si es que tal cosa existe) o una representación de esta.
En suma, si no nos salen las cuentas, no es por causa del censo, sino del país que tenemos. Los millones que nos faltan no se los robó el instrumento estadístico. Los expulsó el modelo de despojo, exclusión y desigualdad, que se ha recrudecido en las últimas décadas. Que hayamos resultado menos de los que creíamos no implica que se maquillaran los indicadores. Puede ser incluso peor de lo que imaginamos (aló a quiénes andan con teorías de la conspiración).
Quisiera cerrar estas líneas refrendando la urgente necesidad de construir un sistema nacional de información estadística sólido y autónomo. El Instituto Nacional de Estadística (INE) ha tenido importantes avances en las últimas décadas y cuenta con personal técnico calificado, pero sigue supeditado a los vaivenes de la vida política del país (podrida e inestable). Necesitamos información de calidad para tomar decisiones y realizar intervenciones estratégicas de política pública. De lo contrario, seguiremos alimentando círculos viciosos de corrupción y expoliación.
Posdata
En el mundo se han generado sistemas de producción de información poblacional distintos de los censos, basados fundamentalmente en registros administrativos. Entiendo que es el caso de países como Dinamarca. Incluso, en Ecuador están explorando recientemente esta posibilidad. Ocurre que, para tener algo así, hay cuestiones fundamentales que son necesarias: institucionalidad fuerte y legítima, así como transparencia en la información pública a todo nivel. ¡Sorpresa!
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