La justicia, aunque se apele el fallo, ha sido determinante y para muchos ha abierto un rayo de esperanza por una institucionalidad dada por perdida, ha descubierto la dignidad velada. Desde el derecho penal, su finalidad es crear un disuasivo para que no vuelva a pasar. La justicia ha hecho real el “Guatemala: nunca más” de un Obispo asesinado hace más de una década por pedir saber la verdad. La justicia no sólo es un fin y un derecho, es un camino que abre la puerta a pensar una Guatemala radicalmente diferente. Es decir, para una Guatemala de reconciliación. Hoy que hay justicia a los ojos de muchos, deben también existir las muestras de honesta búsqueda inicial de reconciliación por aquellos que gritamos justicia desde hace días. Sin esto claro, la justicia pierde uno de sus sentidos más importantes.
Las reacciones son las esperadas, hay temor, hay alegría, hay incertidumbre, hay satisfacción. Pienso en aquella Guatemala con el imaginario de la patria y del ejército heroico, y aunque no es la Guatemala mía, es la Guatemala de muchos otros (también jóvenes). Hoy la responsabilidad está de asumir la justicia como el puente de encuentro –tal vez no inmediato, pero sí imprescindible− de unos con otros. El primer paso toca a aquellos creyentes de la justicia como el factor que reconfigura desde lo más profundo nuestra sociedad.
Ante la desbordante avalancha de comentarios racistas, llenos de odio y algunos con intenciones de muerte, el llamado por el respeto y la tolerancia es necesario. Luego de la sentencia, es cuando empieza realmente la prueba de todos nosotros, es ahora cuando la justicia ha permitido la existencia de las condiciones para comenzar a trabajar, como albañiles pacientes, un nuevo hogar.
Con tu puedo hacerlo y con mi quiero hacerlo, más importante, con el vamos hoy juntos compañeros. Estamos llamados a vivir diariamente la justicia − y todos los otros valores motivadores de muchos hombres y muchas mujeres guatemaltecas estas pasadas semanas− frente a cada reacción de odio de dónde venga. Nuestras palabras anteriores nos comprometen a hacerlas vida, y así no permitir lo más importante que este juicio y los testigos nos han recordado: en Guatemala no puede volver a pasar de nuevo el tiempo de muerte, saña y sufrimiento.
La resistencia y la lucha se han modificado a un panorama nuevo para los guatemaltecos conscientes de la transformación profunda. La alegría por el juicio debe ser hermana de la prudencia del comentario y madre de una cultura política ajena a lo acostumbrado en tiempo de militares y dictadores. Hoy es tiempo de justicia constructora.
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