El poema comienza con las líneas: «Nadie se va de casa, salvo / que la casa sea la boca de un tiburón. / Solo corres hacia la frontera / cuando ves a toda la ciudad corriendo también».
Más adelante, Shire escribe: «Tienes que entender: / nadie pone a sus hijos en un barco / a menos que el agua sea más segura que la tierra. // ¡Quién elegiría pasar días / y noches en el estómago de un camión, / a menos que las millas recorridas / signifiquen algo más que un viaje! // Nadie elegiría arrastrarse debajo de las cercas, / ser golpeado hasta que su sombra lo abandone, / violado y luego ahogado, forzado al fondo de / un barco porque su piel es más oscura, ser vendido, / morir de hambre, recibir disparos en la frontera como un animal enfermo, / ser compadecido, perder su nombre, perder a su familia, / hacer de un campamento de refugiados su hogar por un año o dos o diez, / ser desnudado y buscado, encontrar la cárcel por todas partes».
El poema de Shire nos recuerda las luchas que los refugiados, solicitantes de asilo e inmigrantes enfrentan a nivel mundial cuando buscan refugio y seguridad, especialmente los padres que emigran con sus hijos. Sus palabras invocan empatía y humanizan a los refugiados, en contraste con la retórica de odio y racismo de los políticos xenófobos y antiinmigrantes que criminalizan e incluso culpan a los migrantes de su difícil situación.
La semana pasada, una foto viral mostró los cuerpos sin vida de Óscar Alberto Martínez Ramírez y de su hija Valeria, de casi dos años, prendida de la espalda de aquel. Ambos se habían ahogado al tratar de cruzar el río Bravo hacia Estados Unidos después de huir de El Salvador. La fotografía es una imagen dura de la crisis humanitaria y de las condiciones horribles que enfrentan los migrantes en la frontera de Estados Unidos y México. A la familia se le negó la oportunidad de buscar asilo debido a esa política de Trump conocida como metering, que reduce la cantidad de migrantes que pueden solicitar asilo en el país y provoca que estos esperen en México hasta que se procesen sus solicitudes.
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Si bien muchos simpatizaron con los padres de Valeria, hubo algunos que los culparon de la muerte de la niña. Por ejemplo, el director interino de Servicios de Ciudadanía e Inmigración de Estados Unidos, Ken Cuccinelli, culpó a Martínez Ramírez diciendo: «La razón por la que tenemos tragedias como esta en la frontera es porque ese padre no esperó a pasar por el proceso de asilo de manera legal y decidió cruzar el río, de modo que no solo él murió trágicamente, sino también su hija». Esto, sin reconocer el papel de las políticas de Trump que niegan el derecho a solicitar asilo. Otros han culpado a los padres migrantes por la violencia que enfrentan sus hijos diciendo que no deben exponerlos a esos peligros. Estas actitudes y perspectivas contribuyen a una mayor criminalización, deshumanización y culpabilización de los padres migrantes. El poema de Shire nos recuerda que debemos ser empáticos y comprender que nadie migra o toma estas decisiones fácilmente, especialmente con sus hijos. Los padres de Valeria buscaron proporcionarle a la niña un futuro mejor, uno que ha sido arrebatado por los Gobiernos salvadoreño y estadounidense.
El Gobierno de Estados Unidos sigue siendo responsable de estas muertes por sus políticas restrictivas de inmigración. Los funcionarios centroamericanos siguen guardando silencio sobre este tema y hacen poco o nada para combatir las causas de la migración. Una excepción reciente, sin embargo, es el presidente salvadoreño, Nayib Bukele, quien se refirió a las muertes de migrantes diciendo: «Huyen de sus casas porque sienten que tienen que hacerlo [...] Huyeron de nuestro país. Huyeron de El Salvador [...] La culpa es nuestra». Esperemos que esta admisión de culpa dé paso a acciones serias y rápidas y que no se quede en un discurso político.
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