Parece que los matices se han quedado sin lugar y que cualquier gris es considerado tibio, indefinido e incluso hipócrita. Cuando somos espectadores neutrales, es fácil notar los sesgos en quienes discuten e incluso se hace evidente cómo los argumentos racionales no juegan el papel principal, pero ¿somos capaces de reconocer esas actitudes en nosotros mismos cuando participamos en el debate?
Los seres humanos evolucionamos para querer pertenecer a algún grupo. Quien pertenece y además da señales de su lealtad al grupo adquiere estatus y, por lo tanto, aumenta su capacidad de sobrevivir y de reproducirse. Como especie tendemos a formar grupos con identidades, comunidades imaginarias —como las llama Benedict Anderson— que les dan significado a nuestras interacciones grupales. Podemos transformar un grupo en nuestro grupo.
Ahora bien, el fenómeno que observamos actualmente va más allá del delimitar un nosotros. Pasamos de tener blanco, negro y muchos tonos de gris en medio a admitir únicamente dos polos. Este intento de sobresimplificar las ideas para que encajen en los extremos lleva a descartar nociones intermedias muy valiosas. A esto se añade una capa de antagonismo: caricaturizamos y exageramos las debilidades de los otros para enaltecer nuestras propias cualidades. Esa repulsión hacia lo distinto también responde a nuestros instintos más primitivos. En algunos estudios se ha observado que el área del cerebro que se activa para que rechacemos comida podrida o envenenada lo hace también cuando una opinión distinta nos parece mal. Al permitir que este primer instinto reine sobre la razón, temo que la diversidad se encuentra en peligro de extinción.
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Para construir sociedades diversas es importante ser conscientes de este tribalismo y de las reacciones irracionales que las opiniones y los estilos de vida distintos nos provocan. Hace falta cuestionar por qué elegimos nuestras posturas para no llegar al punto de delegar el pensamiento crítico a los expertos de la tribu. Como explica Robert Wright, cuando de tribalismo se trata, mientras más rechazo ocasiona la tribu contraria, menos cuestionamos a los expertos de nuestra tribu y más escépticos somos de la otra. ¿De verdad queremos que otros piensen y decidan por nosotros?
Si queremos tener una mente independiente, debemos estar al tanto de cómo el tribalismo nubla inconscientemente nuestro juicio a nivel visceral, emocional y racional. De entrada, está la sensación de repulsión, que muchas veces surge simplemente con percatarse de que quien emite la opinión es alguien de una tribu opuesta. Luego siguen las emociones que, aunque son un poco más conscientes, son aún pasionales y también llevan al rechazo irracional. Finalmente, a nivel racional existen sesgos cognitivos y falacias lógicas que nos llevan a descartar, erróneamente, opiniones distintas a la propia.
La mayoría de los intentos de introducir matices en este mundo de blanco y negro sugieren concentrarse en usar la evidencia y la razón. Sin embargo, la parte racional es apenas una de las patas del banco. Todos hemos observado que, cuando alguien fija una postura en un extremo, no hay evidencia alguna que lo haga cambiar de opinión. Más que intentar solucionar esta tendencia natural, es importante tener conciencia de cómo somos sujeto de este tribalismo y empezar a cuestionar el sustento de nuestras posturas. Esto nos permite descubrir nuestros propios sesgos e identificar si somos verdaderamente analíticos o si hay pasiones que nublan nuestro juicio.
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