Luego de entrenarles en el uso de una escafandra para poder internarse en ambientes con humo, el capitán los agrupa en parejas y los envía a un edificio construido con el único propósito de entrenar bomberos.
El ejercicio consiste en soltar a la pareja de bomberos en el tercer piso de la estructura, con los ojos vendados y hacerlos encontrar la salida de un edificio que, en la vida real, estaría en llamas.
La única guía que tienen es una manguera que les llevará hacia el hidrante o el camión. Un bombero más veterano les da el chivo antes de entrar: en lugar de ser una sola manguera, se trata de varias mangueras unidas. Y en cada unión, el acople macho -que tiene unas ranuras características- está del lado más próximo a la bomba, el camión, el hidrante y en última instancia la salida.
Lo explica con una serie de esos recursos mnemotécnicos que tanto les gustan a los gringos. Es decir, convierten el concepto general de que hay que seguir las uniones macho en una serie de dichos más o menos lascivos pero muy fáciles de recordar, que es lo que importa.
Dentro del edificio hay muebles viejos y quemados, restos de hogueras que usan para practicar cómo apagar fuegos y un intenso olor a humo que delata el uso que le dan a esta estructura de tres pisos. Fuera, el viento helado del desierto se cuela por cada una de las puntadas de mi suéter.
Una a una las parejas de bomberos entran al edificio, por una escalera exterior hasta el tercer piso. Adentro están los bomberos más viejos quienes les gritan y golpean las paredes de lámina para distraerles y desorientar a los que participan en el ejercicio.
La misión no suena difícil: seguir la manguera hasta el primer piso. Pero ciegos, agitados, desconcertados y con el balón de aire a punto de acabárseles, los bomberos van sucumbiendo uno a uno.
Y viéndolos me viene a la mente una amiga que hace unos días me mandó una de las cartas más sinceras, profundas y enternecedoras que he recibido en muchísimos años. Nos conocemos poco, lee el blog y de tarde en tarde cuando las agendas noticiosas dan un descanso, chateamos, de trabajo más que nada.
En eso, una mañana de sábado recibo su mail. Tengo que dejar de leer mis mails en la cama cuando aún duermo. Lo leo primero en el teléfono, aun en esa duermevela de las nueve de la madrugada sabatina. Lo leo después, en la pantalla de la computadora mientras tomo el desayuno.
Es una carta larga, musical. Cargada de información tan personal que no puedo sino concluir que ha decidido a apostar a que seamos amigos. Son cosas que solo se le cuentan a un amigo, a alguien a quien uno tiene confianza. Termino de leer, quizá por tercera o cuarta vez y sonrío, estoy seguro de que he encontrado una amiga.
Me acuerdo de ella, más bien de su carta, porque leyéndola pude sentir esa sensación que me ha acompañado desde hace tanto tiempo. Desde antes de partir hacia el desierto, mucho antes, tengo esa sensación de no saber cuál es mi lugar exacto en el mundo. Y supongo que ciegos y desorientados, los bomberos deben haber sentido un poco lo mismo.
Quizá todos tratamos de encontrar esa salida, de ir encontrando esas uniones en la manguera, que nos dicen que vamos en la dirección correcta. Queremos encontrar la salida de este lugar oscuro para ya no tener que movernos a tientas mientras sentimos cómo con cada inhalación se va agotando el aire.
Pero lo más seguro es que me equivoque. Seguramente hay gente que ya la tiene resuelta, ya sea porque salieron o porque están contentos mientras ignoran con todas sus fuerzas que el edificio arde y se derrumba sobre ellos.
Horas después, el capitán habla con los bomberos. Habla con un montón de bomberos que han “muerto” en el incendio. Un poco dramático, teatral, les cuenta de las visitas que ha hecho, en la vida real, a las viudas de los compañeros de trabajo.
Mientras les explica sus errores, todos reflexionan todos sobre dónde se equivocaron. Unos no confiaron en su pareja, otros confiaron demasiado, otros le negaron el aire y otros más dejaron la dejaron abandonada en medio de la oscuridad. Pero no quiero encontrar metáforas acá, que de tan fácil sería obsceno.
Todos se llevan a casa una lección. Mientras enrollan las mangueras tienen la sensación de haber aprendido algo esa noche mientras buscaban la salida entre los obstáculos y la total oscuridad.
Ojalá fueran todas las cosas tan fáciles como salir a gatas de un edificio en llamas.
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