Es imprescindible poner sobre la mesa el tema de la educación en Guatemala. Para comenzar, hay que reconocer que difícilmente alguien pone, por voluntad propia, la educación de sus hijos en manos del Estado. Aunque en ningún momento pretendo generalizar, el nivel de las escuelas no llena las expectativas de formación integral de calidad. Es comprensible que busquemos opciones de educación en la iniciativa privada, ya que regularmente es mejor que la educación pública.
Con suma ligereza estamos dispuestos a emitir opiniones que santifican o satanizan el movimiento, muchas veces incapaces de ver un poco más allá de lo obvio. Hablamos de sindicatos como si habláramos del mismísimo demonio. Entrando un poco en nuestra historia, debemos reconocer que los derechos de la clase obrera en Guatemala han tenido que ser arrebatados a las clases privilegiadas a fuerza de asociación, huelgas, reclamos y muchas veces hasta muertos. El problema con el movimiento sindical es que no permaneció ajeno al fenómeno de la corrupción, que está extendido en los sectores público y privado. Es un secreto a voces que esta máquina funciona solamente en una dirección, comprando voluntades a sujetos vendepatrias, por lo que resulta incoherente que se continúe consintiendo a ese pseudolíder que se enorgullece de definirse a sí mismo como «mañoso».
Dejando por un lado el pacto colectivo, sin pretender desestimar o legitimar sus solicitudes, sabemos que las escuelas y los estudiantes tienen un sinfín de necesidades materiales y que algunas de estas se incluyen en dicha solicitud. Si bien trabajan jornadas más cortas y tienen un período vacacional mayor que el de cualquier otro empleado público, la mayoría de las veces sus condiciones de trabajo no son las mejores. Hay que ponerse a pensar si nosotros mismos, desde la comodidad de nuestras casas, estaríamos dispuestos a aceptar esos puestos por ese mismo salario, pero bajo las precarias condiciones que afronta un maestro rural. El incremento salarial que se solicita es bajo si se compara con las desvergonzadas cantidades que derrochan en gastos innecesarios otras instituciones públicas como el Congreso, el Ejército o la misma Presidencia.
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Supongamos que el reclamo es justo. Sería importante definir compromisos y una forma de evaluar resultados. Es necesario para garantizar la calidad educativa que deberían ofrecer a cambio. Si queremos educación de calidad, debemos tener maestros preparados. ¿Estarían los docentes dispuestos a someterse a pruebas de eficiencia, capacidad y sobre todo vocación para desempeñar bien sus funciones y así acceder al aumento, escalafón o promoción? ¿Estarían dispuestos a devengar un jornal acorde a su capacidad y a sus conocimientos pedagógicos y científicos? ¿Permitirían que sus resultados fueran evaluados por el rendimiento de sus alumnos o por la aprobación de los padres de familia, según los días efectivos de clases? O, más complicado aún, ¿estaría el Estado en la disposición de pagarles a estos según su capacidad?
No hablemos de docentes ingiriendo licor en el baile de la plaza ni de si pueden —o no— superar un simple test de ortografía. Hablemos de respeto al criterio personal de otros. Muchos maestros diligentes, que sí se encuentran dando clases, son víctimas de acorralamiento por no apegarse a las exigencias de los agremiados. Presión de grupo, amenazas de despido, extorsión económica y cierre arbitrario de escuelas para impedir el ingreso de los que sí quieren trabajar son parte de esta historia. Hablemos de las pocas oportunidades que se tienen cuando se nace pobre, de humanidad y respeto a los niños y a sus padres, de los gastos en que incurren. Hablemos del esfuerzo del pequeño Álex, que vive con su abuelita no vidente y lustra zapatos para sobrevivir y estudiar. Está en primero, pero por la huelga no va a aprender a leer, y eso no se vale. Hablemos de las necesidades educativas de nuestro país.
Por último, menciono a los más importantes: los maestros con carácter ético y moral, dedicados a su comunidad con perseverancia, paciencia, honestidad, firmeza de carácter, desinterés, vocación y buenos modales.
Para ellos, todo mi respeto, admiración y apoyo.
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