El precio del altruismo
Cuando mis hijos eran pequeños tuve la oportunidad de trabajar en una empresa como Gerente regional de una marca de cosméticos. Ganaba muy bien, pero viajaba mucho mientras mis hijos estaban desatendidos en casa. Decidí dejar mi bien remunerado empleo para estar presente en su formación en amor y valores.
Ese cambio fue básico para obtener buenos resultados en general. Cuando ellos salieron de casa, capacitados para la educación universitaria, la vida me dio la oportunidad de poder apoyar a las niñas y niños de mi comunidad. Dediqué mi tiempo libre a apoyarles en búsqueda de información, investigación y subiendo el nivel de las tareas, ya que muchas madres no pueden apoyarles por no haber estudiado. Sabía que lo que aprendí a hacer con mis hijos, podría servirle a la niñez y juventud en mi pueblo.
Tomé la decisión y un uno de noviembre de 2012 inicié el camino del trabajo social comunitario. Sabía que me quedaría únicamente con los ingresos que genera el alquiler de mi casa, en la ciudad, equivalente a un salario mínimo. Lo hice con pleno conocimiento y voluntad de aportar a mi comunidad, entendiendo que mi vida debería tornarse minimalista. Sabía que seguramente algún día desearía comprarme un agua gaseosa y no podría hacerlo. Sabía también que muchas veces debería renunciar al tiempo de familia, pero haría lo que mi corazón me había pedido desde siempre.
El valor del bien común
Mi padre, Nayo Lemus, me enseñó que el bien común priva por encima del bien propio y siempre actuó en consecuencia. Lo vi en casa y lo traigo como código de ética. Esta idea ha sido explorada a lo largo de la historia por filósofos y pensadores como Rousseau, Kant o Aristóteles. Los beneficios se han hecho notar a lo largo de la siguiente década, el trabajo que, junto a un maravilloso equipo, hemos logrado ha fomentado la unidad y desarrollado la empatía de quienes pertenecemos a la organización, incluyendo a los beneficiarios.
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Como resultado de nuestra labor, hemos abordado colectivamente temas como la pobreza y la desigualdad, y realizado trabajo colaborativo fomentando la justicia social. Promover el bien común inspira la participación y responsabilidad social. Si usted viene a visitar el proyecto podrá comprobar de primera mano como niños, niñas, jóvenes (y no tan jóvenes) se involucran activamente para dirigir programas que puedan mejorar la calidad educativa. El programa de lectura, las condiciones de la escuela, la vivienda para niñas estudiantes, el huerto comunitario, el cuidado a niños y niñas de la primera infancia y la atención al adulto mayor.
Estas actividades comunitarias promueven la igualdad de oportunidades, inspiran a la acción colectiva, fomentan el compromiso para abordar problemas sociales, mientras que algunas personas fuera de nuestra comunidad participan recolectando donativos o financiando de alguna manera nuestros programas.
La riqueza de la satisfacción
Cuando converso con personas con conciencia social, siempre coincidimos en querer hacer algo para cambiar las cosas. Por eso me siento afortunada de haber tenido la formación que tuve, el capital social que me heredó papá, las habilidades sociales para comunicarme con los diferentes extremos de la sociedad. Al caer la noche siempre tengo un problema, una solución, una angustia, un proyecto cuya ejecución y búsqueda de viabilidad me quitan el sueño y me hacen dormir profundamente a la vez. Ver jóvenes liderando su comunidad mientras estudian una profesión universitaria demuestra que el trabajo realizado ha sido, es y siempre será valioso.
Como bien decía Santo Tomás de Aquino «El bien común es la suma de los bienes individuales, pero también es algo más: es la armonía y cooperación entre individuos», por eso guardo con gran cariño aquel día en el que a aquella jovencita le faltaban Q4 para sus recursos educativos y a mí me quedaban Q5 para terminar el mes, pues comprendí que aquí siempre nos salvamos los unos a los otros, tanto, que ya no se sabe quién salva a quién.
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