Es entendible entonces cómo, en un tema sobre el cual abundan expertos personales e institucionales, las soluciones se ven cada vez más lejanas o ya no se ven. No es posible un abordaje serio y sobre todo práctico cuando las propuestas son construidas sobre paradigmas ya de muy largo tiempo, que toman un punto de partida equivocado y que además se pierden a lo largo de los planteamientos en un cínico estira y encoge de intereses espurios.
Si escribiésemos un Perfecto manual para formular propuestas integrales que permitan alcanzar el tan ansiado desarrollo rural, desde el capítulo uno advertiríamos que la fase del diagnóstico se debería subtitular Breve descripción del descubrimiento del agua azucarada y limitarnos como autores a actualizar las cifras que demuestran que el área rural es más pobre, más vulnerable, más desigual, más desnutrida y un largo listado más de indicadores que justifiquen la urgencia de mejorar el estado y las condiciones de vida de las poblaciones rurales. Porque al final de eso se trata con el desarrollo: de mejorar las condiciones de vida de las personas.
Puede que los diagnósticos sobre las condiciones del área rural se faciliten aún más con el tiempo cuando algún ser inteligente y sin necesidad de muchos conocimientos avanzados en ciencias sociales y exactas caiga en la cuenta de que los porcentajes son constantes, no varían, se mantienen, y entonces anuncie un algoritmo que sea más o menos como multiplicar por uno la cifra anterior y sea aplaudido por las huestes paradigmáticas y cínicas que validarán cualitativamente el algoritmo con propuestas nada prácticas, resultado de su ignorancia deliberada de las bases y de los objetivos de una solución viable, pero sobre todo de la inveterada pasión por no hacer nada.
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Ya superada la fase del diagnóstico, pasaremos a la definición del tema. Es el primer paso para empezar a abandonar las posiciones históricamente cínicas. Entonces se deberá centrar en la persona humana como sujeto natural. Todo lo que se deba hacer en materia de economía, institucionalidad, ambiente y demás vertientes debe considerar el mejoramiento de la calidad de vida de las poblaciones rurales con el fin de que puedan alcanzar un desarrollo humano integral. Muy simple. Parece de Perogrullo, pero así será como después, a lo largo de la propuesta, se podrá identificar el momento en que alguien empiece a jalar agua para su molino (esto, en sentido figurado, ya que en sentido literal también se les hace a las poblaciones sin retribuirles).
Llegados a este punto de avance en el diagnóstico del problema y en la definición de la situación ideal, se hará la identificación de los objetivos mayores, de las llamadas piedras grandes. Si estamos apegados al diagnóstico y a la definición de problema, vamos a hablar con claridad. En este país, la gente del área rural está en una de las peores condiciones de nutrición a nivel mundial y los territorios están sujetos a una enorme vulnerabilidad ambiental. Hay hambre y degradación ambiental y casi la mitad de los niños en edad escolar padecen desnutrición crónica, o sea, ya son generación perdida en materia de capacidades físicas e intelectuales. Por el lado ambiental, el suelo se está perdiendo, el agua está contaminada y los riesgos de desastres ligados al suelo y al agua son perennes. No hay mucho en qué perderse: los grandes subtemas del desarrollo rural son la seguridad alimentaria y la vulnerabilidad ambiental.
En la próxima columna empezaremos a revisar los paradigmas con los cuales se aborda el desarrollo rural en Guatemala y de los cuales devienen el cinismo y las taras de las propuestas.
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