Los que vivimos fuera de la Ciudad de Guatemala a menudo nos encontramos con la necesidad de viajar horas y horas para completar un sencillo trámite que, en lugar de tomar un tiempo reducido, se traduce a veces en la pérdida de días de trabajo y gastos innecesarios. Esto se agudiza cuando le sucede a una persona que proviene de una lejana aldea del país, que no cuenta con carreteras mínimamente decentes y que, además, apenas gana lo suficiente para subsistir el día a día. Esto si los constantes derrumbes de la estación lluviosa lo permiten.
Lo anterior se extiende por supuesto a temas de educación y cultura. Durante años he podido ver cómo algunos jóvenes de lo que injustamente se llama “el interior” se han visto obligados a estudiar una carrera universitaria particular en una sede universitaria regional, pues la carrera de su predilección no se ofrecía en un lugar cercano a su lugar de origen. Es esto o trasladarse a la Ciudad de Guatemala, con todas las consecuencias que esto conlleva.
En términos de las manifestaciones artísticas y culturales esto se manifiesta de diversas maneras: pocos espacios para la formación; limitadas oportunidades para la práctica y la expresión; y, lo que es todavía peor, una pobre interlocución con los espacios metropolitanos que a menudo marcan el ritmo del diálogo y el debate. Y sin embargo, en este terreno los caminos de la descentralización han sido diversos y cada vez más frecuentes.
¿La solución? Resistirse a este colonialismo interno y buscar maneras alternativas de hacerle frente a los vacíos. Los ejemplos exitosos cada vez son más frecuentes.
La tecnología ha ayudado, claro. En meses recientes pude “asistir” a varios eventos organizados por Ultravioleta sentada en la sala de mi casa en Quetzaltenango a través de livestream, plataforma que hace algunas semanas me permitió —desde mi casa— ser una participante más en las presentaciones de Temas Centrales II, organizado por la Fundación TEOR/éTica, en San José, Costa Rica; y con frecuencia participo desde mi computadora de los interesantes diálogos que Radio Ati propicia. Claro, estas opciones exigen un acceso a los medios tecnológicos que no todos tienen.
Por otro lado, cada vez vemos cómo en “el interior del país” nacen esfuerzos individuales y colectivos que dan cuenta de las nuevas modalidades de gestión artística y cultural del presente. Ciudad de la imaginación ya lleva más de un año de exposiciones, conferencias, talleres, etc. en Quetzaltenango, y próximamente será la sede de tres importantes eventos vinculados a la Bienal de Arte Paiz. En Comalapa, poco a poco el espacio para la cultura y el arte Kamin hoy se está convirtiendo en un importante referente, y con frecuencia las actividades calendarizadas no tienen nada que envidiar a las que se presentan en la Ciudad de Guatemala. Hace poco, en Totonicapán, el interés particular por la fotografía de Leo García, propició dos exposiciones de artistas que nunca antes habían expuesto fuera de la Ciudad de Guatemala y la creación del Laboratorio de Experimentación Audiovisual (LEA).
Por supuesto los que no vivimos en la Ciudad de Guatemala todavía nos perdemos una gran cantidad de conferencias, exposiciones, encuentros, etc., a la espera que las instituciones que las organizan hagan una apuesta más atrevida por la descentralización. Mientas tanto, celebramos cada evento, cada propuesta, cada nueva aventura desde el arte y la cultura que se lleva a cabo en otros espacios y se convierten en actos de resistencia frente al centralismo, algo que desafortunadamente llevamos bien puesto en nuestras pesadas vestiduras mentales.
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