Afirmar que hay una corrupción institucionalizada implica hablar de la necesidad de crear un nuevo ente, renovado, pues el aparato viejo ya apesta demasiado porque incluso muchas normas están diseñadas en función de esta misma estructura podrida.
Decirlo es fácil. Pero ¿cómo hacerlo? Creo honestamente que la interiorización del fracaso es necesaria, que el componente de verdad es imprescindible y es lo que hizo que la gente saliera a las plazas. Constatar que los políticos (o la mayoría) son ladrones. Sí, era cierto lo que nos temíamos. ¿Y cómo roban? Pues ya lo sabemos: de mil maneras.
Lo del año pasado fue una parte. Vimos el lado político público. Ahora, a partir de las investigaciones que implicaron a Aceros de Guatemala, a muchas empresas y, más recientemente, a los canales nacionales y a los bancos Rural y G&T Continental, se prendió un foco de rayos equis sobre el sistema. Totalmente corrompido.
Muchos critican que por qué algunos grupos sociales nunca suben de ciertos porcentajes en las elecciones. La respuesta, ahora lo vemos, es clarísima. Porque, si no se obtiene el financiamiento ilícito, en este sistema es imposible ganar una elección. Y por eso, si no hay un quiebre real, estamos condenados indefinidamente a este infierno.
Entonces ahí viene la necesidad de aceptar rotundamente el fracaso. Como dicen, se puede empezar de nuevo siempre que aceptemos la pérdida y, bueno, ese es el reconocimiento de la verdad. Si no la admitimos, estamos sentenciados a una negación, que es un autoengaño perenne.
Para salir de la negación debe haber muchos hechos que nos comprueben el deterioro. Y yo considero que ahora ya tenemos los necesarios para constatar que no podemos continuar así, que debe haber un hito que marque un cambio definitivo de rumbo.
Por supuesto que como sociedad estamos apoyando a los nuevos funcionarios, que como nunca están haciendo un gran trabajo (SAT, OJ, Mingob, PGN, MP, Interventor TCQ) y están limpiando los escombros de una institucionalidad percudida. Es lo que nos quedó de la guerra. No es algo que ocurra solo acá. Luego de los conflictos armados se deben desmontar los entramados guerreristas, que se convierten casi siempre en mafias. Y aquí no fue la excepción.
Pero, a la par de apoyar a los funcionarios luchadores, tenemos que aliarnos entre nosotros y acordar puntos mínimos, hojas de ruta, mecanismos exigibles a corto, mediano y largo plazo, para trabajar en conjunto con estos funcionarios y así ir avanzando.
Porque luego de toda esta fumigación deben surgir nuevos elementos, liderazgos, personas e instituciones para construir encima de los escombros. Y ahí es donde estará la verdadera tarea: ese momento para edificar un nuevo Estado que no sea corrupto y que, ahora sí, persiga el bien común.
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