Es un poco el miedo a expresar mi opinión: ya el día de los comicios me recibieron todos los colegas en el centro de votación con la chingadera que me andaban buscando Suger y el Rey del Tenis. Es un poco que las elecciones estuvieron más aburridas que la película de Linterna Verde y, en parte porque estaba tratando de escribir una columna sobre una bronca que tuve hoy en la mañana con una persona muy querida.
Pero la verdad es que no puedo escribir de las elecciones porque tengo una idea fija que me ronda la cabeza desde medio día. Tanto así que me levanté a media noche para tratar de sacármela de encima.
Hoy, escondido entre un montón de correos de esa pelea, había uno de mi hermana.
Un correo corto, dulce y devastador. Puede ser que hoy volví a ver a los chicos después de seis meses de ausencia. Puede ser que estoy desvelado y esas cosas afectan el ánimo. Puede ser que me siento como un idiota por andar acusando a alguien sin fundamentos.
Puede ser lo que sea. Pero lo leo y me pongo hecho una magdalena. Me dice que hace apenas una semana estaba visitando a mi familia en Indiana para Labor Day, cocinando tantas costillas que hoy terminaron de dar cuenta de ellas y que hoy estoy ya en Guatemala, lejos y sin teléfono. Y me dice que soy como los holidays, como los festivos: “meses de espera que en dos días ya es historia”.
Nadie me lo había dicho tan claro, tan directo al punto. Y de alguna forma yo me he estado sintiendo así. Luego mi hermana agrega que con eso de ver a los chicos una semana cada seis meses me debo sentir igual, como las estaciones, que las esperas tanto, y luego llegan y se van y te quedas esperando la siguiente.
Es contar, ya no los meses, las semanas, los días que faltan para vernos. Y tener que mentirles con las cuentas a los chicos y decirle a Carlos que faltan cinco semanas, cuando en realidad faltan ocho y llegar a casa de mi ex esposa y encontrarlos tan grandes que apenas los reconozco.
Debe de ser la sensación que tienen los presos cuando los liberan o los marineros cuando vuelven después de meses en la mar. Y es en esos momentos cuando todo te queda en perspectiva. Las ambiciones y los esfuerzos se miden contra ese momento de encontrarme con los chicos. Cada decisión queda iluminada bajo esa luz. Y solo fijarme en el largo plazo, tener la vista en el horizonte, me sirven para no claudicar.
El problema es que en el largo plazo, en el horizonte, hay una niebla que no me deja ver nada.
Además de ver a los chicos, volver a Guatemala es un constante recordatorio de por qué me fui en un primer momento. Es un lugar donde antes de salir a dar una vuelta, mis amigos me piden que deje el celular en casa y cuando pagamos en un supermercado se alarman que salga a caminar con las tarjetas de crédito en la billetera.
De las elecciones, nada que contar en casa de los chicos. Uno le va a Mano Dura, creo que lo dice por joder. Canta la canción, no conoce a Pérez Molina pero dice que Roshana Baldetí es la vicepresidenciable. Le pregunto si le gusta y me dice que no, “porque tiene como 45 años y ya está mayor”.
De alguna forma, sabe recitar todos los candidatos a diputados y alcaldes de Quetzaltenango, al menos los que tienen tapizada la ciudad con propaganda.
No todo es amargura. Todos mis amigos me han cubierto de cariño. Y hasta la gente a quien alguna vez hice daño, me ha recibido con los brazos abiertos. Allí, he logrado explicarme, poner las cartas sobre la mesa y aliviar un corazón que pasó un mes de desasosiego.
Además que con los chicos ha sido miel sobre hojuelas.
Tras seis meses sin vernos, a los diez minutos de estar juntos ya estamos en sintonía perfecta. Ha sido una semanita de mandados, de estar juntos sin sobresaltos, de esa rutina tan anhelada por mí y creo que por ellos.
Ir al súper -Walmart, pfff sí-, cocinar milanesas para Carlos -que mala carne que hay en Xela-, comprar gafas para Rafa -después de visitar tres oculistas distintos y recibir tres diagnósticos diferentes-, estudiar álgebra -sigo sin entender porqué le va mal a Rafa en esa materia si se sabe perfectamente los ejercicios-, escuchar las sobre la ciudad – es sucia, tiene mucho polvo y nadie sabe manejar-. En fin la rutina, no los festivos. La rutina. Gracias a dios.
Nota del bloguero: los nombres de algunas personas mencionadas en este blog se han omitido para llevar la fiesta en paz.
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