Ahí estoy, en medio del desierto donde Tejas se convierte en Nuevo Méjico, a eso de las dos y veinte de la madrugada, a la orilla de la carretera, mientras del bar comienzan a salir pandilleros y los alaridos de una mujer borracha que intenta cantar “Gavilán o Paloma”. Ahí me entero que don Otto se fue a meter a una casa de gente pobre en Xela a comer verduras y tortillas de maiz negro.
Me atrevería a decir que todos los guatemaltecos saben que en Guatemala hay pobres. Y estoy casi seguro que la mayoría, la inmensa mayoría han visto un pobre durante el curso de su vida.
No me refiero a alguien que sea pobre pero que dado el contexto no lo parece. Es decir, no es la empleada doméstica que con su uniforme y rodeada de las comodidades del hogar donde trabaja no parece “un pobre”. O el “poli” que cuida el banco, o la garita del condominio que, fuera del asentamiento donde vive y con el decorado de la agencia bancaria, la escopeta y el uniforme, más parece actor de una obra de teatro que persona de carne y hueso.
Lo que quiero decir es que la mayoría de los guatemaltecos han visto a alguien que los ha hecho pensar que sí hay pobreza, aunque sea por un breve momento.
A mi me pasó a los nueve o diez años. Una empleada de mi papá le pidió un adelanto, un quetzal o dos creo que era lo que necesitaba la señora. Mi papá le dijo que no tenía sencillo, que mejor mañana. La señora contestó algo asi como que mañana ya no le servía, porque ella necesitaba llegar en bus a su casa hoy y que quería cenar hoy. Lo dijo como un hecho, como algo que es así, no como una queja.
Pasé no sé cuántos días dándole vueltas al concepto de que alguien pudiera no tener cuatro chocas para comprar comida, para comprar su cena, para tomar un bus.
No es que el presidente necesite conocer a los pobres. Si alguien conoce en Guatemala a los pobres, son los militares. Y los pobres. Que en muchos casos son uno y lo mismo.
Supongo que Pérez Molina no viene de una familia pobre pero sí estoy seguro que en sus primeros años de militar, cuando le tocaba salir a la montaña habrá conocido su buena ración de pobres. Pobres dóciles como los que fue a visitar este fin de semana y pobres agresivos, como los que combatía cuando más que Presidente, Otto o General Pérez Molina su nom de guerre era Tito.
Entonces, ¿qué sentido tiene que el presidente vaya a conocer a los pobres si ya los tiene tan vistos?
Están sus ministros y está ese montón de guatemaltecos que salieron, detrás de Otto Pérez a conocer la otra Guatemala. Esa Guatemala donde la comida es escasa y la vida es ardua. Ese país donde hay que ir andando a todos lados y tener una bicicleta es un verdadero lujo. Un país donde, cuando llueve, los miembros de la familia tienen que turnarse para velar y escuchar los sonidos que hace la montaña para salir corriendo (¿a donde?) antes de que el cerro se desplome sobre la aldea.
Un lugar donde algo tan sencillo como bañarse con agua caliente representaría ir a traer agua al río o al chorro comunitario y calentarla en una estufa de leña (la leña hay que rajarla con un hacha, dicen que el presidente cortó un su pusho de madera) y luego bañarse a guacalazos.
Es ese país donde las mujeres todavía preguntan ¿vivos o muertos? antes de responder la pregunta de ¿cuántos hijos tiene?
Y para allá fueron el Presidente, los funcionarios y los hijos del privilegio.
Acá podría decir que tiene mucho de payasada y poco de esfuerzo real. Que suena más a historias de Tolstoi, Twain o las Mil y Una Noches donde un rey se disfraza de mendigo para conocer el sufrimiento de su pueblo y regresa a Palacio con una visión nueva de la vida.
Regresa con la conciencia cambiada, con la idea de que hay cosas que no son justas en su reino y, por gracia de la experiencia de ser pobre, tiene esa epifanía que le hace ser mejor rey, mejor persona.
Y no, no espero (creo que nadie espera) que el mandatario, sus ministros y la cortesanada entren en un paroxismo de culpa y vergüenza ante las cosas que ven y vuelvan a casa y se conviertan en los monjes budistas que vendieron su Ferrari. Para nada.
Tampoco sería sensato esperar que con la salud abundante, con décadas de buena alimentación, con haber llegado en carro a los lugares a donde fueron a conocer a los pobres, con el iPod y la ropa que protege del calor, el frío y el polvo y la lluvia puedan entender exactamente qué significa ser pobre.
Después de todo, la paradoja es que para entender qué significa ser pobre hay que ser pobre y, entonces, lo más probable es que no se tenga el tiempo libre, la formación académica y el interés para ponderar esas cosas.
Supongo que nadie que no haya sido pobre puede entender qué significa serlo. Yo no lo he sido y por eso mi experiencia es referencial.
Sin embargo, con todo lo que puede resultar en payasada, en turismo de la miseria, en lavadero de conciencia, este viaje del presidente, los ministros y los no-pobres hacia el corazón de la miseria no es del todo descabellado.
No digo que sea positivo porque todos tengan “algo que dar”, eso es caridad. Y la caridad solo sirve para que cuando estemos en el infierno no comprendamos por qué, si tan buenos que fuimos, tanta limosna que dimos.
Sería mejor que en lugar de dar “algo” o “alguito” dieran lo justo. Pero igual no deja de ser bueno que salgan al campo.
Es positivo no por él, que ya los conoce a los pobres. Quizá no para los ministros, que deberían conocerlos. Pero sí lo es para los guatemaltecos que salieron a conocer la pobreza y el hambre. Para verla de cerca y entender que los pobres no son pintorescos.
Sobre todo porque estos que fueron al campo son gente que tienen o van a tener la sartén por el mango. Quienes tienen el dinero y el tiempo un fin de semana para hacer turismo antropológico en Guatemala son parte de ese pequeño grupo de chapines que, si quieren, pueden hacer los cambios que el país necesita.
Y, conociendo la pobreza, habiéndola visto de cerca hace falta ser muy idiota o muy hijo de puta para hacer como que no existe.
Aunque siempre queda la otra opción. Siempre puede ocurrir que el horror de la realidad sea tal que decidan guardar el recuerdo en lo más profundo de su mente. O peor aún, que confrontados con los pobres, pueda más el dogma y estos guatemaltecos se convenzan que los pobres son tontos, haraganes y se merecen estar en la situación en la que están.
En Guatemala se ve cada cosa…
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