Esta semana empezó con la conmemoración del Día Mundial del Medio Ambiente, un tema en el cual el único avance que se nota, muy similar al de la desnutrición crónica, es que ya forma parte de las agendas públicas y privadas al menos en los discursos, lo que además motiva su constante presencia en los medios. Pero, más allá de estar visible el tema, no podemos decir que lo hayamos atendido. Vamos de mal en peor y proponiendo del diente al labio. Los resultados y los balances son negativos. Ade...
Esta semana empezó con la conmemoración del Día Mundial del Medio Ambiente, un tema en el cual el único avance que se nota, muy similar al de la desnutrición crónica, es que ya forma parte de las agendas públicas y privadas al menos en los discursos, lo que además motiva su constante presencia en los medios. Pero, más allá de estar visible el tema, no podemos decir que lo hayamos atendido. Vamos de mal en peor y proponiendo del diente al labio. Los resultados y los balances son negativos. Además, a pesar de estar casi todos de acuerdo en la necesidad de recuperar y preservar el ambiente, ni las leyes ni las instituciones dan un resultado que aporte cuando menos esperanza.
Si viéramos la relación básica entre el bosque, el agua y el suelo, para no entrar en detalle en los otros elementos, vamos mal. En el tema de los bosques, según el estudio de la dinámica de la cobertura forestal elaborado en 2012 por el Grupo Interinstitucional de Monitoreo de Bosques y Uso de la Tierra, tenemos una deforestación bruta de 132 000 hectáreas y una deforestación neta de 38 000 hectáreas. Acá, con estas cifras, significaría que anualmente se recuperan en promedio 94 000 hectáreas, las cuales no son suficientes para alcanzar a cubrir las pérdidas de cobertura boscosa.
Si nos atenemos a los informes ambientales especializados, por arriba del 90 % del agua superficial está contaminada. Los emblemáticos lagos de Amatitlán y Atitlán son un excelente ejemplo. Y el de Izabal tampoco está mejor. No tenemos una ley de aguas. Y si pasamos al tema de los suelos, no hemos sido capaces ni de concluir el mapa de taxonomía de suelos del país. Ni clasificarlos podemos, menos manejarlos y conservarlos. El mayor riesgo en materia de desastres naturales en el país, dadas sus condiciones físicas, es el de los deslizamientos. El tema de la degradación y la pérdida de los suelos causa aflicción por donde se lo mire.
Esta semana y las que siguen, los medios de comunicación y las organizaciones relacionadas con el ambiente tanto públicas como privadas seguirán con el discurso rimbombante de que somos uno de los países mas vulnerables al cambio climático en todo el planeta. Lo que no se oye en el discurso es que las condiciones naturales no son las únicas que nos colocan en ese nivel de vulnerabilidad, sino también las ineficiencias políticas, legales e institucionales, que no nos permiten adaptarnos al cambio climático. Tal vez explicándoles que la naturaleza sí es un capital y que todos ganamos preservando el ambiente lo entiendan y podamos hacer algo.
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