La escala de este despilfarro es difícil de poner en perspectiva, pero es equivalente a llenar 65 piscinas olímpicas con maíz o carne de res.
Resulta increíble y totalmente contradictorio que se pierdan tantos alimentos cuando cerca de 811 millones de personas en el mundo aún viven con hambre.
En América Latina y el Caribe, el despilfarro no es menor: cada año perdemos y desperdiciamos 220 millones de toneladas de alimentos cuando cerca de 60 millones de personas en la región padecieron hambre en 2020.
Reducir las pérdidas y los desperdicios de alimentos debe ser una prioridad fundamental en la agenda global y en las de los países de América Latina y del Caribe porque no solo tiene efectos en la inseguridad alimentaria, sino también trae graves consecuencias sociales y económicas y un gran impacto ambiental: según el último reporte del Panel Internacional de Expertos en Cambio Climático, entre el 8 y el 10 % de las emisiones globales de gases de efecto invernadero están ligadas a la pérdida y al desperdicio de alimentos.
Las pérdidas de alimentos se generan por prácticas de producción y por decisiones de los actores del mercado. El manejo de los alimentos en las etapas de precosecha y cosecha genera descartes por problemas de sanidad y de inocuidad, excedentes de partes no aprovechables y no consumibles y pérdidas en etapas industriales por devoluciones, desperdicio y vencimiento.
Estos impactos generan a lo largo de la cadena una merma fundamental, la cual impide que hagamos un buen uso de recursos escasos: en la cadena global del pescado, solo el 45 % de lo que se captura o produce llega a ser consumido como alimento por personas, el 10 % tiene un uso industrial, y el resto —¡el 45 %!— son pérdidas y descartes.
Acabar con las pérdidas y los desperdicios de alimentos requiere políticas públicas, regulaciones y leyes, inversiones e innovaciones. También requiere la colaboración del sector público, de la ciencia, del sector privado y de las personas.
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Hay varios frentes en los que debemos avanzar. Uno es el conocimiento: necesitamos medir cuánto se pierde realmente, en qué partes de la cadena alimentaria y por qué. Otro es el monitoreo de las medidas de reducción de las pérdidas y los desperdicios para saber si cumplen con los resultados esperados.
La evidencia disponible muestra que ya conocemos una amplia gama de soluciones concretas: los servicios de extensión para la agricultura familiar permiten evitar las grandes pérdidas pre- y poscosecha; asimismo, los marcos legales inspirados en el Código Internacional Voluntario de Conducta para la reducción de la pérdida y del desperdicio de alimentos y los sistemas de vigilancia y de monitoreo de pérdidas de alimentos y de las disrupciones de las cadenas de suministro nos dan una medida real de dónde están ocurriendo las pérdidas para poder prevenirlas.
La inversión y la innovación abierta también son necesarias a lo largo de la cadena de suministro, pues nos permitirán encontrar múltiples maneras de aprovechar los descartes agrícolas, materiales que hoy no se utilizan, y transformarlos en materias primas y en nuevos productos.
Si aplicamos este enfoque y estas soluciones, generamos un círculo virtuoso donde cada acción permita impulsar la regeneración y la colaboración y otorgue beneficios para todos los sectores y actores del sistema alimentario.
Hace algunos días se llevó a cabo la Cumbre de las Naciones Unidas sobre los Sistemas Alimentarios, cuyo principal objetivo es acelerar los avances para cumplir con la Agenda 2030 y sus objetivos de desarrollo sostenible.
En dicha instancia se destacó la necesidad de transformar los sistemas agroalimentarios para erradicar el hambre, reducir la inseguridad alimentaria y mitigar los efectos del cambio climático. Se identificó la reducción de pérdidas y desperdicios como uno de los aceleradores para alcanzar esta meta urgente.
Por eso, la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO) está ayudando a países a lo largo de América Latina y del Caribe a cambiar sus sistemas agroalimentarios para avanzar hacia cero pérdidas y desperdicios.
Eso, sin duda, nos permitirá avanzar hacia una mejor producción, una mejor nutrición, un mejor ambiente y una mejor vida.
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Daniela Godoy es oficial principal de Políticas de Seguridad Alimentaria y Nutrición de la FAO para América Latina y el Caribe. Sara Granados es especialista en Sistemas Alimentarios de la FAO para América Latina y el Caribe.
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