El racismo forma parte de eso que podría llamarse nuestra actitud natural. Es natural porque forma parte de lo que creemos incontrovertible del mundo, es decir, de ese mundo irrefutable que el cristal opaco de la percepción nos demuestra que es absurdo moralizar, como lo sucedido con la mentada tienda María Chula, pues toda certeza proviene de la convicción propia de que lo que el mundo nos muestra es lo que es, y no otra cosa.
Lo particular del incidente ha sido la avalancha de comentarios rabiosos en redes sociales ante las disculpas públicas de la dueña de dicho negocio. La sorna con la que muchos han respondido es una expresión aún más deplorable que el mismo nombre de la tienda. Hay una buena razón que lo explica: el racismo se produce en los espacios más significativos y valorados de las personas. Por eso acciones como las de la Codisra resultan irritantes y chocantes para algunos. Son burdas desde el punto de vista en el cual se está situado, donde nuestra propia perspectiva encuentra molesto juzgar una conducta considerada inocente.
Nuestro lenguaje no es solo un instrumento. Es una forma de vida. Por medio del lenguaje construimos ese lugar que habitamos y lo que entendemos de ese mundo, en el cual participamos, realizamos lo que imaginamos o suponemos que somos y donde los demás nos confirman, mediante la manera como interactuamos con ellos, que en realidad somos lo que somos.
La publicidad como fenómeno del lenguaje es un fenómeno social significativo: si la imagen que consumimos corresponde a lo que realizamos como personas, es probable que nos veamos tentados a consumir lo que se nos ofrece. Cuando hablo de consumir lo que realizamos como personas, me refiero a la imagen de nosotros mismos en el mundo, que se hace real a través de lo que vemos en el espejo, de lo que comemos, de lo que vestimos, de lo que nos hace sentir bien o mal, y la valoración negativa de las diferencias entra dentro de esta categoría de consumibles identitarios.
No es nada nuevo decir que las palabras María e indio no tienen un sentido en sí, dado que las palabras no son cosas, sino codificaciones simbólicas de las relaciones sociales que acaecen. Por eso las palabras toman un sentido dependiendo de quién se las dice a quién, del momento y del lugar, y por ello pueden significar una mera trivialidad o llevar connotaciones inaceptables, como el juego de palabras implícito en la expresión «María chula», que, como bien expresó un amigo, no la usarían para vender joyería fina ni artículos de lujo, sino para vender ropa de indita. Nada nuevo bajo el sol: a las Marías se las puede tratar como se desee, de Marías, de chulas, porque al fin y al cabo son indias.
Nos adiestramos en el lenguaje desde nuestra infancia, en la experiencia individual con relación a la comunidad donde desplegamos nuestra existencia y nuestra realización individual. Aunque el voseo es la expresión de una mera relación de confianza, expresa algo diferente cuando lo usamos en una relación con extraños. «Vos, chino». «Vos, María». Al nombrar no damos un nombre: establecemos una relación descriptiva del mundo, relación donde yo asumo inconscientemente que puedo hablar desde la confianza que me da la superioridad étnica con ciertas personas. Cuando se cuestiona el racismo, se está cuestionando entonces en realidad una relación de poder naturalizada.
El hecho de encabronarse con la Codisra y de expresar públicamente «no soy racista porque yo uso María para…» es en sí un performance social donde a una comunidad de hablantes imaginados como iguales les expongo la legitimidad de mi discurso. Es una especie de prueba de hipótesis sobre la moralidad de mis emociones. Por eso en ocasiones resulta complicado hacerle ver a alguien racista que es racista, porque se están cuestionando los rudimentos básicos de su experiencia social natural. Cuando se reprime el racismo, se está anulando a una parte de la persona que vive y se realiza a partir del lenguaje. Por eso siente irritación, siente molestia en su interior, pues son su poder y su manera de entender el mundo los que se ponen en cuestión.
Cuando se cuestiona una imagen naturalizada como en la expresión «María chula», se cuestiona el yo realizado en las relaciones materiales dotadas de significado por el lenguaje. De ahí que ciertas acciones críticas, lejos de generar empatía, generen enojo. Quizá esto deja de lección que combatir el racismo es una tarea compleja que no debería moralizarse. Implica comprensión histórica, por un lado, y un cuestionamiento del orden expresado en el lenguaje, por otro. Los juicios éticos los realizamos no porque alguien nos obligue a ver que algo es bueno o malo, sino porque nosotros mismos lo juzgamos a la luz de la comprensión de una experiencia concreta.
Hay quienes afirman que las acciones de la Codisra solo causan «desunión». Y tienen razón: criticar la inmoralidad de nuestra historia étnica presente en el lenguaje implica cuestionar el pegamento con el que nos hemos unido jerárquicamente en este país por siglos. El punto es volver a construir nuevos lazos de convivencia para entendernos más allá de esa matriz colonial que se sigue reproduciendo a través del racismo.
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