Esa misma sensación me recorrió la espina dorsal en varias partes de El elegido. Al terminar de leerla, mi compañera estaba sentada en la cama, con un rictus de serenidad, leía algo más. -No lo vayás a leer, le dije. No es que no lo recomiende, tampoco es que ella sea una persona delicada, niña bien, etc. Es que uno no le dice a las personas que quiere: -¡mirá vos, qué bonita es la mierda! Es decir, si en este mes no le regalo flores.
Ya con las ideas reposadas, aunque eso es imposible después de enterarse de toda la hijueputez que ronda esta novela, estuve pensando en los adjetivos con los que se pudiera calificarla. Perturbadora. Me quedé con ese. También señalé el lugar en la librera donde, como diría Juan Pensamiento, El elegido cumple con su función decorativa.
Durante una de las tantas presentaciones de una antología, y con la suerte de verme incluido, hablaba con Julio Prado y también hablaba Arnoldo Gálvez. Sí, la suerte de verme incluido. Hablábamos de los deberes del escritor. ¿Debe acaso el escritor “reflejar” la realidad tal cual? Yo no lo creo. Lo que sí puede hacer es tomar los símbolos de lo que nos rodea, como una manera de darle soporte a la ficción. Para que sea “entendible”. Creo yo que es en eso que radica la diferencia entre los literatos y los académicos de las ciencias sociales. Por favor no me lapiden si estoy diciendo alguna barrabasada.
Digo esto porque me parece que lo más perturbador de la novela, es darse cuenta de que es ficción. Que solamente es ficción. La Guatemala que nos tocó vivir, y me temo que el mundo que nos tocó contar, está llena de bastardos mucho más hijueputas que los que aparecen en El elegido. De eso no me cabe la menor duda. Basta darle una mirada a los diarios y a los noticieros, esos mismos que transmiten a la hora de la cena.
¿Cuál es la función de la literatura entonces? Presionar. Y este libro lo hace con las uñas largas y sucias. Las inserta y presiona sin remilgos en las heridas abiertas de una sociedad que produce seres marginales a los que no les pasa nada porque les pasa de todo. (Juan Pablo Dardón) Seres a los que al tenerlos frente y dados sus “olores” y sus historias, preferimos ver y oler en otras direcciones. Es que repito, nadie le dice a sus seres queridos: -mirá vos, qué bonita es la mierda. Y si nos lo dijeran, uno no contesta: -Simón, y tan rico que huele vaa. Pero ojo, este libro inserta las uñas y presiona de una manera tan precisa que muchos podrían o van a confundirlo con morbo.
Otra idea que me quedó rebotando en la cabeza es que, cómo carajos se escribe una secuela de un libro como éste. ¡Y hasta una tercera parte! Me enteré que era el primer libro de una trilogía por ir de conversatorio en conversatorio y de presentación en presentación. Desde aquella vez hace ya un par de años en la Antigua y en donde coincidimos con Rafael Romero. Él subía unas escaleras en forma de caracol, yo las bajaba. Entonces sí que le dije a mi pareja: -Aquel es el Rafa, mirá. No lo saludé, culpas de la timidez y de mis preferencias por sentarme en las últimas sillas a escuchar. Es lo que se me da mejor.
Suelo desvariar. Lo que decía era que la idea de una trilogía se me hacía imposible. Pero me di cuenta que no tengo muy claro quién es el elegido. ¿Bartolo o alguno de sus pares hiperrealistas? ¿El estudiante de sociología? ¿Guatemala, como asegura Juan Pensamiento? ¿Yo, como lector? ¿Quién carajos es El Elegido? Tendré que esperar las otras partes para salir de dudas. Pero, a lo que estamos y plagiando a Julio Prado, la mejor celebración para un libro es leerlo. Y más en un país como este que necesita entenderse. Me temo que además, El elegido es obligatorio.
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