En el caso que nos ocupa, la misma se ha basado en los principios de la conocida técnica de Joseph Goebbels, el jefe de propaganda del nacismo hitleriano. Y no es de extrañar que los mensajes clave de la antipropaganda de la eterna contendiente Sandra Torres, de la Unidad Nacional de la Esperanza (UNE), tengan como eje transversal una lógica contrainsurgente. No olvidemos que en aras de hacer realidad su única ambición, ser presidenta, ha suscrito alianzas con toda calaña de criminales: corruptos y corruptores de recursos del Estado, lavadores de dinero, testaferros o cabezas de carteles del narcotráfico y, por supuesto, violadores de derechos humanos.
De esta última se nutre con los lazos a las prácticas de operaciones psicológicas que impulsan su campaña. De allí que, en los últimos días previos a la elección, se han visto aparecer carteles falsificados, atribuidos a su contrincante, Bernardo Arévalo, del Movimiento Semilla. Estos se suman a la letanía del lugar de nacimiento de Arévalo, con lo cual pretende quitarle el derecho a ser guatemalteco. También, los elementos esgrimidos por su aliado el Ministerio Público (MP), para criminalizar a quienes fundaron el Movimiento Semilla.
Todo ello, aderezado con una cadena gigantesca de promesas electoreras. A tal extremo improvisadas que Torres se atrevió a ofrecer instalar un Intecap (Instituto Técnico de Capacitación y Productividad), en Estados Unidos. Niega que el retoño de padres guatemaltecos, que nace fuera de Guatemala, pueda tener derechos como connacional pero busca el favor de la población migrante ofreciendo “un Intecap”. No ofrece condiciones para defenderles en el exterior, no ofrece garantías para su retorno seguro, no ofrece mejorar las condiciones del país para reducir la necesidad de buscarse la vida en el extranjero.
Con sus ofertas, en realidad, Torres desnuda su pensamiento y su corazón. Ofrece dinero, centavos en realidad, y bolsas de comida. Una versión cuasi ridícula de la María Antonieta de la Francia de 1879, a quien se atribuye haber respondido “que les den pasteles”, cuando le informaron que el pueblo hambriento estaba a las puertas de palacio. Ciega en su ambición y desde sus torres de poder, como la soberana francesa, la eterna candidata perdedora ordena que nos den pasteles.
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A las mentiras sobre su contrincante, Torres suma con toda desvergüenza las promesas de regalos y de dádivas, como cuando una pareja agresora, con una flor en una mano, le promete a su víctima no golpearle más, mientras alza la otra para agredirle. De esas promesas llenas de mentira, de esos discursos nacidos del odio, de esa política formada en la corrupción y la impunidad, nos hemos hartado hasta el cansancio.
Ha llegado el tiempo de cambiar esa historia por la vía de la paz que está en las manos de cada persona votante. Estamos por primera vez en muchos años ante la posibilidad de empezar un camino para el cambio. Son casi ocho décadas de dolor y tragedia que podemos empezar a sanar mediante el voto.
El futuro está en la cruz que se marque en la papeleta del próximo domingo. No temamos a intentar el germen de un nuevo pacto social por la democracia. Hagamos nuestra esa consigna de la siempre presente Batucada del Pueblo y gritemos a todo pulmón: «El poder está en tus manos y en las mías. Somos mayoría, ¡SOMOS LA CIUDADANÍA!».
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